CARMEN ARISTEGUI SALE DE W RADIO. 8. ¿CENSURA?

Se trata de una de las preguntas clave formuladas a raíz de la salida de Carmen Aristegui de su espacio informativo en W Radio. Los 23 comentarios que presentamos a continuación, 12.84% del total muestran una diversidad de respuestas a propósito del tema y de la libertad de expresión en México.

Y si de oligarquías se trata, allí están los apasionados cuan gritones “defensores de la libertad de expresión” cerrando micrófonos a las voces críticas que por “incompatibilidad editorial” les alteran la fábrica de sueños (Azcárraga dixit) y su turbia relación con el inquilino de Los Pinos (cuñados incómodos incluidos). Un solidario abrazo para la Aristegui
Carlos Fernández Vega, “México SA”, La Jornada, 5 de enero.

Que en los sectores duros del PRD se escuchó el grito de “¡compló contra la libertad de expresión!” cuando se enteraron de la salida de Carmen Aristegui de W Radio.
El secretario de Comunicación perredista y líder de la resistencia civil, Gerardo Fernández Noroña, puso en la mira a la emisora propiedad de Televisa y la española Prisa, y ya alista una acción con simpatizantes lopezobradoristas en las instalaciones de la estación en calzada de Tlalpan, en el sur de la ciudad. Aristegui se caracterizó por abrir frecuentemente los micrófonos a Andrés Manuel López Obrador.
“Trascendió”, Milenio, 5 de enero.

Disfrazado de un diferendo meramente contractual, al silenciar a Carmen Aristegui los consorcios que manejan la W asestaron un golpe a la libertad de expresión en México. No resulta extraña esa conducta en Televisa, la parte local del acuerdo sobre el que opera la emisora fundada en 1930. Pero contradice abiertamente los principios que permitieron el desarrollo de El País, primera piedra del sólido edificio que es hoy Prisa -la parte española de tal acuerdo-, un diario que desde el temprano posfranquismo ha probado que las libertades de prensa y de empresa no sólo no se excluyen sino que se complementan.
Miguel Ángel Granados Chapa, “Plaza Pública”, Reforma, 6 de enero.

El mismo día en que concluyó su trabajo en XEW, Carmen Aristegui instaba en su artículo del diario Reforma a un grupo de intelectuales a identificar con mayor acierto las fuentes y la naturaleza de los riesgos que acechan a la libertad de expresión. Es de esperarse que, al menos respecto del que al actualizarse ha acallado a la periodista en su ejercicio radiofónico, esos intelectuales tengan una palabra que decir, como la que han expresado en su enfoque, en mi opinión errado, sobre una de las consecuencias de la reforma electoral aprobada el año pasado con asentimiento casi general.
Miguel Ángel Granados Chapa, “Plaza Pública”, Reforma, 6 de enero.

Para la grilla, sin embargo, sobran pretextos, el más fresco la salida de Carmen Aristégui de W Radio, pese a que ni la periodista se ha atrevido a pronunciar palabras tales como “censura” o “represión”.
Carlos Marín, “El asalto a la razón”, Milenio, 7 de enero.

¿Cuántos se habrán creído el cuento de que el rechazo de los grandes concesionarios mediáticos a la reforma electoral se debe a que ésta constituye un atentado a la libertad de expresión? Supongo que sólo quienes carecen absolutamente de información política. Es obvio que lo que les molesta es la grave afectación a sus intereses económicos y políticos (su posibilidad de presionar a partidos, poderes y candidatos, durante los procesos electorales, como ocurrió en 2006). Y lo que no gusta a los grandes empresarios que han presentado amparos contra el Cofipe es que no podrán traducir su enorme poder económico en influencia electoral a través de mensajes pagados en los medios. En realidad, podrán decir lo que quieran, y sus opiniones seguramente tendrán más eco y divulgación que las de otras organizaciones y, desde luego, las de la inmensa mayoría de los ciudadanos que, aunque quisieran, no podrían difundir sus opiniones mediante spots. Cuesta también creer que los escritores e intelectuales que presentaron un amparo contra la reforma electoral no logren distinguir inteligentes como son entre un límite legal a la influencia del poder económico y un atentado a la libertad de expresión. Como sea, todo indica que los peligros para la libertad de expresión provienen de otros lados, más que de la reforma electoral
José Antonio Crespo, “Horizonte Político”, Excélsior, 7 de enero.

