Cada uno de los 365 días del año, los siete días de la semana, ella se ha levantado a las 5:30 de la mañana para salir antes del amanecer del departamento que renta en el quinto piso de un edificio ubicado en la calle 120.
En un diablito lleva varias ollas y en su interior hay 250 tamales de dulce, rajas, mole rojo y salsa verde, sin olvidar un recipiente con champurrado y otro de arroz con leche. Toda la materia prima la compra en un ‘market’ cercano a su departamento.
A diario camina cuatro cuadras con ese diablito para llegar al crucero que por casi dos décadas le ha generado sentimientos tan encontrados como pena y esperanza. Aquí padece constantemente a la policía y a las autoridades sanitarias de Nueva York que le han impuesto multas de hasta 3 mil dólares por no contar con un carrito adecuado para vender, por ejemplo.
A Heliodora se le descompone el rostro y los ojos se le llenan de lágrimas con una sola pregunta ¿qué hay de su familia, de sus hijos?; la señora ha sido una mamá a distancia, que llama constantemente por teléfono a Zilacatipan, Oaxaca, para hablar con sus hijos y escucharlos crecer.
Pero 18 años no son suficientes para regresar a México. Se quedará aquí a pesar de la crisis y la recesión que ya pegan de lleno en este país. “Aunque sea poco, pero tengo con qué mantenerme y mandarle a mi familia; allá nos morimos de hambre”.
El Universal, 30 de noviembre.
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