En la tarde del 7 de abril, a su regreso de la localidad de Llano Juárez, a donde habían ido a promover los servicios de la radio, las locutoras Felícitas Martínez Sánchez y Teresa Bautista Merino fueron acribilladas con armas de alto poder.
Las jóvenes, de apenas 22 y 24 años, pagaron con su vida el precio de la violencia incrustada en esa empobrecida región de la Mixteca alta, que en 60 años ha registrado más de mil muertes.
Felícitas Martínez, soñadora de fiesta y pastel el día de su boda, y Teresa Bautista, quien deseó reunirse con su hermano Francisco en Nueva York, viajaban en el vehículo que conducía el auxiliar del Registro Civil Faustino Vásquez, ileso en la emboscada.
El crimen de ambas periodistas comunitarias originó una ola de indignación nacional e internacional.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y Reporteros sin Fronteras condenaron los asesinatos. En tanto que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) demandó su esclarecimiento.
Atemorizados, adoloridos e indignados, los jóvenes locutores de La voz que rompe el silencio, como Bernabé Cruz y Adolfo Ramírez, quienes suplieron las voces ausentes de sus compañeras fallecidas, les pusieron nombres y apellidos a los autores intelectuales y materiales.
Desde el primer día de la emboscada, en la que se usaron cuerno de chivo, Heriberto Pazos, Rufino Merino y Marcelino Bautista, dirigentes del Movimiento Unificador de Lucha Triqui (MULT), fueron señalados como los autores intelectuales.
“Los que jalaron el gatillo”, dijeron en ese entonces las autoridades del municipio autónomo de San Juan Copala, encabezado por José Ramiro Flores, “fueron los hermanos Manuel y Carmelo Domínguez, y Paulo Guzmán”.
Alberto López Morales corresponsal, El Universal, 23 de diciembre.
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