Del miedo y dolor, a la alegría y el baile

Del dolor y la angustia que habían experimentado durante cinco días de caravana, los migrantes y familiares de migrantes desaparecidos pasaron a la euforia. Y es que aquí, en La Patrona, Veracruz, el pueblo donde las mujeres preparan cada día cinco kilos y medio de arroz, ocho kilos de frijol y 36 costales de pan y los reparten en forma de tortas con aguacate guardadas en bolsitas que entregan junto a las vías a los centroamericanos al veloz paso del tren sobre el cual éstos van montados, y desde donde los jinetes de la máquina se estiran en peligroso acto de equilibrismo, aquí el pueblo los recibió con tal calidez (mantas de bienvenida, velas al atardecer afuera de las casas, rezos, música), que los hombres y mujeres de las travesías migratorias, acostumbrados a los maltratos y al desdén de los mexicanos, estaban estupefactos: apenas atinaban a sonreír con las pupilas dilatadas de asombro, y algunos agradecían con un “Dios los bendiga”.

Un religioso, Fray Tomás Sánchez, encargado de Casa 72 Migrantes, de Tenosique, Tabasco (nombrada así en homenaje a los 72 migrantes encontrados en dos fosas clandestinas de San Fernando, Tamaulipas), les decía al arribar a este cálido sitio:

“El pueblo mexicano no es un pueblo de asesinos de migrantes”.

Y al menos por unas horas, hombres y mujeres venidos del sur se lo tomaron en serio y en un enorme salón de fiestas sin paredes comieron sus tortas de frijol con aguacate, tamales rojos y verdes, bebieron agua y café con leche, y tuvieron de postre variedades de pan dulce. Ahí, junto a esas mujeres (son 13, las patronas, mamitas les llaman los centroamericanos) que arriesgan sus vidas hasta aproximarse a los veloces trenes para acercarles bolsitas con comida y agua, los migrantes cantaron, silbaron y bailaron en medio de una euforia momentánea.

Hasta que empezaban a recordar las historias de su diáspora.

Dos lanchitas, muy frágiles, se hicieron a la mar en el Pacífico de Centroamérica con México como destino final de su travesía. Iban repletas de gente de El Salvador. Demasiados migrantes para tan endeble embarcación. Era de prever en qué acabaría la actitud temeraria de los coyotes: en San Mateo del Mar, costa oaxaqueña, naufragó la lancha. Eso se dice: que de 18 salvadoreños que navegaban en calidad de mercancía, 15 murieron ahogados. Eso, desde 2006, llegó allá, a Las Chinamas, en Ahuachapán, El Salvador, hasta los oídos de Marcelina del Carmen Ayala, de 51 años. Y nadie sabe bien, pero alguien le dijo que Maricela Cecivel Aristondo Ayala, su hija de 26 años, y Óscar Armando Carriseles Zepeda, su yerno de 31años, se hundieron en las aguas con todo y esos botes de porquería. La abuela tuvo que hacerse cargo de sus nietos sin padres, uno de ocho y otro de dos años. Y desde entonces, Marcelina anda buscando. Buscando certezas, buenas o malas.

—Los dos quisieron irse juntos sin sus hijos para hacer dinero. Me dicen que si estuvieran vivos ya se hubieran comunicado, pero yo no lo sé, platica sentada bajo un árbol que la resguarda del severo sol en una placita a ubicada unos cuantos metros del ferrocarril. Dice la historia que los cuerpos de los náufragos están enterrados en Juchitán, Oaxaca, en una fosa común. Ella quiere confirmar la versión:

—Yo sólo quiero saber si están vivos o muertos. No me quiero morir con esta angustia. Y no es por mí: es por mis nietos, para que sepan que, si sus padres no están con ellos, es porque están muertos, no porque los abandonaron… Viera qué duro…

Se ve, se ve qué duro: su rostro está desecho.

En la jornada del domingo los escoltas del padre Alejandro Solalinde fueron detenidos en Puebla por elementos policiales del estado. Una vez verificada su identidad, fueron liberados. La Caravana llega este lunes a México para marcha al zócalo y hacia el Senado.

Juan Pablo Becerra-Acosta M./Veracruz, Milenio, 1º de agosto.

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