Hace una semana y a sus 81 años, Castro renunció a la Presidencia. Pero pese a haber dejado de ser “Comandante en Jefe” para convertirse en el “Compañero Fidel”, nadie duda de la influencia que mantendrá en el rumbo del país.
Por estos días y luego que el Parlamento eligiera a su hermano Raúl como sucesor, se tomó una pausa en su oficio de editorialista, un papel que adoptó hace un año para abordar en sus “Reflexiones del Comandante en Jefe” diversos problemas mundiales y abrir “fuego ideológico” contra EU.
“Me había prometido unas vacaciones. Los días de tensión, esperando la proximidad del 24 de febrero, me dejaron exhausto”, dijo en el mensaje de renuncia.
En 19 meses de convalecer de una enfermedad que lo puso al filo de la muerte, el hombre de discursos infinitos y trabajo hasta al amanecer, transformó, según sus allegados, su frenético ritmo de vida política en disciplinadas jornadas de actividad intelectual y rehabilitación física.
Se levanta temprano, debe tomar sus pastillas y comidas a tiempo, y a mitad de la mañana, tras hacer ejercicio, comienza a leer “cuidadosamente todos los días las opiniones sobre Cuba de agencias tradicionales de prensa”, contó el mismo Fidel en mensajes.
“Hago lo que puedo: escribo. Constituye para mí una experiencia nueva: no es lo mismo hablar que escribir. Hoy, que dispongo de más tiempo para informarme y meditar sobre lo que veo, apenas me alcanza para escribir”, aseguró en un artículo del 14 de enero.
Sus famosas jornadas nocturnas ya quedaron atrás. El punto final de la mayoría de sus casi 80 reflexiones lo ha puesto entre las cinco y siete de la noche, no más de las ocho, y uno que otra a las tres de la tarde.
”Todo el resto del tiempo lo empleo en leer, recibir información, conversar telefónicamente con numerosos compañeros y realizar los ejercicios de rehabilitación pertinentes”, explicó hace unos meses en otro editorial. El lugar donde se halla es todo un misterio. Unos hablan del Cimeq, un hospital especializado en el oeste de La Habana; otros de su residencia, conocida como “Punto Cero”, o en el mismo Palacio de la Revolución.
Está bajo cuidado de un equipo de médicos y de su esposa, Dalia Soto del Valle, a quien su amigo argentino Miguel Bonasso llama “la señora amable” que conduce a los visitantes al “sancta santorum” –como lo llamó– donde se recupera el líder.
Devora libros y ensayos de autores internacionales. Han pasado por sus manos en su convalecencia La edad de la turbulencia, de Alan Greenspan, Nemesis: los últimos días de la República estadounidense, de Charlmers Johnson; y el último al que hizo referencia: Faith of my Fathers, del candidato republicano estadunidense John McCain. “He vuelto a ser un estudiante, en dos palabras”, le dijo en 2007 a su amigo, el presidente Hugo Chávez.
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