'Hereda' odio racial viuda de paisano

Desde que asesinaron a su esposo mexicano en julio de 2008, Cristal Dillman ha vivido en carne propia el racismo contra la población hispana en Pennsylvania, pese a que ella es estadounidense de nacimiento.

El guanajuatense Eduardo Ramírez, de 25 años, fue atacado por cuatro adolescentes anglosajones en Shenandoah, Pennsylvania, el pasado 12 de julio. Los menores lo golpearon hasta matarlo por el solo hecho de ser hispano.

Hasta ahora los agresores permanecen libres y, según Cristal, tienen suficientes influencias con la Policía del condado para que su delito permanezca impune.

"Quiero que la gente obtenga justicia. Los inmigrantes son lastimados o asesinados y a nadie parece importarle. Si la víctima es un inmigrante, no van a iniciar un proceso criminal, pero si es una persona blanca, lo procesan rápido", reprocha la viuda del paisano.

Madre de tres hijos de 1, 2 y 3 años de edad, Cristal ha decidido mudarse a la localidad de Iramuco, en el municipio de Acámbaro, Guanajuato.

Planea vivir con su suegra, al menos por un tiempo, pues es constantemente hostigada por los habitantes de su comunidad en EU.

"La gente en Estados Unidos habla mal de mí, soy acosada por la Policía, la gente me sigue. Sé que enfrentaré estos problemas por el resto de mi vida", lamenta.

"A ellos no les gusta el cambio, que gente con diferentes pasados y culturas vengan a sus ciudades. Piensan que les quitan sus trabajos, pero no es cierto, vienen para darles a sus familias una vida mejor".

El pasado 30 de agosto, Cristal encabezó a un pequeño grupo de manifestantes en un parque de Shenandoah que demandaban respeto a los derechos de los migrantes.

Enfrente, alrededor de 300 personas convocadas por la agrupación Voice of the People clamaban por las expulsión de todos los indocumentados de la localidad.

Es la primera vez que Cristal visita México.

Entiende poco español y la familia de Eduardo no habla inglés.

La madre de Eduardo, Elisa, no sabe cómo resolverá la situación económica de su nuera y sus nietos, pues era su hijo, de 25 años, quien mantenía el hogar con las remesas que enviaba.

Ella reprueba el crimen de odio que mató a su hijo.

"Es que lo golpearon muy feo. Cayó al suelo y quedó en estado de coma. Uno le pateaba e la cabeza y otro en el pecho y le dejó grabada en la piel una medalla de Jesús que traía en el cuello", relata.

"Si él fuera violento yo lo entendería, pero yo no puedo aceptar esto", recrimina.
Silvia Garduño, Reforma, 28 de noviembre.

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