'No nos vamos a dejar'

"Ya se acabó esto", masculla Andrés Manuel López Obrador en el asiento derecho de la camioneta que lo lleva por la calle de El Salvador.

Abre una botella de agua fría y la suelta vacía en unos segundos. Encabezó su último mitin de campaña electoral, legalmente la más corta, de 90 días; realmente la más larga pues no ha parado de viajar, arengar, movilizar en seis años.

Sus hijos Andrés y José Ramón van en la parte trasera; en el asiento de en medio su esposa Beatriz y César Yáñez, el inseparable jefe de comunicación.

López Obrador salió de la plancha del Zócalo por el subterráneo que une con la estación del Metro Pino Suárez. Subió la escalera para salir por la calle El Salvador y ahí seguían centenas de manifestantes. El Zócalo desbordaba, sudaba, seguidores.

La ancha calle de 20 de noviembre estaba repleta casi hasta Izazaga. Madero y 5 de Mayo estaban igualmente llenas hasta Eje Central. Brasil tenía gente hasta Santo Domingo. Y en el Zócalo, apretujada, una muchedumbre que desde las cinco de la tarde ya hacía intransitable toda la plaza aguardaba con paciencia el tiempo para salir.

El tabasqueño subió a la camioneta entre saludos, plegarias, ruegos, "mi abuelita ya murió pero lo admiraba", "padre santo, no nos falles", "ésta es la buena", "no te dejes", "salude a mi niño", "un beso por favor", "una foto", "otra", y el candidato lleva el brazo al aire hasta que la camioneta llega a Jesús María y ya no hay rastro de seguidores.

Son las ocho y media de la noche. Se nota exhausto. El rictus de molestia lo delata. Durante la marcha una señora lo tomó a contrapié para abrazarlo y le dobló la cintura como si bailara quebradita.

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En Bellas Artes, a las seis y media de la tarde López Obrador tomó rumbo al Metro. Dos estaciones para llegar al Zócalo. Los vagones iban llenos. La ilusión viaja en esas ruedas. Sale y entra casi rengueando entre una valla metálica y las centenas de manos que quieren tocarlo.

La marcha ya lleva tres horas. La avanzada no puede desparramarse por el Zócalo porque la plaza está prácticamente llena.

López Obrador habla luego de unas breves palabras de Miguel Ángel Mancera, el candidato a Jefe de Gobierno. La plaza destella entusiasmo pero no unifica coros. Uno de los deportes preferidos de los militantes izquierdistas, sobre todo desde la irrupción de Cuauhtémoc Cárdenas, es llenar el Zócalo. Es su sello, su peregrinación anual, su ratificación de identidad.

La multitud ahora sí se apretuja. Y parece tener, además, los dientes apretados. Escucha prácticamente en silencio unos cuarenta minutos de alocución de López Obrador, quien no necesariamente hila un discurso, sino da una relatoría de sus ofrecimientos que son aplaudidos esporádicamente, provocan gritos dispersos, en una plaza más receptiva que participativa.

"En el 2006 era más emoción, ahora es reflexión", opina Beatriz Gutiérrez, la esposa del candidato.

No es estridente. Mantiene un tono de voz bajo, habla pausado, aunque no tanto como en los debates. No hila conceptos sino desarrolla una arenga con ofrecimientos.

"No habrá monopolios en el cemento, en la telefonía, en los alimentos, en los bancos, en los medios de comunicación. Habrá plena competencia... No vamos a expropiar Televisa ni ningún otro medio de comunicación... Se van a entregar nuevas concesiones, todas las que sean posibles, técnicamente, para radio y televisión", ofrece.

Es el Andrés Manuel que intenta convencer de su mutación y su auditorio parece ser también mutante. Ofrece ampliar becas para doctorado y recibe ovación. Habla de "atender, por humanismo, antes que a nadie, a la gente humilde, a los que más lo necesitan" y sacar de la pobreza extrema a 15 millones de mexicanos". La multitud no corea ni aplaude.

Es el tono de la campaña que culmina: crece simpatía en las urbes y el movimiento estudiantil le da un barniz de protección con clases medias; sus propuesta de gabinete con académicos y empresarios es bien recibida mientras que no hay aplausos ni vivas para activistas o líderes de partidos.

