La definición académica describe que un coyote es un tipo de lobo pequeño, que sigiloso pesca a una oveja y se la traga. La palabra “coyotear” esconde a un pillo que hace de intermediario en cualquier negocio que pueda sacar ventaja. Pero la palabra coyote en México es sinónimo de abuso, de criminalidad, de un tipo que se aprovecha de migrantes que tienen la ilusión de llegar a Estados Unidos.
Dicen que son “un mal necesario”. La frase es polémica, sobre todo ahora que se sabe que entregan migrantes a la organización criminal de Los Zetas, que en agosto pasado ejecutó a 72 indocumentados. La realidad es que para algunos, los “servicios” de los coyotes resultan útiles, pero muchos otros, han sido víctimas de sus fechorías.
De los coyotes que hablamos, los del sur, los de la frontera de México con Guatemala, son esos que acechan el rebaño de migrantes de Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Brasil, Colombia e, incluso de la propia, Guatemala para internarlos o perderlos en territorio mexicano.
A los centroamericanos les cobran entre 4 y 5 mil dólares por llevarlos desde Guatemala o Tapachula, Chiapas, hacia una ciudad de Estados Unidos. A la gente que procede de Sudamérica 15 mil y si vienen de otro continente, como el africano, hasta 20 mil dólares.
Los coyotes que trabajan en la frontera sur de México también son centroamericanos y mexicanos. Muchos de ellos engañan a los migrantes, les roban el dinero y los dejan botados en el camino, en el mejor de los casos.
A Edwin, un colombiano que hoy permanece en Tapachula en espera de otra oportunidad, le fue muy mal con el coyote. En Agua Caliente, Honduras, lo contrató por 2 mil 500 dólares y lo subiría hasta el río Bravo, en Matamoros. La ruta fue Esquipula, de ahí a Santa Elena, en El Salvador, y finalmente el Petén, en Guatemala. Días después, dice que en Tenosique, Tabasco, a él y a otras familias los entregaron con Los Zetas. “Lo agarré porque quería venir más seguro, pero el problema es que el pollero trabajaba para ellos. Nos entregó, cobró su dinero y los otros nos llevaron a la frontera”.
Una experiencia “inolvidable”
Edwin asegura que todo fue como un secuestro, los tuvieron en una casa de seguridad, y les pidieron hablar vía telefónica con sus familiares en Estados Unidos. Querían 10 mil dólares por pasarlos al otro lado. “Había seis o siete cabrones que estaban armados. El que no pagaba lo tableaban y los iban a dejar a las vías o quién sabe qué pasaba. La gente estaba llorando”. La familia de Edwin pagó y lo entregaron en Houston, Texas. Meses después lo detuvo la migra y lo deportaron.
No es necesario buscarlos debajo de las piedras. En la plaza de Tapachula cualquier persona puede saber dónde encontrarlos. El joven de cachucha, lentes oscuros y una cruz en el pecho se acerca. Dice que sólo trabaja con “papeles”. Que lo lleva a uno con la “doctora” de Migración de México, en Chiapas, y que ella tramita la visa de trabajo conocida como FM3. “Usted no va a hacer nada, yo hablo con ella, yo tengo el contacto”. Insiste en ir a un hotel de paso donde ya tiene otras visas que gestionó para varios migrantes nicaragüenses. Cobra 4 mil dólares por el viaje a Texas. Dos mil ahora y otros dos mil en Estados Unidos. “Se necesita dinero para pasaje de autobús, comidas y hospedaje. De aquí tomamos un camión y luego otro que nos lleva a Tamaulipas, allá los entrego con mi jefe y él los pasa. Llámame porque que salimos mañana mismo”, dijo y se alejó.
Luis Maldonado de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) dice que los coyotes les cobran a los centroamericanos entre 5 y 7 mil dólares por llevarlos a EU. “Si es de otro continente hasta 15 o 20 mil dólares. Es un precio establecido”.
Durante muchos años, los migrantes que llegan al pueblo de Tecún Umán, en Guatemala, —ubicado a las orillas del río Suchiate— han sido presa fácil de los coyotes o polleros de la zona. Hambrientos, se pelean por ellos, los jalan, les prometen que es más barato, que con ellos es más seguro, que no hay pierde y que les ayudarán a realizar su “sueño americano”.
Tecún Umán tiene ahora una terminal de autobuses nueva y pintada en amarillo, que parece una antigua estación de tren. Ahí, cada hora llegan entre 60 y 70 migrantes —según cifras del Flacso— procedentes de diversos países de Centro y Sudamérica.
Flacso realiza ahora un censo al migrante que va entrar a territorio mexicano en el que pide su nombre, nacionalidad, edad y destino final. Aparte, les otorga credenciales de trabajadores fronterizos y de turistas. “La idea es que sean tratados como si fueran mexicanos”, dice Karina, una de las trabajadoras de esa institución.
“Orientadores de pasajeros”
Pero en algo que pudiera considerarse la legalidad dentro de la ilegalidad no sólo aplica el censo, sino que también se trató de llevar un control de los coyotes y se les otorgó gafetes como “orientadores de pasajeros”.
Luis Maldonado, coordinador del proyecto, dice que el problema principal que se registraba en la frontera era que los coyotes engañaban a la gente. “Les decían que los iban a llevar para el norte. Los hacían caminar dos o tres calles y los dejaban tirados en la ribera del Suchiate. Les sacaban entre 200 y 500 dólares. No sólo los robaban, sino que algunas mujeres eran víctimas de violación”. Desde hace más de un mes la Flacso registró a 10 en un intento por mantener controlado algo que no se puede evitar: “Esperamos que a esas personas que se les dio la confianza no cometan errores”.