En 2003 y 2005, Carmen Aristegui me preguntó en su programa si la salida del aire de CNI/Canal 40 se debía a la censura. Le respondí que no, que no había nada heroico, que era consecuencia del pleito de empresas, donde Tv Azteca imponía condiciones aprovechando su peso y mejores alianzas con el poder.
Carlos Loret de Mola dejó hace poco su programa en W Radio porque consideró que su estilo de hacer periodismo era incompatible con los criterios de organización editorial que querían imponer los nuevos directivos, Javier Mérida y Daniel Moreno. No oí a nadie hablar de censura.
Carmen se marchó el viernes de la W con argumentos muy parecidos a los de Loret. Quien trabaje en esto la debe entender bien. Ellos dos levantaron de la lona a la estación y tiempo después llegaron unos administradores a exigirles que checaran tarjeta. Pero ahora sí se habla de censura.
Ciro Gómez Leyva, “La historia en breve”, Milenio, 7 de enero.

Carmen no está sufriendo un acto de censura. Como todos los comunicadores que trabajamos para una empresa, tenía un contrato y al finalizar el mismo ni ella ni la empresa decidieron renovarlo. Ocurrió esta semana con Carmen y sucede cotidianamente con muchos otros comunicadores: todos, en algún momento, hemos decidido no renovar un contrato o no se nos renovó y todos hemos cambiado de aire, de espacios, en muchas ocasiones. Que yo sepa, jamás se censuraron o coartaron los espacios de Carmen, no hubo, por lo tanto, censura o consigna en su contra. Tan no la hay que podemos ver a Aristegui todos los días en CNN y leerla todas las semanas en Reforma. Y no dudo que en muy corto plazo la estaremos escuchando en otra frecuencia, con el éxito que acostumbra. Un periodista tiene el derecho y la obligación de expresar con libertad sus opiniones. Las empresas para las que trabajamos tienen el derecho de renovar o no los contratos de sus trabajadores. Y eso se aplica a cualquier ámbito laboral. ¿Que se pueden cometer injusticias en ese sentido? Seguramente sí, pero en este caso no estamos hablando de censura, sino de un largo desencuentro de una prestigiada comunicadora con el medio en el que laboraba. El tiempo dirá quién acertó con sus decisiones
Jorge Fernández Menéndez, “Razones”, Excélsior, 8 de enero.

En aras de un "modelo" satisfactorio en otros países, W dejó ir a sus exitosos conductores y a una mancuerna clave de El Weso, y en un gran segmento de su audiencia quedará sin remedio la convicción de que se trató de una serie de actos de censura y de agravio a la libertad de expresión, versión alimentada por la presencia de un cuñado del Presidente, Juan Ignacio Zavala, entre los directivos de la emisora. Un hecho extraño, además, en el ámbito del Grupo Prisa, que ha rendido importantes servicios a esa libertad, e incluso en el de Televisa, por su devoción al rating que Aristegui lidereaba.
Más allá de suspicacias fundadas, es inocultable el desmantelamiento de un equipo que condujo a la W a la cima de la penetración radiofónica. Aun cuando el mencionado "modelo" resultara exitoso, difícilmente la emisora recobrará la influencia lograda con los periodistas excluidos, todos distintos entre sí y todos con notables virtudes.
Eduardo Huchim, Reforma, 7 de enero.