El abandono del "Primero los Pobres" puede cobrarle una factura. La encuesta de REFORMA indica que Enrique Peña tiene 36 por ciento de preferencias entre electores de educación básica por 19 de López Obrador. Entre egresados de educación superior la proporción es exactamente al revés.

Presenta a su gabinete y el más ovacionado es Juan Ramón de la Fuente, pero también el único ausente del grupo designado de colaboradores. No era razón política sino personal. El ex rector está fuera del país atendiendo un asunto personal, informan allegados.

El templete que mira a la plancha llena, está dividido en tres pisos. El primero es para AMLO, su esposa, y los candidatos a gobernadores, también Marcelo Ebrard y el ex Gobernador Lázaro Cárdenas. En el segundo nivel, los miembros del gabinete y en el tercer piso, variopinto, candidatos a delegados, activistas, Manuel Camacho, Porfirio Muñoz Ledo, Rosario Ibarra, el beisbolista "Zurdo" Ortiz y hasta Byron Barranco, el autor del himno de Morena.

Hay sonrisas pero no desbordan optimismo. Se miran con cautela y se saludan como si se despidieran. No es el 2006, cuando ya se sentían despachando. Hay un dejo de nostalgia y una manta de incertidumbre.

"Hemos trabajado con intensidad y hemos hecho bien las cosas para volver a ganar la Presidencia de la República. Hay condiciones inmejorables", dice a pesar de todo López Obrador para romper la quietud de la plaza.

Es hasta los 45 minutos de alocución cuando la plaza se prende: "Sin duda, lo que más nos ha ayudado a animar a la gente, a sacudir las conciencias, ha sido el movimiento de los jóvenes. Ellos nos están dando un gran ejemplo. Han dicho no a la simulación, no a la mentira, no al engaño".

Ahora sí, el Zócalo revienta. Y entre los gritos sigue López Obrador: "por todas estas razones es que considero que vamos a volver a ganar la Presidencia".

Pide, entre el entusiasmo, que el domingo haya voto y vigilancia del mismo.

Suelta: "En la noche del domingo, habrá fiesta cívica nacional". En ese momento hasta cohetones truenan. Sin embargo, el orador tiene el detalle de no convocar el domingo a reunirse en la plaza a celebrar.

La cautela gobierna en el templete. Y abajo, entre la masa, entusiasta aunque no eufórica, traen dientes apretados.

"Gobernaré para ricos y pobres... No habrá persecución ni destierro para nadie. No buscamos venganza, queremos justicia. No odiamos a nadie", dice el amoroso.

Baja por el centro del Zócalo, toma rumbo al túnel del Metro. Las manos se extienden, lo apretujan y le gritan: "si nos hacen una fregadera, ahora sí no nos vamos a dejar", le dicen en el estrujo.

Ese fue el tono de pancartas y marchas mezcladas entre la festividad de la marcha y la reflexión de la plaza.

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López Obrador viaja luego del mitin en una camioneta blanca hasta sus oficinas en la calle de San Luis Potosí. No hay nadie. César Yáñez abre la puerta con sus llaves.

El tabasqueño prende las luces de su oficina. Se sienta ante su escritorio y las fotos que tiene de frente de Salvador Allende y otra de su hijo Jesús vestido de beisbolista.

Pide un café. Abre su saco ocre. Su camisa blanca está arrugada, húmeda, con manchas grises, medio cuello impregnado de lápiz labial y unas manchas de sangre a la altura del abdomen.

"Creí que era un piquete, de esos que te dan, con picahielo, pero no es nada", comenta el candidato del Movimiento Progresista mientras jala esa parte de tela para mirar dos manchitas hemáticas impregnadas en la camisa.

Termina el café de tres sorbos. Dice que no aguanta el dolor de la cadera. "El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas trae lo mismo. Por eso no llegó al Zócalo", comenta.

Cárdenas, el que jugó tres veces por la Presidencia. Andrés Manuel que juega la segunda, y agita su mano sobre su oreja izquierda como detectando un zumbido.

"No nos falles, no te rajes, si nos hacen una fregadera no nos vamos a dejar...", eso y más le cantaron al oído las multitudes al amoroso.


Roberto Zamarripa, Reforma, 28 de junio.

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