La Iglesia católica, con presencia pública en Cuba, dice líder laica

La Habana, 2 de noviembre. María Caridad Campistrous aún recuerda cuando los templos en Cuba estaban desiertos y los católicos de la zona oriental eran tan pocos que todos se conocían. Un día le avisaron que, por sus ideas, ya no podía impartir clases en un bachillerato. “¿Pero qué ideas? Si yo lo que doy es clase de física”, replicó la profesora. “¿Qué yo digo en el aula?” El funcionario que la estaba cesando sólo le dio esta explicación: “Los estudiantes comentan…”

Era 1967 y ser católico en la isla implicaba correr un riesgo semejante. María Caridad, a quien todos sus cercanos le llaman Macucha, ahora dirige el Instituto Pastoral Pérez Serantes, el centro de formación de laicos de la arquidiócesis de Santiago de Cuba, en el oriente del país, y dice a La Jornada que el crecimiento de esa fé religiosa era “impensable” apenas hace dos décadas.

Hoy la Iglesia católica tiene su mayor presencia pública en Cuba después del conflicto con el gobierno de los años 60 del siglo pasado. Aumentó su personal, sus procesiones, sus medios impresos y su actividad social. Nació su prensa digital y tiene un pequeño acceso a la radio y la televisión. Está movilizando a miles de feligreses en calles y carreteras, por el cuarto centenario de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, que se cumplirá en 2012. Es interlocutora de alto nivel de las autoridades, intermediaria en la liberación de presos y esta semana abrirá un seminario, la primera gran obra de esa confesión que se construye en la isla en 50 años.

El Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), en 1986, fue el punto de giro en el que la Iglesia católica empezó a revertir su ostracismo. Ayudaron al cambio factores tan diversos como la influencia de la Teología de la Liberación en la izquierda latinoamericana; las declaraciones de Fidel Castro en Fidel y la religión (Consejo de Estado, 1985); la crisis post-soviética; la prohibición constitucional y en el Partido Comunista de discriminar por motivos religiosos y la preparación de la visita del papa Juan Pablo II (1998), entre otros.

Clero conservador
¿Cómo se originó el choque entre la Iglesia católica y el gobierno surgido de la revolución?

En Iglesia y política en Cuba revolucionaria (Editorial de Ciencias Sociales, 1997), el sociólogo Aurelio Alonso, subdirector de la revista de la Casa de las Américas, escribe que “la jerarquía y el clero se alinearon, en general, junto a los intereses de los explotadores afectados y se convirtieron rápidamente en su vocero institucional más activo. No faltaron contradicciones en el seno de la Iglesia, tanto desde sectores del laicado como en las posturas de algunos sacerdotes, pero estas disensiones no tuvieron peso para modificar el rumbo que tomaba la Iglesia en la voz de su jerarquía y de un clero en su mayoría conservador y ajeno a la situación nacional”.

En La Iglesia Católica durante la construcción del socialismo en Cuba (Cehila, s/f), el historiador católico Raúl Gómez Treto anota estas claves: en 1959 la mayoría del clero era de nacionalidad española y tenía una relación estrecha con el régimen depuesto; la anulación de títulos afectó a las tres universidades católicas y la reforma urbana tocó la economía clerical; “la politización contrarrevolucionaria de algunos sectores del clero y del laicado (…) provocó la deserción progresiva de sectores católicos populares directamente beneficiados por la revolución o que se identificaron con sus objetivos”; hubo católicos que conspiraron desde templos y escuelas y algunos tomaron las armas contra el nuevo poder.

En Palabra Nueva, mensuario del arzobispado de La Habana (número 195, abril de 2010), su director, Orlando Márquez, busca una respuesta en dos amplias citas. En una, Castro dice que sectores afectados “quisieron utilizar a la Iglesia”; hubo “casos de complicidad con actividades contrarrevolucionarias” y “por la actitud militante políticamente de algunos sacerdotes (…) solicitamos que fuesen retirados del país”. En otra cita, el ENEC enumera la llegada de comunistas al gobierno y el acercamiento a países socialistas; el rechazo de los obispos al marxismo, la oposición de algunos católicos a la revolución “y una cierta utilización de la Iglesia por parte de grupos de choque”.

En 1961 son intervenidos los colegios católicos y hay detenciones de clérigos y laicos durante la invasión contrarrevolucionaria a Playa Girón, resume el ENEC. Son expulsados un obispo y 131 sacerdotes o religiosos; gran parte del resto del clero se va del país; de 800 sacerdotes quedaron 200; de 2 mil religiosas quedaron 200.

Gómez Treto cuenta: en la invasión venían tres sacerdotes y un ex líder católico, Manuel Artime. Alentados por religiosos, muchos padres enviaron a sus hijos al extranjero; luego, la Iglesia promovió la emigración masiva, con “los pies en Cuba, pero la mente y el corazón en Miami o Madrid”. El 10 de septiembre de 1961 partidarios del gobierno se enfrentaron con una procesión católica. Hubo disparos, un muerto y versiones antagónicas del suceso.

Macucha recuerda el ambiente crispado durante ese año: un acto de estudiantes católicos en Santiago también terminó en zafarrancho. Hubo “depuraciones” de creyentes en la educación superior, pero ella pudo pasar inadvertida. Logró estudiar física en la Universidad de Oriente y enseñar en el bachillerato.

Después vino el despido, pero por la escasez de profesores la llamaron a la universidad y nunca más la molestaron. Durante 35 años impartió su especialidad: espectroscopía atómica. Se casó y tuvo seis hijos. Durante décadas, recuerda María Caridad, las familias católicas celebraban la navidad sin ocultarse, pero solamente en casa. El arbolito y el nacimiento languidecieron con los años. Los templos semivacíos se animaban sólo en fiestas patronales.

Cuando las cosas ya estaban cambiando, en 1990 surgió en Santiago lo que ahora es el instituto que lleva el nombre del desaparecido arzobispo Enrique Pérez Serantes, el mismo que pidió un juicio justo para Castro y los asaltantes del Cuartel Moncada, y después fue un duro adversario ideológico del gobierno.

Con base en la doctrina social de la Iglesia, el centro enseña antropología, filosofía, historia de la iglesia y comunicación, entre otras asignaturas, con el apoyo de la Universidad Pontificia Comillas, de los jesuitas españoles. En dos décadas, dice Macucha, hay cientos de graduados, que ahora son catequistas o líderes en comunidades de base.
Gerardo Arreola, La Jornada, 3 de noviembre.

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