Padres y hermanos de Hugo Sánchez sufren acoso policiaco desde que denunciaron las tropelías en el arresto del joven mazahua

El acoso policiaco ya es habitual para los padres y hermanos de Hugo Sánchez; lo es desde que revelaron las tropelías del arresto y la acusación de plagio, y creció cuando denunciaron a policías municipales por robar el equipo de sonido del taxi que el joven mazahua conducía al momento de ser detenido y cuando ventilaron ante un juez que agentes estatales presionaron a una de las supuestas víctimas para lograr la identificación ministerial.

Por eso don Antonio Sánchez se mantiene sereno mientras una patrulla del estado vigila el trayecto en carretera desde el municipio mexiquense de Villa Victoria hasta San José del Rincón, donde vive la familia.

Son minutos de cacería… a la altura de la presa de Villa, donde don Antonio ha decidido detener la marcha, el vehículo oficial disminuye también la velocidad, rebasa con lentitud al auto reporteril, retorna 20 metros adelante y se estaciona en un acotamiento, desde donde dos uniformados espían por algunos segundos, antes de iniciar la huida.

“Sabemos que los patrulleros nos siguen y vigilan, nos tienen identificados —dice el papá—. Fue así desde el principio, pero durante las audiencias judiciales anduvieron al acecho como 20 días seguidos: los veía adelante, atrás y hasta me cerraban el paso, querían espantarme”.

Pero un día don Antonio se atrevió a enfrentarlos.

—¿Qué tanto nos siguen? —reprochó cara a cara a un trío de judiciales.

—De qué habla don, ni lo conocemos ni sabemos quién es, no se preocupe, váyase sin cuidado —atajó uno de ellos.

El alto es obligado en la sombría presa de Villa Victoria, porque aquí Hugo fue apaleado e intimidado por los policías captores. “Si no aceptas que eres maleante, te aventaremos con piedras al agua y morirás ahogado”, le dijeron.

Fue llevado después a otro punto solitario: el bosque conocido como El Espinal, donde de nuevo fue torturado para que reconociese ser uno de los grandes secuestradores de la región. Así lo clasificarían los comandantes días después, durante la segunda detención del 8 de agosto de 2007, cuando él y su padre fueron rodeados por cinco patrullas, “como si fuéramos unos delincuentazos, los meros meros del crimen”, recuerda don Antonio.

Ahí, en el Espinal, rondan otra vez los estatales, cual fantasmas que persiguen cada paso hacía el ejido El Deposito, donde ya espera doña Rosalba Ramírez y los cinco hermanos de Hugo.

Corazones. Atrás ha quedado ya la discordante tambora de Villa Victoria. Y asoma San José del Rincón… Un camino de 22 kilómetros donde se agolpan estampas de borricos sedientos, de caballos locos y de fruterías circenses donde además de melones y guanabanas se ofrecen gallinas cluecas.

Antes del último tramo, don Antonio ha pedido parar en la Divina Providencia, la cabecera comunitaria donde se encuentra la base de los taxis colectivos como el que Hugo conducía cuando fue detenido. Es su refugio de oraciones. Lo ha sido durante cinco años. Frente a la capilla guadalupana erigida con las ofrendas de los ruleteros, implora por la libertad del hijo: “Virgencita, intercede por él, ablanda por favor los corazones de los ministros de la Corte”.

La casa de los Sánchez Ramírez se ubica al final de un sendero atestado de cruces multicolores que, según la tradición mazahua, protegen las milpas y garantizan la buena cosecha.

Hasta ahí ha llegado el miedo con su manto implacable, porque los jóvenes del ejido, entre ellos los hermanos de Hugo, temen también a las acusaciones falsas.

“Mi hermano era el más trabajador, el más sacrificado con nuestros padres, el que traía más centavos a la casa y le inventaron no se cuántas cosas, ¿qué podemos esperar los demás? Tenemos miedo de que nos agarren en cualquier momento y nos metan al bote, porque dicen que somos indígenas sospechosos y no tenemos dinero para comprar a los policías y a los jueces”, dice Salvador, de 20 años.

Abraham, el hijo mayor, se ha concentrado en llenar los vacíos: en la mesa, en los juegos, en la campiña, en el regazo:

“A mis padres les digo que no decaigan, que nos han enseñado cosas buenas y eso es lo que vale. No somos unos vagos ni descarriados y para ellos vendrá pronto la recompensa: cuando la Corte limpie el nombre de Hugo. Y con el resto de mis hermanos, el rol ha sido de echarles porras, que sigan adelante, viendo a todos de frente, orgullosos de lo que somos”.

A unos días de la resolución final en la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia, los padres de Hugo piden a los ministros investigar quiénes son y cómo viven. Guillermo Ortiz Mayagotia resolverá el amparo contra la sentencia por uso de armas exclusivas del Ejército y Jorge Mario Pardo Rebolledo presentará el proyecto relacionado con el delito de plagio. Ambos recursos fueron presentados por abogados de la única instancia que creyó en ellos: el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro-Juárez.

“Pedimos a la Corte que nos ayude, que revise nuestra historia, nuestro pasado y presente, porque nada tenemos que ocultar; que los ministros no se vayan con la finta de que las personas humildes y de campo son de mala fe; somos gente de trabajo, de esfuerzo, no limosneros”, dice don Antonio, quien ha imaginado que en el pequeño invernadero de casa se llegarán a cosechar jitomates con calidad de exportación y que será Hugo, ya en la libertad, quien encabezará el negocio.

Bajo dos pinos enamorados, la imaginación de doña Rosalba es menos juguetona. Dice que la buena corazonada ya no le cabe en el cuerpo y si acaso tiene aliento es sólo para pensar en el día del reencuentro con el chiforito amado, entre aromas suculentos de pozole, mole verde, verdolagas y papas con charales. Será el menú para festejar la inocencia.


Daniel Blancas en San José del Rincón, La Crónica, 21 de junio.

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