El principio del fin de las FARC

BUENOS AIRES.— “Las FARC están en una fase terminal, pero eso no significa que su final esté a la vuelta de la esquina”. Esa aseveración pertenece a unas de las personas que tuvo seis años y tres meses para conocer a la guerrilla más longeva del continente por dentro: Ingrid Betancourt, a su paso por Buenos Aires. Seguramente esos conceptos, palabras más palabras menos, estarán en el libro que el próximo año la ex candidata presidencial colombiana espera presentar para contar a detalle su calvario y su relación con sus captores.

Y es que la liberación de Betancourt marcó uno de los tantos golpes que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) recibieron a lo largo de 2008, y que marcaron el comienzo del fin, si no de su existencia al menos sí de su poder de fuego y su cohesión como fuerza insurgente.

Había arrancado agitado el año para la guerrilla. Las negociaciones para el canje de prisioneros por rehenes no prosperaban ni siquiera con la frustrada mediación del presidente venezolano Hugo Chávez, quien luego de finalizar la misma de forma abrupta tras una infidencia diplomática que ofuscó a Álvaro Uribe, siguió terciando en el tema.

Por eso, el año 2007 se desvanecía con el anuncio de la guerrilla de que iba a liberar a Clara Rojas, a su hijo Emanuel y a la ex congresista Consuelo González. Chávez dispuso el operativo; con autorización de Uribe, reunió al entonces presidente argentino Néstor Kirchner, a varios cancilleres y al enviado del brasileño Luiz Inacio Lula da Silva en Villavicencio para esperar la entrega en lo que llamó Operación Emanuel.

El operativo se demoraba, hasta que se supo que el niño ya no estaba en poder de la guerrilla, sino del Instituto de Bienestar Familiar colombiano. Un craso error de las FARC y un papelón político que no hacía más que convertirse en el preámbulo de lo que vino casi dos meses después.

Rojas y González fueron liberadas el 10 de enero y, el 1 de marzo, el número dos de la guerrilla, Raúl Reyes, fue acribillado mientras dormía en un campamento en territorio ecuatoriano. El peor golpe que había recibido en años, aun cuando tras la operación se desató un conflicto internacional que todavía no está solucionado del todo.

Una semana más tarde, fue el turno de Iván Ríos, el número tres de las FARC y activo negociador con el gobierno durante las conversaciones de paz en San Vicente del Caguán entre 1998 y 2002. Fue asesinado por su secretario Rojas, quien entregó una mano del occiso como prueba del crimen y para cobrar la recompensa. Era la muestra de que algo se había quebrado en el interior de la fuerza insurgente que, hasta años atrás se jactaba de su organización y la lealtad de sus hombres.

El 26 de marzo, según todas las fuentes de inteligencia, falleció su líder histórico, Manuel Marulanda o Tirofijo de muerte natural, lo que obligó a un gigantesco replanteamiento interno, y al nuevo comandante, Alfonso Cano a lidiar con las pujas internas. Una semana después de conocida la noticia de la muerte del líder, el 2 de julio, la Operación Jaque —de la que en estos días se conocerá en su totalidad gracias a un libro de investigación— Ingrid Betancourt y otros 14 rehenes fueron liberados en las narices mismas de la guerrilla. De ahí que la fuga del congresista Óscar Tilo Lizcano y su carcelero, Izaza, en octubre, ya no sorprendiera a nadie. Era una evidencia más de la descomposición, lenta pero constante, de las FARC.

No obstante, a la propia Betancourt le asiste la razón cuando dice que lo ocurrido este año es el ingreso en su fase terminal: pero su final recién tendrá lugar “cuando pertenecer a las FARC y tener un arma en la mano no represente un status para sus militantes…” Y eso, además de acabarlas militarmente, “pasa por un Estado que, hasta aquí, logra con su ausencia que pertenecer a la guerrilla signifique todo un medio de vida…”.

José Vales corresponsal, El Universal, 23 de diciembre.


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