Los tamales no podían faltar

NUEVA YORK.— Heliodora Vera Carrizal prepara y vende tamales. Durante 18 años, sin descanso ni vacaciones, ha realizado la misma rutina.
Cada uno de los 365 días del año, los siete días de la semana, ella se ha levantado a las 5:30 de la mañana para salir antes del amanecer del departamento que renta en el quinto piso de un edificio ubicado en la calle 120.

En un diablito lleva varias ollas y en su interior hay 250 tamales de dulce, rajas, mole rojo y salsa verde, sin olvidar un recipiente con champurrado y otro de arroz con leche. Toda la materia prima la compra en un ‘market’ cercano a su departamento.

A diario camina cuatro cuadras con ese diablito para llegar al crucero que por casi dos décadas le ha generado sentimientos tan encontrados como pena y esperanza. Aquí padece constantemente a la policía y a las autoridades sanitarias de Nueva York que le han impuesto multas de hasta 3 mil dólares por no contar con un carrito adecuado para vender, por ejemplo.

A Heliodora se le descompone el rostro y los ojos se le llenan de lágrimas con una sola pregunta ¿qué hay de su familia, de sus hijos?; la señora ha sido una mamá a distancia, que llama constantemente por teléfono a Zilacatipan, Oaxaca, para hablar con sus hijos y escucharlos crecer.

Pero 18 años no son suficientes para regresar a México. Se quedará aquí a pesar de la crisis y la recesión que ya pegan de lleno en este país. “Aunque sea poco, pero tengo con qué mantenerme y mandarle a mi familia; allá nos morimos de hambre”.

El Universal, 30 de noviembre.




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