Pero ya pasó el 2006, la elección presidencial de ese año, pasaron los tiempos en que medios como Televisa Radio debían anclarse a los centros reales de poder y sobre todo pegarse a los futuros poderes, y por eso los señores de Prisa —como hacen casi todos los concesionarios de la radio y la televisión mexicana— tiraron al piso los andamios que construyeron para agradar al poder en formación durante los años previos a 2006, para iniciar a partir de hoy la construcción de la nueva tramoya para 2012. ¿Y la responsabilidad social frente a la audiencia? ¿Y el respeto al público? ¿Y el rating? Eso no les importa, ni a los señores de Prisa ni al resto de los concesionarios mexicanos; lo que importa son los negocios con el poder.
Por eso resulta de risa, ridículo y hasta caricaturesca la polémica que se intenta armar en torno a la libertad de expresión en Televisa Radio y la relación de esa libertad con la salida de sus conductores estelares, como es el caso de la señora Aristegui. Dicen los amigos y seguidores de Carmen —que en buena medida son seguidores y simpatizantes de AMLO y lectores de La Jornada— que la “perversa derecha” se confabuló para acallar una de las voces críticas e independientes en México. Y en el bando contrario, dicen los malquerientes de la señora Aristegui —que en buena medida son antiamloístas y simpatizantes de Calderón— que practicaba un periodismo militante, complaciente y carente de autocrítica. Y en efecto, pudieran tener razón las dos partes, porque nadie puede negar las habilidades periodísticas de la señora Aristegui, su preocupación por lo social, por los sin voz y los que menos tienen, pero tampoco nadie puede negar que, como el de muchos otros, el suyo es un periodismo de militancia política que incluso era elogiado por uno de los poderes en la plaza pública, mientras que en esa misma plaza ese mismo poder quemaba en leña verde a los que pensaban distinto. Ese elogio era, en realidad, el sello de la casa.
Pero el problema tampoco es ese, porque los mártires de la libertad de expresión seguirán apareciendo de tanto en tanto según los humores y la desmemoria del “respetable”. El problema está en otro lado, en la inmoral concentración de poder de los grandes grupos de la radio y en una legislación que les permite hacer lo que les plazca, siempre y cuando agraden al poder, sea del partido que se quiera. Lo demás parece circo mediático. ¿Será?
Ricardo Alemán, “Itinerario Político”, El Universal, 8 de enero.

Carmen no es la primera, ni será la última, periodista que sale de un medio por divergencias con la línea editorial de los dueños. No se trata de sobredimensionar su salida. Sin embargo creo que deben quedar claras dos cosas: se trató, en última instancia, de un acto de censura y los radioescuchas la van extrañar. Ya la extrañan.
A quienes dicen que no se trató de un acto de censura les propongo el ejercicio de responder la siguiente pregunta. ¿Si las elecciones presidenciales del 2006 las hubiera ganado el PRD, y no el PAN, los directivos de la W hubieran corrido a Carmen por no estar de acuerdo con su “modelo editorial”? La libertad de expresión es, en consecuencia, una forma de describir los intereses de los dueños de los medios.
Juan Manuel Asai, “Códice”, Crónica, 8 de enero.

Las diferencias, sin embargo, van mucho más allá: ¿tienen derecho los legisladores a coartar la libertad de expresar sus legítimas opiniones a cualquier ciudadano? Por supuesto, debe haber algunas normas básicas para el cumplimiento de ese derecho, pero, ¿por qué deben ser sólo los partidos políticos los que pueden expresar su opinión en el terreno electoral y, además, en forma condicionada, porque como se prohíbe la publicidad “negativa”, no sabemos si en realidad se podrá criticar, legítimamente, a sus oponentes? La libertad de expresión es un derecho individual que no puede ser coartado ni remitido exclusivamente a los partidos. Según la ley, para quienes no formamos parte de ningún partido, la posibilidad de poder “influir” en la opinión de los electores está cancelada. Dice Miguel Ángel, también con razón, que quienes presentamos ese recurso tenemos espacios públicos en los medios en los que trabajamos y allí podemos expresar nuestras opiniones. Es verdad, pero, ¿y si no los tuviéramos?, ¿y si el día de mañana alguna voz autoritaria decidiera sacar del aire o de la prensa a las voces disidentes?, ¿y cómo hará un grupo de ciudadanos, comunicadores o no, si decide hacer pública su posición sobre cualquier tema electoral y se le cierran los espacios en los medios? Vamos más allá: ¿no tienen derecho las organizaciones patronales o sindicales, de artistas o trabajadores, conservadores o progresistas, a expresar sus opiniones, a hacerlas públicas? Si se cae en el terreno de la difamación o se rompen los ordenamientos legales en ese sentido, por supuesto que puede y debe haber una sanción, pero, ¿prohibir la expresión de ideas? Siguiendo la línea argumentativa de Miguel Ángel: el Estado tiene el derecho de prohibir la publicidad sobre el tabaco, pero, ¿tiene derecho a prohibir que un grupo de ciudadanos se manifieste públicamente a favor o en contra de la misma?
Jorge Fernández Menéndez, “Razones”, Excélsior, 8 de enero.

