Centroamericanos hallan un “oasis” en Tultitlán

TULTITLÁN, Méx.— La Casa del Migrante San Juan Diego se ha convertido en un oasis para los más de 17 mil migrantes que han llegado a Lechería, cruce ferroviario rumbo a la frontera norte, donde el secuestro y asalto de centroamericanos por parte de policías y grupos armados se ha incrementado.

El refugio San Juan Diego cumplió un año de dar comida y cuidados a más de 17 mil migrantes centroamericanos provenientes de Honduras, El Salvador, Guatemala y Nicaragua, e incluso algunos peruanos y ecuatorianos.

Al llegar a Lechería, los migrantes ya han recorrido mil 500 kilómetros desde el sur, recorrido que algunos hacen en 15, 17 o 25 días viajando en los techos de los vagones del tren, por lo que la mayoría llegan sedientos, con hambre, deshidratados, con diarrea, ulceraciones en la piel y con los pies ampollados.

Otros mueren en el camino o quedan amputados al caer del tren o por machacaduras por haber quedado prensados entre los vagones cuando el ferrocarril, al que llaman La Bestia, frena de forma intempestiva. Tal es el caso de Luis, un joven centroamericano atendido en el hospital Vicente Villada de Cuautitlán, donde esta semana le amputaron un pie.

Entre las vías del ferrocarril, en el número 15 de la calle Cerrada de La Cruz, se encuentra la capilla de San Juan Diego y junto a ella la Casa del Migrante, atendida por voluntarias encabezadas por Guadalupe Calzada, llamada “la madre de los migrantes”, quien canaliza los casos graves de heridos o enfermos a los diferentes hospitales de la zona: el Vicente Villada o el Ceylán “porque en la Cruz Roja nos cobran y no tenemos dinero ni para subsistir, porque trabajamos con donaciones en especie”.

Pese a la negativa de muchas instituciones médicas de dar atención a los centromaericanos porque son ilegales, ellos tienen derecho a ser atendidos por un médico, reitera la madre Lupita.


Llamadas telefónicas gratuitas


El albergue tiene 30 camas y una capacidad para atender hasta 90 personas, que encuentran un sitio donde dormir, asearse, comer, recibir medicamentos y hablar por teléfono con sus familiares, ya sea a ciudades estadounidenses o a sus comunidades en Centroamérica.

Un joven migrante, que ahora vive en Estados Unidos, donó un aparato llamado “Magic Jack”, que permite realizar llamadas ilimitadas vía internet.

Los migrantes forman fila con los números telefónicos de sus esposas, hijos y hermanos que viven en Nueva York, Houston, San Antonio, Los Ángeles o Alabama o a los que dejaron en Honduras, Guatemala o Nicaragua, con los que pueden hablar hasta por cinco minutos o intentar indefinidamente localizarlos.

“¿Hola? Ya estoy en Lechería, muy cerquita del DF”, dicen los migrantes al contactar a sus familiares, quienes suspiran al saber que libraron el paso de secuestradores y asaltantes o simplemente que están vivos.

Llegar a la zona de Lechería es haber recorrido el 80% del peligro, señalan migrantes hondureños, mientras se bañan a cubetazos luego de haber permanecido enterrados en una góndola del tren que transportaba cemento desde Orizaba, Veracruz, hasta Tultitlán en el estado de México.

La piel se despelleja, por lo que piden a la madre Lupita un poco de crema para rehidratar la piel.


Me secuestraron y tengo miedo


En las vías del ferrocarril Carolina, una joven salvadoreña cura con pomada los golpes y ulceraciones de sus compañeros de viaje, mientras recuerda con miedo que fue secuestrada en Tierra Blanca, en donde sus captores pidieron 6 mil dólares a su hermano que la espera en Houston para que no la mutilaran.


Agentes obtienen ganancias


En Lechería, policías vestidos de negro con las siglas ASE —Agencia de Seguridad Estatal— piden 30 pesos a cada migrante para que puedan seguir su camino hacia Huehuetoca, donde pasa el tren que los llevará hasta la frontera.

Las quejas de secuestro, extorsión y asaltos son constantes entre los migrantes, quienes no se atreven a denunciar, “porque estamos de paso y somos indocumentados, no tenemos papeles, pero tampoco somos delincuentes”.

El asedio hacia los migrantes apenas se contiene en torno a la Casa del Migrante, “pues exigimos el respeto de acuerdos internacionales y el respeto de los derechos humanos” de quienes llegan sedientos, con hambre, descalzos y con diferentes lesiones en su cuerpo, apuntó Guadalupe Calzada.

La zona es merodeada por asaltantes y secuestradores de migrantes; muchos de ellos presuntamente son policías, por ello la Comisión Nacional de Derechos Humanos visitó la Casa del Migrante el 28 de junio, para dar seguimiento a denuncias por violaciones. El 2 de julio se registró la más reciente irrupción violenta de presuntos policías federales.
Rebeca Jiménez corresponsal, EL Universal, 20 de julio.

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