Pormenores de la liberación

Lo último que escucharon de sus secuestradores fue: ¡Caminen, no se quiten las vendas o se los carga la chingada!”. Anduvieron por un lapso aproximado de minuto y medio, sin saber adónde se dirigían.

Fue entonces que la Policía Federal los encontró, pero el miedo los invadió, ya que pensaron que se trataba de policías municipales dispuestos a matarlos.

Ésa es la principal versión rendida y que obra en el parte policiaco relacionado con la liberación de los camarógrafos del Grupo Multimedios y de Televisa Torreón, Javier Canales Fernández y Alejandro Hernández Pacheco, respectivamente.

Lo anterior, luego de que sicarios del cártel de Sinaloa decidieron abandonarlos tras verse rodeados por el personal de la mencionada corporación policiaca el pasado 31 de julio.

De acuerdo con testimonios rendidos y que constan en el parte policiaco de la operación, ambas personas estuvieron secuestradas en cuatro domicilios de Gómez Palacio, Durango, que eran utilizados para ejecutar a narcotraficantes de bandas rivales.

Junto con ellos, compartieron cautiverio el jefe de información del programa Punto de Partida, de Televisa, Héctor Gordoa Márquez y Óscar Solís, del diario local El Vespertino, el primero de ellos liberado el 29 del citado mes, tras entablar negociaciones y exigir a sus empresas la difusión de videos en que se acusaba a autoridades de Coahuila de mantener nexos con el cártel de Los Zetas.

Horas antes de su rescate los periodistas trataron de escapar de un domicilio, en el que permanecieron encerrados en un baño, sin agua ni comida.

Lograron soltarse, pensaron que los habían abandonado, forzaron la puerta y salieron del baño.

Observaron que en el interior de la casa había rastros de sangre en pared y piso. Pretendieron huir, pero para su mala fortuna, en ese momento llegaron entre cuatro y seis gatilleros a bordo de una camioneta, quienes los golpearon con tablas en diversas partes del cuerpo.

Una vez más los amarraron, pero esta vez con alambre y los condujeron a otro domicilio.

Los sicarios estaban nerviosos, dispuestos a matarlos, sólo aguardaban la orden, pues en sus radios de comunicación escuchaban a sus cómplices que la Policía Federal estaba reventando domicilios, donde los habían mantenido cautivos.

Dos de los inmuebles utilizados por la organización criminal se encontraban en obra negra.

En la última vivienda donde los tuvieron secuestrados, permanecieron tirados en el piso, bajo la advertencia de que en cualquier momento llegarían otros narcotraficantes para llevárselos y asesinarlos, por “no saber valorar” su vida.

Según los reportes oficiales, dos horas antes de las seis de la mañana de aquel 31 de julio, los camarógrafos estuvieron solos. Únicamente escuchaban helicópteros sobrevolar la zona, vuelos que se realizaban desde 24 horas antes, pues ya los habían escuchado en el otro inmueble.

Una vez más, los pistoleros regresaron al domicilio, los levantaron y sacaron a la calle. Con los ojos vendados y manos atadas, les dijeron: “Caminen, no se quiten las vendas o se los carga la chingada”. Caminaron y los federales los encontraron, frente al inmueble del cual horas antes trataron de huir.

Inmediatamente recibieron atención médica, trataron de calmarlos y les dijeron que no se preocuparan, porque estaban a salvo.

Posteriormente, el coordinador regional de seguridad de la PF, Luis Cárdenas Palomino, les hizo el comentario que “el presidente (Felipe Calderón) los quería ver; sólo fue un comentario.

Se decidió trasladarlos a la Ciudad de México y en el hangar de la Policía Federal fueron recibidos por el secretario de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna, y por el comisario general de la PF, Facundo Rosas.

Los invitaron a la conferencia de prensa, para anunciar su liberación, tras seis días de negociaciones y de labores de inteligencia.

Se les ofreció seguridad, no sólo a ellos y sus familias, pero desde hace tres semanas de permanecer en una casa que le brindó el SITATyR, uno de los camarógrafos decidió abandonarla y solicitó asilo en Estados Unidos.

Rubén Mosso, Milenio, 17 de septiembre.

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