Cada vez que se cierra un espacio plural en los medios, se reducen las posibilidades de consolidar la democracia en México. Cada vez que voces como la de Aristegui se suprimen del cuadrante radiofónico, se hace más necesario y urgente el impulso de nuevas reglas del juego para radio y televisión. Una nueva ley que permita romper el juego asfixiante de los medios que cada día cierran más el círculo, cada día se parecen más y cada día son menos plurales. Esperemos que en este año que inicia esta reforma se pueda concretar.
Estas cancelaciones atentan en contra de la libertad de expresión, y no la defensa que los intereses empresariales hacen porque se les impide comprar tiempo en radio y televisión en materia electoral. No considero que esta prohibición (nuevo artículo 41 de la Constitución) atente contra la libertad de expresión. ¿Quién en este país puede comprar tiempos en radio y televisión? Ciertamente no los ciudadanos, sino los grandes intereses. En cambio, sí resulta grave para la pluralidad informativa perder espacios que afectan a la opinión pública
Alberto Aziz Nassif, El Universal, 8 de enero.

¿Fue precisamente por todo lo anterior que Prisa no le renovó su contrato a Carmen? ¿A ese grado la periodista se volvió para ellos tan incómoda? Al no haberle renovado su contrato, ¿con quiénes quedan bien los del grupo Prisa, con sus socios mexicanos o con los del gobierno? ¿Con los dos? ¿Qué no se darán cuenta, ellos que son supuestamente tan profesionales en la materia, del costo que esto les representa? ¿Por qué en ningún momento pensaron en el auditorio que llevaba más de cinco años escuchando a Carmen? ¿Para ellos los radioescuchas valdrán cacahuates? ¿Siendo la sociedad mexicana tan desconfiada especialmente en lo que se refiere a la libertad de expresión, ¿de veras pensarán los señores de Prisa que les vamos a creer cuando nos dicen que la salida de Carmen se debió a una "incompatibilidad editorial"? ¿Creerán de verdad que somos tan ingenuos, cándidos y confiados? Podrán decir que la periodista actuaba con demasiado individualismo, que tenía un salario sumamente elevado, que manejaba a su antojo su equipo de reporteros, que era demasiado rebelde... Que el cuñado del Presidente, Juan Ignacio Zavala, contratado por el consorcio de los Polanco no tuvo nada que ver... Porque la periodista quería todo o nada, que si esto y que si lo otro... El caso es que seguramente para la mayoría de los radioescuchas de la W, la salida de Carmen Aristegui de la estación nada más existió por un solo motivo, uno solo: ¡cen-su-ra! (O como dirían los españoles, zen-zu-ra).
Guadalupe Loaeza, Reforma, 8 de enero.

No son, los de Carmen y el del amparo, casos similares y deben ser tratados en su contexto. La salida de una prestigiada comunicadora de un espacio, porque concluyó su contrato, lo único que provocará, y así va a ser, que más temprano que tarde estará en uno nuevo. Una reforma que impide la libre expresión ciudadana, sin matices de ningún tipo, es un atropello a los derechos constitucionales. Por cierto, ¿no es legítimo ampararse contra cambios constitucionales que vulneran los derechos básicos que establece la Carta Magna?
Jorge Fernández Menéndez, “Razones”, Excélsior, 8 de enero.

Carmen Aristegui sigue estando en el ojo del huracán de las malas noticias de la radio nacional y se han leído y escuchado ya voces de todos los perfiles; voces que dan por exageración todo esto de calificar como “censura” el cierre de Hoy por hoy en voz de Carmen Aristegui, como ha sucedido con Ciro Gómez Leyva, quien incluso, ha realizado una entrevista directa y al respecto con José Ignacio Zavala (cuñado de Felipe Calderón y funcionario de Grupo Prisa) para desmitificar el hachazo presidencial; así como se han leído y conocido cartas de protesta como la expuesta por la Amedi (Asociación Mexicana de Derecho a la Información) en voz de Javier Corral, donde la indignación habla de la coerción de las ideas.
Claudia Segura, “La ventana ciega”, Milenio, 9 de enero.

