Le pasó lo que a un promedio de 50 mil mexicanos indocumentados en Estados Unidos les sucede al mes: la deportaron.
El cuento acabó cuando acudió a una cita en las oficinas migratorias de Chicago, Illinois, en la que pretendía regularizar su estancia en Estados Unidos.
Pero la esperaban un par de guardias.
Delante de su marido fue esposada. “Nunca me he sentido más humillada”, relata.
Aunque las cifras oficiales indican que las deportaciones de paisanos han disminuido respecto a 2007, en los últimos tres años más de un millón y medio de mexicanos han sido forzados a hacer el penoso retorno.
En estados como Illinois, donde radican más de 2 millones de connacionales, la persecución ha ido en ascenso. “Estás hablando de un incremento de 80% en un año”, asegura Ionna Navarrete, del consulado mexicano en Chicago.
María permaneció presa durante 15 días hasta que finalmente fue depositada con 20 dólares en el bolsillo en la frontera norte.
Ni porque acudió, como lo recomienda el consulado mexicano, con abogado a las oficinas migratorias estadounidenses, pudo detener su proceso de deportación.
En su récord constaba que intentó cruzar ilegalmente a Estados Unidos años atrás y eso la convierte en criminal para las leyes de ese país.
Hasta un mes después en México, María se reencontró con sus dos hijos.
“Cuando la deportaron me quedé con mis dos hijos, mi mamá los cuidaba”, narra Martín en la sala de una casa como de ensueño, en los suburbios de Chicago. “El más chico, Chuchín, me jalaba y llevaba al retrato de su mamá y apuntaba a su cara. Ahí fue donde decidí sacrificarme y llevárselos”, rompe en llanto.
Max, el mayor, tenía 5 años cuando se instaló en su nuevo hogar, a tan sólo unos metros del basurero de Neza Bordo, en el estado de México.
Hablaba inglés, pero ya lo olvidó. También lo que era la vida dentro de una familia unida.
Hoy en día no sólo está la crisis en EU, la mayor dificultad para encontrar trabajo, sino que vivir de ilegal es vivir en el acecho.
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