Migrantes a la deriva por narco y racismo

La entrada en vigor de la llamada Ley Arizona pone a los mexicanos entre la espada en la pared. Es el “sándwich completo”, dicen analistas. Los expulsan de allá por no tener papeles, los criminalizan, y vuelven a México sin saber a dónde ir, dónde sobrevivir. Sus poblados también se encuentran en guerra, la del narcotráfico.

Cruzar la frontera hacia Estados Unidos dejó de ser el gran asidero. La entrada en vigor de la legislación antiinmigrante de Arizona programada para el 29 de julio y la orden del presidente Barack Obama para que las empresas despidan a trabajadores indocumentados, cerraron a cal y canto la puerta ilegal de la frontera norte de México.

En unos días y pese a la lluvia de demandas, no tener papeles de estadía, no llevar en la billetera la green card o transportar a un inmigrante, aunque sea un pariente, serán delitos en Arizona. Y se pagarán con detención y cárcel, de acuerdo con la Ley SB-1070.

En el lado mexicano, las zonas rurales sangran. Por todos sus lados brotan secuestros, venganzas, extorsiones, amenazas, asesinatos, fuego cruzado o rumores de ataque. Miles de mexicanos han decidido trazar un peculiar camino: abandonar los pueblos y lanzarse a un destino impreciso.

“Se han quedado atrapados”, señala Carlos Marentes, dirigente de la Unión de Trabajadores Agrícolas Fronterizos de El Paso, Texas. “Por un lado escapan de la violencia en México, pero deben regresar porque del otro lado está el rechazo. No es cualquier rechazo. Al intentar el cruce, los migrantes por violencia no encontrarán opciones de vida. Ni siquiera a dónde llegar. Mucho menos trabajo. Mucho menos asilo. Por el contrario, en el esfuerzo de dejar el país, también puede aparecer la muerte”.

La ciudad, otra vez

Quienes han dejado las rancherías de México se han desdibujado en su propia escapatoria. Por ahora, esta trama de migración forzada no tiene nombre, ni reflejo en las estadísticas y ocurre bajo el manto de la invisibilidad. Pero, es un flujo que transformará al mapa mexicano. Así lo expresan investigadores de fenómenos sociales al ser consultados.

“Dadas las leyes antiinmigratorias, lo que está ocurriendo es que los pueblos rurales se están dirigiendo a las ciudades”, explica Arturo Lizárraga Hernández, estudioso del narcotráfico, la violencia y la migración en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS). “Y ello implica una redistribución de la población. La metrópoli vuelve a ser atractiva, como en los 70, cuando la motivación para migrar era económica. Pero no todos lograrán quedarse”.

Para Manuel Ángel Castillo, demógrafo del Colegio de México (Colmex), hay un segundo escenario: algunos de los que se han ido de sus comunidades para evadir hechos cruentos buscarán cabida en las zonas de reserva natural.

Observador de los movimientos migratorios en el continente, el investigador del Colmex compara al éxodo de las zonas campesinas de México con el ocurrido en Guatemala cuando el conflicto guerrillero alcanzó un momento crítico en los 80. “Se vieron poblaciones en resistencia. No pudieron cruzar la frontera porque no estaban cerca. El gobierno les cerró la entrada a las ciudades. Entonces se fueron a la montaña, a vivir como podían. Cuando se escapa de la violencia, la población tiene que recurrir a medidas extremas”, advirtió el especialista.

El denominador es la inseguridad y hay opinadores que prefieren el anonimato. No obstante, uno de ellos vaticina que para cualquiera de los asideros, las condiciones de empleo y vivienda serán precarias. “No habrá suficiencia en la infraestructura para la población trasladada del campo a la ciudad. Es un movimiento que al final obligará a generar servicios. Habrá gran demanda de empleo y educación”.

El panorama que estos migrantes dejan tras de sí representa otra contingencia: pueblos vacíos por completo. Casas y pequeñas empresas abandonadas. Una desolación sobre la cual, el mismo investigador dice: “Esas zonas rurales mantenían una dinámica interna. Eran poblaciones que producían. Formaban parte de un eslabón económico. Sus sistemas de trabajo fueron afectados profundamente. Con la huida, todo ha desaparecido”. Lizárraga Hernández, el investigador de la UAS, expone que eran territorios con una población que iba de mil 500 a tres mil. Hoy, a nadie se encuentra en esas comunidades.

