Crea organización 'escuela' de activismo

Adriana se sentó hace 10 años en las vías del tren para impedir el paso una carga de maíz transgénico que ingresaba de Estados Unidos a México, por Nuevo Laredo. Allí pasó 8 horas.

"Éramos tres mujeres las que estábamos sentadas en las vías del tren; otros tantos estaban trepando el puente de Laredo. La idea era llamar la atención del Secretario de Agricultura, que en ese entonces que era Javier Usabiaga", recuerda.

Después de 8 horas de mantener el bloqueo, relata, hubo una llamada de la secretaria de Usabiaga para ofrecer un diálogo y los activistas decidieron retirarse.

Previamente, había recibido capacitación por un año en acciones no violentas, que incluyó entrenamiento en escalada, rappel y navegación en botes.

Llegó a Greenpeace ofreciendo su servicio social como diseñadora gráfica y terminó por convertirse en activista voluntaria. Durante un tiempo combinó el activismo con el trabajo de fotógrafa freelance. Hoy labora en la organización ambientalista como coordinadora de voluntarios del área de movilización.

Ha formado parte de la tripulación de tres barcos de Greenpeace e incluso viajó a Corea del Sur para detener la construcción de una planta procesadora de carne de ballena.

"Son acciones confrontativas, llamativas, pero no violentas. A veces es la única manera de llamar la atención de la gente y de los medios. ", comenta.

Una tarea escolar llevó a Ana a darse de alta como ciberactivista de Greenpeace, cuando tenía 18 años.

Un día recibió una invitación para participar en la toma de una foto aérea en Tlatelolco. Al concluir la actividad, decidió incorporarse como voluntaria.

Aunque ahora tiene trabajo y estudia Derecho, sigue participando como activista.

"Durante dos años mi vida fue el voluntariado. Ahora trabajo en la Secretaría de Desarrollo Agrario como revisora", explica.

Para ella, el trabajo de cada uno de los que colabora con la organización es igual de valioso.

"Sin voluntarios sería muy difícil poder hacer cualquier cosa", comenta.

 
EN LAS ALTURAS
 
El pasado 16 de mayo, a las 5 de la mañana, Miguel Ángel trasladó a 8 de sus compañeros voluntarios de Greenpeace a la Estela de Luz.

Iban decididos a escalar el monumento y exhibir un manta en contra del maíz transgénico.

Dos horas después, cuatro activistas ya estaban escalando el monumento mientras abajo la zona era resguardada por policías.

"Yo sentía que nosotros teníamos más el control de la situación que las autoridades mismas", comenta Miguel Ángel, quien ha combinado durante años el activismo con su trabajo en el servicio de ambulancias del IMSS.

Una vez que concluyó la actividad, abrió paso para que los activistas abordaran otra vez la camioneta sin decir palabra alguna.

"El riesgo de que hubiera una detención lo teníamos contemplado", recuerda.

La actividad, explica, implicó, una preparación de cuatro meses.

Con un entrenamiento que incluye manejo de botes y técnicas de rappel, subraya que siempre está por encima la seguridad de los activistas.

"Si alguien siente que no puede, se cancela todo", asegura.

Evlyn Cervantes, Reforma, 16 de junio.

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