Las mujeres de la Red de Comités de Migrantes y Familiares de Honduras (Comifah) recorren el cementerio para “conocer dónde quedan los sin nombre, pero nosotros, con mucho amor, les venimos a dejar unas flores porque pueden ser nuestros hondureños”, dice Emeteria Martínez, integrante de esta organización que busca a cerca de mil migrantes desaparecidos en México.
En Arriaga se concentran miles de migrantes centroamericanos que cruzan la frontera con México. En esta ciudad está la estación del tren de carga más cercana a la frontera con Guatemala. Es el transporte que utilizan los indocumentados para viajar a Estado Unidos.
Los integrantes de la caravana de madres centroamericanas colocaron en la plaza principal de esta ciudad fotos de sus desaparecidos. Lograron que los parroquianos les dieran pistas del paradero de dos de ellos; uno es Luis Heber Gustavo Chavarría, quien se habría quedado a vivir aquí.
Luego recorrieron las vías del tren donde, parapetados, decenas de migrantes de Guatemala, Nicaragua, Guatemala y Honduras esperan la salida del tren. Cuando ven que los vagones empiezan a moverse, salen de entre la maleza y a saltos suben a los techos, donde viajan amarrados con sus cinturones para evitar caer.
Pero este día no sale el tren, así que escucharon a las madres y otros familiares de los extraviados, quienes les pidieron no perder contacto con sus familias porque “no hay nada peor que no volver a saber de ustedes”.
Siguiendo las vías, la caravana llega al panteón municipal. Entra en medio de la música y el bullicio de los mexicanos que visitaban a sus muertos. Ubica en una esquina una amplia zona destinada a las tumbas de los migrantes, donde hay poco más de 40 lápidas.
Heyman Vázquez, sacerdote católico y director del albergue de migrantes El Señor de la Misericordia, explica que en esas tumbas están algunos de los que han caído de los trenes o fueron asesinados por bandas criminales que intentaron asaltarlos o extorsionarlos.
Las mujeres colocan flores y preguntan sobre el origen de los muertos, pero la única referencia son los números de averiguación previa escritos en las cruces. Identificar a estos muertos implica exhumarlos y hacer análisis de ADN, pero no hay una base de datos con la cual cotejar su información.
Juan José Alvarenga, originario de Tegucigalpa, Honduras, integrante de la caravana que busca a sus compatriotas, se muestra optimista. Explica que no se van de Chiapas con las manos vacías, porque con uno o dos migrantes que hayan encontrado en los dos días que estuvieron aquí, antes de seguir a la ciudad de Oaxaca, cierran las heridas de las familias que los buscaban.
Ayer en Tapachula localizaron a uno de los desaparecidos, conocido en esa ciudad como El Catracho. Es Adín Alfredo Rivera, quien formó una nueva familia. Los integrantes de la caravana hablaron con uno de sus hijos, Juan, quien pidió conocer a su familia en Honduras, en particular a su abuela, Esther.
“Creemos que no todos los desaparecidos han caído en desgracia. Hay migrantes como El Catracho que dejaron a sus familias; son gente que salió resentida de su país por las condiciones económicas que los tienen casi cautivos, pero son los menos. La mayoría quiere luchar para sacar adelante a la familia que dejaron en Honduras”, comenta Juan José.
En algunos casos, reconoce, es difícil tener la esperanza de encontrarlos. Un ejemplo es su sobrina, Lesli Yolanda Acosta González, quien llegó a México en 1994. Hoy tendría 38 años.
“Dejó tres niñas. Tenía la presión de sacarlas adelante. La última vez llegó al cruce fronterizo de Tecún Umán. Ahí dijo haber encontrado a unas muchachas con quienes continuaría el viaje. Mi peor temor es que haya sido víctima de la trata de personas porque es muy bonita.”
Este lunes la Red Comifah, los miembros del Movimiento Migrante Mesoamericano y el Tribunal Internacional de Conciencia de los Pueblos en Movimiento continuaron su viaje rumbo al centro del país, donde pretenden hablar con legisladores federales y el presidente Felipe Calderón.
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