¿Por qué salvar a la banca y al planeta no?

Un año después del fiasco de Copenhague, los negociadores de todos los países de la ONU en materia de clima volverán a reunirse a fines de noviembre en el balneario mexicano de Cancún. El debate rebasa de lejos la causa de los militantes ambientalistas: se trata de apuestas geoestratégicas que hacen enfrentarse a los bloques-continentes.

El filme que se desarrolla podría llamarse El bueno, el bruto y el mafioso. Europa juega el papel del bueno: buen alumno de la clase (mercado europeo de cuotas de dióxido de carbono, CO2, energías renovables nórdicas, desarrollo nuclear francés), pero insuficientemente unida, ingenua y torpe, tiene poco peso ante los otros adversarios.

China encarna el papel del bruto: su desarrollo económico a marcha forzada no debe sufrir ninguna coacción (ya sea de naturaleza ambiental o bien social). El país está en guerra comercial total contra Estados Unidos en materia de tecnologías verdes, y comprometido en un enfrentamiento mayor sobre el acceso a los minerales estratégicos, indispensables al desarrollo de los mismos equipamientos verdes.

Estados Unidos tiene el papel del mafioso: primer contaminador del planeta, el estadunidense promedio no negocia su modo de vida, ni quiere transferir sus tecnologías, a la vez que sigue estando bajo la influencia de los lobbies de las industrias fósiles y de sus amigos, los políticos republicanos.

Pero hay una gran ausencia en el casting principal: África, continente sacrificado, la zona más vulnerable al recalentamiento del planeta y el menos responsable históricamente por este deterioro. Y es también África el primero que va a sufrir, en carne propia, las no-decisiones de Cancún.

Como todo conflicto armado, esta guerra económica tiene heridos y muertos. En materia de clima, la política de cada uno para sí no puede ser beneficiosa para nadie: la teoría de las apuestas (“Si tú no avanzas no avanzo, y lo mismo recíprocamente”), aplicada a la problemática del bien común, nos enseña que no hay más que dos escenarios: “Todos o ninguno”. O salimos todos juntos o bien todo el mundo se hunde en el Titanic, por igual los ricos y los pobres.

Qué se puede esperar de Cancún, cuando las reuniones del Grupo de los 20 (G20) no producen habitualmente más que palabras encantadoras y se contentan con dejar podrir las situaciones, cuando el 0.7% de ayuda pública al desarrollo nunca llega a la cita, la ronda de Doha está detenida y la Organización Mundial del Comercio (OMC) actúa a contracorriente de la lucha contra la pobreza; las promesas de Copenhague en materia de fondos climáticos tampoco son respetadas, y los Objetivos del Milenio o de la preservación de la biodiversidad han sido alcanzados.

Dado que los grandes problemas de hoy (la pobreza, el hambre en el mundo, las enfermedades) pesan más que los de mañana, debemos priorizar las soluciones que juegan en las dos escalas del tiempo.

El cambio climático ya no puede ser tratado por los burócratas como una cuestión autónoma, sino que debe ser vinculado a las problemáticas del desarrollo, de la lucha contra la pobreza y de la ayuda para el desarrollo de los países pobres (en particular vía su agricultura).

Los Estados han sabido encontrar centenares de miles de millones de dólares para salvar a los bancos privados. Que no se nos diga que no se puede reunir la primera centena de miles de millones, prometida por Copenhague, necesaria para los fondos de desarrollo y de ayuda a la adaptación de la tecnología ambiental de los países pobres, que serán los primeros en ser golpeados por el agravamiento de los desórdenes climáticos.

Los pueblos no quieren la guerra económica, y la vida sería muy dulce si no se nos forzara a luchar los unos contra los otros. Forcemos a nuestros dirigentes a gobernar finalmente en el sentido del bien común, de la equidad y de la solidaridad con los desfavorecidos.

Philippe Laget. Especial, Milenio, 16 de noviembre.

0 Responses to "¿Por qué salvar a la banca y al planeta no?"