Todo esto, dijo un experto, sólo podría haber sucedido en la era digital, ya que físicamente hubiera sido casi imposible robarse en papel más de 250 mil documentos. Pero tal vez lo más notable es el manejo de este material por los medios y la meditación que sobre ello hicieron sus editores.
El hecho es que la divulgación de estos documentos directamente a casi cualquiera que tenga acceso a Internet, por medio de Wikileaks, confirma que los medios tradicionales ya no tienen el monopolio de interlocutores entre el Estado y el público que antes gozaban. A la vez, la manera en que se procesó y se difunde el material demuestra la importancia cada vez más destacada de la necesidad de un equipo editorial para evaluar, organizar y presentar el diluvio de información cada vez más disponible en el universo digital.
Por ahora, después de que The Guardian, Le Monde, The New York Times, El País y Der Spiegel revisaron, algunos durante meses, el acervo secreto, todos se vieron obligados a “explicar” a sus lectores sus razones para publicar una parte de estos documentos, como también su decisión de tachar algunos nombres y segmentos.
Por ejemplo, el Times justificó que la razón más importante para publicar este material es que “los cables cuentan la historia no barnizada de cómo el gobierno toma sus decisiones más grandes, las decisiones que le cuestan al país más en vidas y dinero… A pesar de lo atemorizante que es publicar tal material por encima de objeciones oficiales, sería presuntuoso concluir que los estadunidenses no tienen derecho a saber qué se está haciendo en su nombre”.
Los otros periódicos también ofrecieron versiones de estos argumentos. Hoy, los editores en jefe del Times y The Guardian sostuvieron foros interactivos cibernéticos con sus lectores en torno a las filtraciones y sus decisiones sobre qué publicar.
Alan Rusbridger, editor en jefe de The Guardian, indicó que el material es “más embarazoso que dañino” para el gobierno estadunidense y sus aliados.
“Los diplomáticos obviamente tendrán que recuperar la confianza y convencer a sus fuentes de que pueden platicar de manera segura.” Admitió que sí están omitiendo parte del material para no vulnerar a ciertas fuentes de información, y rechazó la insinuación de que The Guardian “sea lamebotas del Tío Sam”. “No creo que sería correcto subir cada documento sin redacción”, dijo, ya que hay fuentes en países represivos que “estarían claramente en riesgo”, pero que tampoco tienen la capacidad para editar los 250 mil documentos. Por tanto, afirmó que su equipo editorial empleó un “juicio periodístico” y la experiencia de sus especialistas, así como también de los abogados, para evaluar que se publicaría.
Bill Keller, Jill Abramson y Andrew Lehren –los editores de mayor rango del Times– respondieron de una manera más formal en un foro cibernético: “Bastantes lectores están incómodos con la idea de que un grupo de editores –los no electos– decidan revelar información que el gobierno desea manteneren secreto. A veces nosotros también estamos incómodos con eso. Tenemos el mismo interés en la guerra contra el terror que cualquiera”, y señalan que reporteros del Times han sido víctimas.
Reconocen que la “transparencia no es un bien absoluto. La libertad de prensa también incluye la libertad de no publicar, y ésa es una libertad que ejercemos con cierta regularidad”.
El manejo de información y su difusión cibernética han provocado toda una nueva conversación dentro y fuera de los medios tradicionales de información, y Wikileaks, entre otras entidades, la han intensificado.
A la vez, la forma en que se tomó la decisión de quién tiene acceso al material revela problemas nuevos para los medios tradicionales. Hoy el Times confirmó el rumor de que no estaba entre los medios seleccionados por Wikileaks para revisar y difundir los primeros paquetes de cables, sino que recibió la información por conducto de The Guardian. Éste, aparentemente, por la preocupación de que las autoridades británicas lograran suprimir su publicación de esta información, decidió compartirla con otro medio angloparlante para asegurar su difusión. El Washington Post tampoco fue seleccionado por Wikileaks.
Según expertos en medios, el fundador de Wikileaks, Julian Assange, había expresado su disgusto con algunos reportajes sobre él en ambos periódicos estadunidenses.
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