Son nadie y no llevan nada

“Se quedaron sin nada, como ha pasado con las víctimas de los desastres naturales”, describe Manuel Ángel Castillo, demógrafo del Colmex. Sólo que, a diferencia de las víctimas de las tormentas y temblores, esta migración forzada no cuenta con “fondos económicos ni mecanismos de acompañamiento por parte del Estado”, asegura el experto.

“Nadie la ve. Por ahora representa un asunto nuevo en cuanto a los estudios de migración. Lo que ya se observa obliga a hacer esfuerzos de acercamiento. Aún no es un tema en la agenda, pero es la preocupación de algunos”, resalta.

Se trata de una escapatoria en silencio. Se conoce en forma fragmentada, pero no deja en paz a los protagonistas, ni vivos ni muertos. “Porque ahí, en los pueblos dejados, la primera causa de muerte fue el asesinato violento. Por encima de las enfermedades. Más que la diabetes o los padecimientos cardiovasculares”, describe Arturo Lizárraga, investigador de la UAS. “Esta población, aunque sea invisible, lleva heridas serias”.

Trama en círculo

El narcotráfico es un negocio ilícito que se ha asociado con el miedo y la victimización de inocentes. Pero guarda una paradoja. Así como obliga a escapar, en un tiempo invitó a quedarse. Lizárraga Hernández, quien ha estudiado a la violencia como detonador de movimientos migratorios, dice que “el mismo tráfico de drogas generó arraigo de poblaciones enteras porque significaba ingresos. La siembra y cosecha de mariguana y amapola invitaba a trabajar a hombres y mujeres en determinadas épocas del año”.

De acuerdo con el investigador, se formaba un círculo en torno a la siembra. “En la sierra de Sinaloa, por ejemplo decían, vamos pá rriba. Y así era, en todos los sentidos. Familias enteras se iban a ganar dinero. Los niños dejaban la escuela para sembrar y cosechar. Entonces, las comunidades se repoblaban.

Después, volvieron a bajar a las cabeceras municipales. Presionados por la violencia alrededor del negocio”.

A ningún lugar

En esta evasión, ya nada importa. Ni fragmentar a la familia. Lo único que parece tener relevancia es alejarse de lo que alguna vez, fue un terruño. Lo confirma uno de los cientos de testimonios recogidos en la Unión de Trabajadores Agrícolas Fronterizos de El Paso, Texas, por su dirigente, Carlos Marentes.

En Valle de Juárez –al oriente de Ciudad Juárez—, una mujer le pidió a su esposo, un inmigrante en Texas, que no regresara. No brindó razones. Ella, bajo los efectos de la extorsión, decidió desaparecer con sus hijos. El migrante no los ha vuelto a ver. Había cruzado a Estados Unidos con tal de trabajar y enviarles dinero. “Pero la gente en México se fue como pudo. La única opción fue esconderse”, resume Marentes.

En la tierra propia, la violencia todavía alcanza a niños, mujeres, hombres y ancianos. Y no hay culpables. Para un académico que prefiere no dar su nombre, “todo se encubre tras el crimen organizado, un ente maligno y sin cara. Como el Diablo”. Entonces, dice, la impunidad se instala y predomina. “Es un ambiente caótico y perfecto para que todo ocurra. Bandas de ciertas organizaciones hacen de las suyas. Se incorporan otros. Y todos actúan contra todos”.

Otro caso documentado en la Unión de Trabajadores Agrícolas Fronterizos de El Paso, Texas, es el de una familia en un poblado cercano a la frontera. La Policía Judicial Federal se llevó a uno de sus miembros. “Y no tuvieron dónde quejarse”, exclama Marentes, el dirigente de la organización. “La estrategia federal no ha logrado disminuir las acciones del crimen organizado. Tampoco ha conseguido sembrar la sensación de seguridad. La violencia sigue rampante. Surge de cualquier lugar. Entonces, la población está indefensa”.

Aun sin destino, nadie quiere quedarse. Lo testimonian las casas quemadas y la tierra sin habitantes. Ir a ningún lugar parece ser lo mejor por el momento.
Linaloe Flores, El Universal, 24 de julio.

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