Cuidadoso en las palabras, para no aceptar la derrota, calificó la elección en Guerrero como inequitativa y dejó la batalla ante tribunales en manos de su partido, de sus aliados en coalición (Panal y Verde) y de un equipo de abogados.
Llegó en compañía de una cabizbaja esposa y de una porra de estruendo, conformada por jóvenes que le inventaron porras y simularon un ambiente de estadio.
Al final, pareció una eliminación mundialista del Tri, porque los muchachos cantaron y tocaron el tambor entre lágrimas y abrazos de consuelo.
Añorve anunció que realizará una gira de agradecimiento por todo el estado y dejó en suspenso su regreso a la alcaldía de Acapulco —había pedido licencia para contender, y fue en el puerto donde más salió vapuleado.
“Lo valoraré”, dijo.
Se presentó en la conferencia ya no como aspirante político, sino como ciudadano y padre de familia.
“La elección estuvo llena de actos dolosos y de mala fe en mi contra, viví asediado, fui objeto de saqueo, denostación, espionaje e intimidación… Se valieron de lo peor de la guerra sucia. El gobierno de DF deberá responder sobre el gasto inmoral y absurdo que ejerció en Guerrero, destacando funcionarios públicos en intimidaciones y compra de votos”.
Dijo tener mil 100 denuncias con pruebas documentales y acusó al Instituto Electoral de la entidad de parcial y de ser cómplice de las trampas.
“Tuvimos encuestadores que nos dieron ventaja antes de la elección, ¿por qué variaron los resultados? Todas las consideraciones se las vamos a dejar a mi partido, para que presente la impugnación, que sean las instancias legales las que definan e investiguen. La guerra sucia no debe quedar en la impunidad”, expresó, y se despidió entre empujones, sollozos y timbales.
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