Migrantes, víctimas de la pobreza en Nuevo Laredo

A sólo unos metros del río Bravo y muy cerca de Laredo, Texas, una de las ciudades de mayor desarrollo en el sur de Estados Unidos, se encuentra la comunidad El Bayito III, integrada por aproximadamente 300 familias de emigrantes de otros estados del país que viven en completa marginación, al no contar con ningún tipo de servicio básico.

Se ubica en el extremo oriente de la carretera que conduce a Piedras Negras; de ahí se toma la prolongación del bulevar Colosio y se da vuelta al poniente por una estrecha brecha de terracería de más de tres kilómetros, bordeada de basura tóxica, posiblemente de alguna maquiladora, y de animales muertos por la extrema sequía.

Esta comunidad en la que abundan los niños, es un asentamiento irregular que desde hace seis años intenta ante las autoridades establecerse como una colonia más del municipio, sólo que está en el ejido del mismo nombre.

Celia Hernández Segura y su hijo Abel Gama Hernández, emigrantes del municipio de Jesús Carranza, en Veracruz, llegaron hace unos meses al lugar, motivados por unos conocidos que ya vivían allí.

Habitan en un pequeño cuarto de madera instalado dentro de un predio de ocho por 12 metros cuadrados, en donde el calor se eleva hasta los 45 grados centígrados durante el día, razón por la que tienen que dormir afuera, expuestos a las alimañas, animales salvajes y a la rapiña humana.

“Me vine aquí porque en Veracruz me robaron y me dejaron atada dentro de la casa. Tuve miedo y me vine para acá”, dice Celia, una mujer de unos 60 años, mientras su hijo cava una fosa que les servirá de sanitario.

Guadalupe Solís, una joven madre de dos niñas, también es emigrante, aunque antes de llegar al ejido pagaba renta en una colonia popular de Nuevo Laredo. Sus niñas María Guadalupe, de 9 años, y Edith, de 7, estudian en una lejana escuela, por lo que tienen que levantarse muy temprano para alcanzar el camión que pasa por la carretera.

“Ya nos acostumbramos a vivir así. ¿Qué le hacemos si no tenemos a dónde ir?”, cuestiona Guadalupe mientras sus dos pequeñas intentan alejarse de la cámara del reportero que toma sus rostros desaliñados y marcados por el descuido ocasionado por la ausencia de agua potable y energía eléctrica.

Colonias marginales

De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2005 que realizó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), Nuevo Laredo cuenta con una población de 355 mil 827 personas y ocupa el lugar número 40 en marginación, entre los 43 municipios del estado de Tamaulipas.

Aunque en el trienio anterior se reconoció que había al menos 12 colonias con altas tasas de marginación, sólo en cuatro se admitió esta realidad, por lo que fueron invertidos 4 millones de pesos para combatir la pobreza.

El Bayito no fue reconocido, pese a que sus habitantes viven en condiciones de marginalidad superiores a las dos mil personas que la Secretaría de Desarrollo Social registró en cuatro colonias marginales: Morelos, La Cruz, El Carrizo y Santo Domingo.

Abel Gama Hernández tiene 17 años, pero no va a la escuela debido a que tiene que terminar su casa de madera en una colonia irregular de esta ciudad en la que habitará junto a su madre Celia, quien tiene más de 60 años de edad. Con una pala en la mano y la otra retirando el sudor de su frente, Abel dice que tiene que terminar la casita para que su mamá viva allí, en medio del ejido El Bayito y bajo una temperatura calcinante de 45 grados centígrados en este verano. “No hay tiempo para estudiar, tengo que trabajar para mantener a mi madre”, dice en tono tímido.

Construye un cuarto de cuatro por cuatro metros cuadrados, de madera, y a un lado cava una zanja que servirá de letrina cuando se muden, ya que hasta ese lugar los servicios tardarán varios años en llegar, en caso de que no haya un desalojo por su situación irregular ante las autoridades municipales.

“Ya nos acostumbramos a vivir así. ¿Qué le hacemos si somos pobres?”, exclama la mujer ante una realidad que la ha acompañado siempre.

Una vecina de nombre Juani también reconoce su situación de precariedad, y dice que con comer todos los días ya es ganancia. “Somos humildes porque el dinero no nos alcanza, pero cuando menos tenemos para comer”.



Temor al desalojo

Más adelante vive Elida, una mujer de 43 años. Es acompañada por Juana Granados, de 75, quienes sentadas en un viejo colchón colocado afuera de su vivienda de madera, en el que duermen por las noches, comentan los rumores que un día antes se escucharon entre los vecinos de esa comunidad.

“Anoche nos dijeron que vendrán los soldados para desalojarnos, pero si vienen, pues que vengan, ya nos hemos ido otras veces”, dice Juana al recordar que hace seis años se formó la comunidad mediante una invasión de tierra, por lo que fueron desalojados.

En los registros de la Sedesol, de la Secretaría de Desarrollo Social del ayuntamiento y de otras dependencias que apoyan a los marginados, ni ellos ni su comunidad existen, por lo que los programas de apoyo institucional no les llegan, como tampoco los servicios básicos como son el agua entubada, energía eléctrica, drenaje sanitario, así como calles pavimentadas, escuelas y áreas verdes.

Incertidumbre

En julio de 2010, la policía municipal expulsó de manera violenta a los pocos pobladores que había, por lo que la incertidumbre que ya se hizo costumbre entre los habitantes de El Bayito impera a cada momento bajo la amenaza de un nuevo desalojo.

Las hijas de Elida, Paola, de 12 años, y Antonia, de 10, son ajenas al conflicto de tierras que se vive en el lugar, y disfrutan el asueto vacacional de verano.

El esposo de Elida trabaja de intendente en tiendas departamentales de la ciudad, y aunque en ocasiones gana entre 200 y 250 pesos diarios, el dinero no les alcanza porque tienen que pagar la educación de sus hijas, y comprar mucha agua embotellada y hielo para conservar los alimentos.

En El Bayito los niños y algunos adultos no calzan zapatos, los pisos de sus viviendas son de tierra y no tienen aparatos electrodomésticos.

Gastón Monje, El Unigersal, 30 de agosto.

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