La agonía de las FARC


BUENOS AIRES.— Para las FARC, el año que expira terminó siendo la confirmación de que con la guerrilla colombiana pasa lo mismo que con un glaciar. Cuando se está en retroceso es imposible la rehabilitación.
La caída del jefe máximo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), alias Alfonso Cano, les deja dos caminos posibles: mantenerse, hasta el final, aferrados a su lógica de guerra, o —la más improbable— buscar una salida negociada.
Después de un fatídico 2009, con varios miembros del secretariado caídos bajo las balas y el deceso, por muerte natural, de su líder histórico, alias Manuel Marulanda o Tirofijo, la guerrilla intentó reagruparse en torno a la figura de Cano, quizá el más proclive de los comandantes del grupo insurgente a buscar a acuerdos de paz. Pero en la guerra se vive y se muere y Cano murió abatido el 3 de noviembre.
Ni la sucesión ni la respuesta se hicieron esperar. Días después de que el ejército terminara con la vida del “intelectual” de las FARC, su lugar fue ocupado por alias Timoleón Jiménez, también conocido como Timochenko. Las aguas no se habían calmado cuando, el 26 de noviembre, las FARC ejecutaron a cuatro rehenes, incluyendo el cabo Libio José Martínez, el cautivo con más tiempo en poder de la guerrilla (fue secuestrado en 1997), en momentos en que el ejército intentaba rescatarlos. Ni el anuncio posterior de nuevas liberaciones pudo tapar el verdadero estado de descomposición en que se encuentra la insurgencia.
Cano buscó recuperar la confianza del pueblo colombiano a través de los contactos con el grupo de Colombianos por la Paz, que lidera la ex senadora Piedad Córdoba. El trabajo de Córdoba y el grupo, con el apoyo de la Iglesia católica permitió la mayor parte de las liberaciones de rehenes en los últimos dos años.
Por momentos se avizoraba la posibilidad de un intento de diálogo.
Pero en noviembre de 2010, cuando cayó en combate el jefe militar de las FARC, alias Jorge Briceño, o Mono Jojoy, las cosas alcanzaron el punto máximo de belicismo.
El presidente Juan Manuel Santos, que asumió el cargo en agosto de 2010, comenzó a ser presionado por varios sectores políticos, que lo acusaban de haber abandonado “la política de seguridad democrática” de su predecesor, Álvaro Uribe, que él mismo instrumentó como ministro de Defensa. Las labores militares se intensificaron y el resultado fue la baja de Cano, para muchos observadores “el único interlocutor posible para un acuerdo de paz”.
Hoy, la guerra en Colombia está otra vez al rojo vivo. Las manifestaciones de cientos de miles son una muestra de que la muerte política de la guerrilla —acaecida en 2002, tras los frustrados acuerdos de El Caguán— no conocerá el milagro de la resurrección. Poco a poco, las Fuerzas Armadas han ganado terreno, frente a una guerrilla que, en franco retroceso, no termina de asimilar los golpes mientras el conflicto, igual que en el último medio siglo, se cobra vidas todos los días.
José Vales, El Universal, 30 de diciembre.

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