HAY DOS POSTURAS manifestadas a propósito de la abrupta salida de Carmen Aristegui de la W. Yo estoy convencido de que se trata de un hecho de censura. El punto aquí es que las modalidades de la censura son cada vez más sutiles y pueden, incluso, presentarse a manera de oportunidades. Presidencialismo como el que ejercía el viejo PRI no hay (pese a las fuerzas que pretenden resucitarlo desde la derecha o la izquierda amloísta), pero régimen autoritario y clase política corrupta con múltiples redes de autoprotección y relaciones extrainstitucionales con el poder económico (o fáctico), también corrupto, persisten en el país. Estos son los principales obstáculos para acelerar los cambios democráticos que demanda una ciudadanía minoritariamente politizada y cuya lenta instrumentación afecta al grueso de la población con bajos índices de participación política.
Hay quienes piensan que este trágico suceso de principios de año en materia de comunicación, obedece únicamente, como lo señala Prisa, a una falta de acuerdo entre la empresa y Carmen. Los periodistas que sostienen la versión oficial ofrecen argumentos poco convincentes.
David Gutiérrez Fuentes, “Perro mundo”, Crónica, 10 de enero.

La censura adquiere mil caras distintas, pero con los mismos efectos: prohibir, limitar las libertades, evitar peligros para quienes dominan y no quieren dejar de hacerlo. Y esto es y ha sido igual para quienes se dicen de izquierda y para quienes son de derecha, aunque no se reconozcan como tales. El estalinismo en la Unión Soviética fue tan censor como el nazismo en Alemania, y ambos sistemas (teóricamente opuestos) hicieron lo mismo que los inquisidores españoles: castigar la rebeldía, la disidencia, el pensamiento y la palabra, incluso con la muerte. La revolución cultural en China fue tan intolerante como el emperador Qin Shi Huang (el de los famosos soldados de terracota) hace más de 2 mil 200 años, pese a sus motivos tan diferentes. Y el gobierno de Bush está repitiendo, con las mismas razones (la seguridad nacional), la cacería de brujas del senador Joseph McCarthy hace medio siglo.
La censura es prohibición, pero también regulación de conductas con criterios religiosos, de negocios y de conveniencias políticas. Censuran los padres en una familia, censura la empresa a sus empleados y las iglesias a sus feligreses, censuran los medios a sus comunicadores, censura el Estado a la gente de a pie y a lo que se diga de él en la calle, en los medios o donde sea. La idea es no trastocar valores dominantes, sean del Partido Comunista Cubano, sean de la dictadura en tal o cual país, sean de Televisa o ahora de la poderosa empresa española Prisa, cuya responsabilidad social corporativa dice que es “la defensa de la libertad de expresión y del rigor informativo [como su] mayor aportación al desarrollo de la sociedad democrática”, como lo demostró con Carmen Aristegui, para citar un ejemplo actual de censura.
Octavio Rodríguez Araujo, La Jornada, 10 de enero.

Con la desaparición de Hoy por Hoy algunas campanas están volviendo a doblar por una muerte más en el campo de la libre expresión, la crítica y el pluralismo. Obviamente esas campanas no tocan sólo por Carmen y su equipo, sino, sobre todo, por el golpe que los intereses creados, nacionales y extranjeros, le han propinado en el campo de la información masiva al muy débil pluralismo político mexicano.
El acceso a una información cotidiana bien seleccionada y argumentada, presentada con oportunidad, sentido del interés ciudadano y analizada en sus contextos relevantes permite crear y sostener una opinión pública vigorosa y, por ende, capaz de influir en las decisiones y conductas de las instituciones públicas. Sólo adquiriendo un conocimiento detallado y relativamente profundo de los temas políticos y contrastando las interpretaciones sobre los mismos, el ciudadano está en posibilidad de hacer valer sus intereses individuales, de grupo y de clase. Sin esa información y contraste, el valor del sufragio disminuye hasta desaparecer.
Lorenzo Meyer, “Agenda ciudadana”, Reforma, 10 de enero.

