La pobreza los alcanza

HERMOSILLO. En la casa de María Refugio hay una imagen inmensa de San Judas Tadeo sobre unas tablas. Es el santo de la esperanza en esta vivienda de escasos metros y muchas carencias. Porque aquí, desde hace semanas un hombre sale todos los días en busca de trabajo y regresa con el ceño fruncido.

Es el hogar de la familia Murillo López, un matrimonio con cuatro hijos, originarios de Chihuahua, que estuvieron viviendo tres años en Agua Prieta, ciudad fronteriza de Sonora con Arizona, hasta que se mudaron a la capital del estado en busca de encontrar un trabajo mejor.

“Allá en Agua Prieta vive una hermana, y ahí estuvimos viviendo con ella un tiempo, pero no había trabajo, así que mejor nos vinimos para acá, a la capital (Hermosillo), pero aquí está igual de complicada la situación”, explica Refugio, una mujer de pocas arrugas y muchos lamentos.

Aquí no encontraron un trabajo mejor. Ahora viven en las periferias, en la prolongación de un asentamiento donde sus colonos han invadido terrenos ajenos, y a través de manifestaciones exigen cada año a las autoridades que les brinden eso que llaman servicios básicos: agua, luz y drenaje.

Su esposo, Antonio López, es albañil, pero desde hace dos meses terminó su último trabajo. Desde entonces, todos los días sale en busca de “una chambita”, pero no encuentra nada.

“Él es albañil, su último trabajo fue en un fraccionamiento que andan haciendo al norte (de la ciudad), pero se acabó el trabajo ahí y no le ha vuelto a salir nada nuevo, él está muy desesperado, ya anda buscando de lo que sea”, comenta la mujer.

El señor de 38 años de edad estudió una carrera técnica de electricista, dice su esposa, y lo más lamentable es que ni con eso pudo conseguir un trabajo decente en Chihuahua.

Y es que esta mujer de 37 años dice en un eterno suspiro que la vida está difícil y entonces señala y empieza a detallar las carencias.

“Aquí no tenemos agua potable, no tenemos luz, hace un calor insoportable y tenemos que sortearlo con abanicos, porque si ponemos un cooler (aparato de enfriamiento) los térmicos se botan, no aguantan tanta carga”, exclama.

El calor arriba de los 40 grados centígrados que se registran durante el verano en Hermosillo ya ocasionó estragos en sus hijos: José Antonio, el más pequeño, se ha deshidratado en dos ocasiones.

Además, la niña que estudia en la primaria también ha estado a punto de deshidratarse, ya que tiene que caminar varias cuadras para llegar a la escuela: una construcción decorada con grafitis, donde tampoco hay aire acondicionado porque “se botan los térmicos”.

Para ayudar a su esposo con los gastos, Refugio cuenta que ella trabaja dos veces por semana limpiando otros hogares. También plancha y lava ropa ajena. Aún así, es insuficiente para un hogar con tantas carencias.

“Nosotros llegamos aquí con la esperanza de que nos iba a ir bien, por ser una ciudad grande, que él iba a encontrar un trabajo estable para darle buen estudio a los muchachos que están creciendo y que luego entrarán a la universidad, pero en todos lados la situación está crítica”, dice.

Ahora, después de varios años de vagar de ciudad en ciudad, a su esposo le gustaría regresar a Chihuahua con los suyos para aminorar la nostalgia que produce vivir en tierra ajena, pero a Refugio algo le preocupa: “volver peor que como nos fuimos, ahora sí que sin nada, eso sí no quisiera yo”.

Además, la inseguridad que se vive en su estado es algo que los frena para volver. Cuenta que en los últimos años les han matado a tíos, primos y sobrinos. Por eso prefieren morir de pobres que por una bala “perdida”.

El Universal, 31 de julio.

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