Unos de estos “orientadores” dice que lleva más de 12 años pasando migrantes a México. Su padre también fue coyote. Ambos eran tricicleros —en esta ciudad es el transporte más común— y también camarista —los que en cámaras de llanta cruzan a la gente de una orilla a otra del río Suchiate—. Dice que su comisión es de 200 a 300 pesos mexicanos por llevar a la gente hacia el ferrocarril carguero que sube de Chiapas hacia Tabasco y Veracruz. Si los migrantes quieren ir hacia Oaxaca los lleva en transporte público, los baja antes de pasar la caseta, la rodean junto con sus migrantes y luego vuelve a tomar otro autobús.
Otro de sus compañeros dice: “La verdad es que algunos (de los coyotes) han trabajado mal, tal vez no han respondido a la gente, les piden entre 500 y 600 pesos por llevarlos a Tapachula —ciudad que está a menos de una hora de la frontera— y aquí nosotros los llevamos por el mínimo dinero”. Tiene 46 años, 16 en el negocio de introducir migrantes a suelo mexicano y dice que el viaje más largo que ha hecho fue a Monterrey. En lancha se llevó a tres personas de Tapachula a Oaxaca y después vía terrestre a Nuevo León. “Siempre se arriesga uno por ganar unos cuantos centavos de más”.
Un coyote de 26 años habla por cuenta propia. “Yo pienso que uno les ayuda en cierta parte y la gente habla... pero no debe ser así porque si los agarran los judiciales mexicanos los dejan sin nada”. Asegura que el mayor riesgo para los migrantes cuando viajan solos es que al rodear cualquier caseta de migración los estén esperando los “mañosos”, ya que los asaltan. Ahí es cuando entra en su papel de intermediario y negocia una cuota por persona. “A veces hay que darles de 700 e incluso hasta mil 500 pesos por migrantes”.
Un coyote nocturno que está pendiente de los autobuses que llegan desde la cinco de la tarde hasta la una de la mañana desenmascara los costos. Dice que si la gente quiere que lo lleven a tomar el tren a la ciudad de Arriaga, Chiapas —que está a cinco horas de la frontera— les cobran 3 mil pesos, si sólo los tienen que llevar a Tapachula la cuota es de 800 pesos y si sólo los cruzan a Ciudad Hidalgo les pagan 250 pesos.
Cuando los suben a Tapachula pagan al retén de soldados del Ejército mexicano 50 pesos por persona. Tienen que pagar otros 50 pesos por migrante a los conductores de combis que se arriesgan. “Hay que bajarlos donde están las casetas de migración de la arrocera y la calera, y si hay rufianes por ahí les tenemos que dar hasta mil pesos por persona. Si van hasta Arriaga o Tapachula hay que darles de comer y tener una casa para que duerman o alojarlos en un hotel hasta que el otro contacto se los lleve”. Dice el otro coyote que el que se encarga de subirlos hacia la frontera del norte les puede cobrar hasta 3 mil 500 dólares.
En la nueva estación de autobuses de Tecún Umán un presunto “orientador de pasajeros” describe que él trabaja sólo con migrantes que vienen con papeles. “Ya tienen su visa migratoria, pagan 268 en el Banco del Ejército, ya traen el contacto del que los va a llevar a Estados Unidos, yo nada más los paso a México”.
Lo encontré pensativo a la orilla del río Suchiate. Es de El Salvador: “Ya casi nadie agarra coyote porque lo dejan tirado a uno. Están cobrando seis mil dólares, pero si quieres que te lleven a Houston, Texas, hay que pagar otro dinero”.
Otro más que estaba en el río dijo que la ventaja de viajar con el coyote es que él paga en todos los puntos de revisión. “Uno siempre es la víctima”. Otro, tiene 29 años de edad y es hondureño. Estaba sentado en la banqueta esperando que pasara la tarde afuera de un albergue para migrantes en Tapachula. Viajar con un coyote ha sido la peor experiencia de su vida.
“Me dijo que jalaba machín. Luego dijo que íbamos a viajar tal día y nunca llegaba ese día, es bastante feo porque te quieren mantener encerrado, te quieren dar de comer una vez al día”. Ahora viaja nuevamente, esta vez con su esposa y sus dos hijos, pero sin coyote. “Puedo salir y si quiero comer un taco me lo como. Es mejor”.
Otro migrante caminaba por las calles de Ciudad Hidalgo —el pueblo mexicano que colinda con Tecún Umán— se llama Alion y viene de Ghana, vía Emiratos Árabes; debió pasar por Sao Paulo, Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala. “Sin coyote, no gusta”.
Un par de colombianos que dijeron no podían dar sus nombres porque habían salido de su país por problemas políticos, dicen que hay dos desventajas:
“Te entregan al cártel de Los Zetas, hasta la misma policía te entrega a ellos. Los llevan con engaños y después los quieren poner a pasar droga. La otra es que si te mueves solo y te detiene la policía te pide dinero en control de pasaportes. Mejor dicho, si usted no les da dinero ahí fue... 100, 200, 500 dólares, lo extorsionan a uno sin justificación alguna”.
Glenda, es una hondureña de 24 años que viaja sola. No quiso pagar coyote porque le han contado varias experiencias malas. Sabe que los riesgos de viajar como mujer es que puede ser violada, asesinada o secuestrada. “A veces ellos lo van cuidando a uno, son personas igual que nosotros que quieren ganarse la vida, pero dicen que el buey se lame con su propia lengua”.
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