He oído y leído numerosos comentarios sobre la salida de Carmen Aristegui de W Radio, que merecen alguna reflexión. Dicen unos —casualmente cercanos a Televisa— que no tiene nada que ver con una revancha de esa empresa (por no gustarle las ideas de Carmen sobre las leyes que afectan a los intereses mediáticos). Es que, afirman, ya nada tenía que ver Televisa con las decisiones de W Radio. Así es. El manejo editorial recae en el otro socio, el grupo español Prisa. Pero no parece casual que en aquellos ámbitos donde Televisa sí podía decidir, lo hizo, cancelando la emisión televisiva del programa desde 2006. ¿Eso no sugiere nada? Por otro lado, aunque directivos de Prisa, en su versión de los hechos, alegan ahora cuestiones no relacionadas con los contenidos editoriales (aunque algunos sí hablan de “falta de pluralidad”), desde 2006 se quejaban con colegas y conocidos de ser fuertemente presionados por Televisa para deshacerse de Aristegui, justo por las posiciones políticas de la periodista. ¿Nada qué ver? Vaya que cuando hay disposición al autoengaño, simple y llanamente no existen límites. Si Prisa terminó por ceder a esa presión, seguro fue por un cálculo político-comercial de más largo plazo, aunque comprometiendo la enorme credibilidad que ese sello tuvo en México
José Antonio Crespo, “Horizonte Político”, Excélsior, 11 de enero.

Mal comienza el año sin la voz de Carmen Aristegui todas las mañanas en la radio. Al tiempo que atentan contra la libertad de expresión al cerrar un espacio informativo, que era ya referencia obligada, y tanto que se volvió la fuente de muchos titulares de la prensa escrita, los directivos de XEW se pegan un tiro en la sien. Allá ellos, sin embargo, si quieren suicidarse. Qué más da que decidan, en un acto insólito de estupidez editorial y comercial, dar una bofetada a su audiencia, mandarla al carajo y traicionar sus propios objetivos. Qué más da que se queden sin un “éxito” de esa magnitud y se den el lujo de perder una posición protagónica en el cuadrante como la que Carmen Aristegui y su equipo habían conquistado en pocos meses. El asunto que realmente importa no es la naturaleza del desacuerdo entre la periodista y la empresa y sus efectos en el rating y la facturación de la emisora, que habrán de ser muchos y de muy alto costo, sino el hecho de que los directivos de Prisa, que saben muy bien los alcances de su decisión y también la magnitud del “favor” que hacen al poder, desconocen y desdeñan la profundidad del agravio que contra muchos mexicanos han cometido.
Epigmenio Ibarra, Milenio, 11 de enero.

Otros ven en la salida de Carmen la simple finalización de su contrato, sin censura ni revanchas de por medio. No es exacto, pues se pretendía transferir las decisiones de contenido de su noticiero a otra persona y convertir a Carmen casi en lectora de noticias, como tantos hay. Lo que desde luego no es aceptable para ningún comunicador que algo de integridad tenga (¿lo aceptarían los conductores de Prisa en España?). Pero suponiendo que todo se hubiese debido a la no renovación de contrato, quienes eso aseguran se desgarraron las vestiduras denunciando censura y revanchismo cuando Hugo Chávez se negó a renovar la concesión a una importante televisora. La lógica fue similar, y el gobierno de Chávez así la manejó: concluyo la concesión y nada me obliga a renovarla. Sin desconocer la diferencia en el alcance de ambos casos, veo en ellos un acto de censura (disimulada, como debe ser) y de revanchismo, no inmediato, pero sí “diferido”. Los dos casos —no sólo uno— me parecen inadmisibles
José Antonio Crespo, “Horizonte Político”, Excélsior, 11 de enero.

Los señores de Prisa tienen que rendir cuentas por esta acción de censura; porque más allá de todo eufemismo y dada la naturaleza del programa de Carmen, de eso se trata: de un acto de censura. Carmen habla sin tapujos; persigue los hechos con tenacidad ejemplar; no puede ni sabe callar lo que otros por supeditación a los intereses corporativos, conveniencia y complicidad callan. Carmen es incisiva en la entrevista, atinada en el comentario, incómoda para el poder; pero de eso se trata el periodismo: de establecer un contrapeso, de brindarle armas a la sociedad para que ella misma lo establezca.
Epigmenio Ibarra, Milenio, 11 de enero.

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