Inician desde niños carrera migratoria

TIJUANA.- A las 11:30 horas, Alfonso Picos, agente del Instituto Nacional de Migración (INM), abre el candado de la reja por donde pasarán los menores deportados por Estados Unidos.

Como todos los días por la mañana, en la garita Puerta México-San Ysidro un representante del Consulado mexicano en San Diego entrega los niños a un agente del INM.

"!Carla!" grita el funcionario Picos, esperando que la única mujer entre ocho menores repatriados se acerque y le dé sus datos: nombre completo, edad, lugar de origen.

Con una maleta de más de 20 kilos a cuestas, Carla dice que es de Hidalgo y que tiene 17 años.

El agente la deja pasar a territorio mexicano y le dice que espere, pues pronto será canalizada al DIF.

Uno por uno, los menores son entregados al personal del módulo de menores migrantes del DIF, ubicado a unos cuantos metros de la garita, desde donde serán trasladados a algún albergue.

En 2007, alrededor de 4 mil menores no acompañados fueron atendidos por el módulo.

A Carla la detuvieron en el aeropuerto de Denver, cuando en el mostrador de la aerolínea enseñó una identificación falsa para viajar a Chicago, donde visitaría a unos amigos.

"Me detuvieron por una ID chueca; ya había viajado con ella antes a Chicago, Miami y Nueva York", comenta.

Hace un año tres meses llegó a vivir sola a Las Vegas, donde encontró trabajo como vendedora de cosméticos Mary Kay.

Con tan sólo 15 años, Carla escapó de su casa en Pachuca para ira a ganar dinero a Estados Unidos.

"Siempre he sido muy ambiciosa. Pasé de ilegal a la primera; a mi mamá le avisé cuando ya estaba acá".

Cuando su mamá se enteró que había sido deportada, lloró al teléfono y de inmediato tomó un avión a Tijuana.



Reunificación frustrada

En el módulo del DIF los niños reciben un par de galletas mientras esperan su traslado.

Mientras otros adolescentes las comen sin recato, Hugo duda un poco.

"¿Cuántas calorías tienen?", pregunta el muchacho de 17 años.

"Tú nada más cómetelas y ya", replica uno de sus compañeros.

Originario de Zacatecas, Hugo viajó hace algunos meses a Tijuana para rehabilitarse de anorexia, enfermedad que adquirió por dejar de comer e ingerir laxantes, luego de que sus familiares le decían que estaba gordo.

Cuando estuvo más grave, llegó a pesar tan sólo 30 kilos.

En plena rehabilitación, esta semana surgió la oportunidad de cruzar al otro lado.

"Ya estando acá, alguien se ofreció a cruzarme por 4 mil pesos", comenta.

Su plan era viajar a Los Ángeles para reunirse con su madre, quien reside allá desde hace cuatro años, pero agentes de la Patrulla Fronteriza lo detuvieron cuando cruzaba un cerro.

En el módulo, Hugo se mantiene distante del resto de sus compañeros y observa la película "La Era del Hielo" mientras espera a que alguien venga a recogerlo.

Al llegar al lugar se pregunta a los niños dónde, cuándo fueron detenidos; dónde están sus padres; cuál es su situación familiar y si han sido maltratados, entre otras cosas.

Luego se establece contacto con sus familiares, quienes pueden ir a recogerlos hasta las seis de la tarde.

La madre de Rigo, de 15 años, llega al módulo minutos después de que su hijo fuera deportado.

Trae su acta de nacimiento y su credencial de elector en mano, para acreditar que puede llevar a Rigo a casa.

Originario de Tijuana, Hugo fue detenido el 3 de enero en San Ysidro y trasladado a una cárcel para menores, pues, sin su conocimiento, el vehículo en el que viajaba acompañando a un adulto transportaba droga.

Salió del centro de detención de San Diego el 4 de febrero y un día después fue repatriado.

"Fui a dos cortes, tenía que esperar a la migra para que me deportaran. Yo tenía mi visa y me la quitaron. Hasta después de cinco años me la pueden volver a dar, si es que no tengo ningún delito en Tijuana", explica.

"Yo iba nada más de acompañante, sólo íbamos a dejar el coche a un Burger King".



Perseverancia

Los familiares de David, de Guerrero y de Mario, de Aguascalientes, no pudieron ir por ellos al módulo durante el día, por lo que fueron trasladados al albergue para adolescentes migrantes Casa YMCA.

Lo primero que hizo David al llegar fue poner a secar su acta de nacimiento, su certificado de secundaria y sus boletas de calificaciones sobre un burro de planchar. Los documentos se mojaron cuando cruzo la frontera.

"Me van a mandar a alguien para volver a cruzar", comenta el muchacho de 17 años, que quiere alcanzar a su hermano que trabaja en EU.

A Mario le prestaron unos zapatos y una chamarra en el albergue, pues un día antes lo metieron a una cajuela con cinco personas para cruzar la frontera y el pollero hizo que se quitara sus tenis y su sweater, "para que cupieran mejor" le dijo.

En Casa YMCA, su hermana hace contacto telefónico con él y le dice que a más tardar en un día alguien pasará a recogerlo, probablemente su primo, también deportado.

"Es la segunda vez que me deportan. La primera me entregué, estábamos mojados y estaba haciendo mucho frío", relata.

"Si vienen por mi, lo vuelvo a intentar".

Aunque por lo general los menores se quedan de uno a tres días en Casa YMCA, Uriel González, coordinador del albergue, admite que ha habido niños que se han quedado hasta un año.
Nota de Silvia Garduño, enviada, Reforma, 10 de diciembre.

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