Patrono de polleros “estimula” la economía de pueblo semifantasma

Jalostotitlán, Jal., 26 de diciembre. Fueron hermosas cabelleras negras y ahora cuelgan hechas trenzas en una pared, rodeadas de cientos de trozos de papel de todos los tamaños, con mensajes felices o esperanzados, con historias terribles. Hay también muchas fotos. Diez marines miran a los mirones metidos en sus uniformes, duros y serios. Claudia Michelle Mendoza, una niña de 10 años, sonríe en su foto porque le dieron la visa estadunidense.

En ese cuarto consagrado a los exvotos, a los milagritos, puede saberse también que Maribel Gutiérrez Jiménez era gordita. Ella mira al mirón desde su foto escolar, tamaño infantil, con el cabello recogido y expresión formal. Maribel no vino a dar las gracias al santo pollero de los Altos de Jalisco. Su familia lo hizo por ella. Cubierto a medias por trenzas y ropas de bebé, detrás de unas fotos de camionetas chocadas, cuyos ocupantes sobrevivieron, y de otras de heridas terribles que no causaron la muerte, está un cuadro con su historia:

“Gracias, Santo Toribio Romo, por habernos hecho el milagro de encontrar el cuerpo de nuestra hija Maribel que murió en el desierto el día 2 de junio de 2007, y con tu valiosa ayuda la encontramos tres días después y le dimos cristiana sepultura el 27 del mismo mes. Familia Gutiérrez Jiménez. Lagos de Moreno, Jalisco.”

Los mirones saben por qué Maribel murió en el desierto, pues muchos vienen a pedir que los mantenga vivos.

Toribio Romo es, por obra y gracia de un cura con “visión de negocios” y el apoyo de un obispo y un arzobispo, el santo de quienes cruzan la frontera sin papeles. El cura Toribio Romo, asesinado por el Ejército federal en la guerra cristera, nunca dejó los límites de Jalisco, según su biografía oficial. Sin embargo, anda todo el tiempo de un lado a otro de la frontera y ya hasta tiene una sucursal de su santuario en Estados Unidos.

Arriba de la foto de Maribel hay una del oficial Martínez, graduado hace poco de patrullero de caminos en California. La madre del oficial vino a poner aquí un recorte de periódico que pegó en una hoja: “Local man completes California Highway Patrol training”. En los bordes, la señora escribió su petición: “Cuida a mi hijo de la gente mala que se va a encontrar en su camino”.

Es muy probable que Maribel se haya topado con alguna de esa “gente mala”: los coyotes que la abandonaron en el desierto. Tenía apenas 18 años.

De milagros a milagros

Santa Ana de Guadalupe era un pueblo donde sólo los muertos se quedaban. Incluso la familia directa de Toribio Romo, muerto en 1928 en Tequila, jamás volvió. Un letrero viejo a la entrada informa que tiene 390 habitantes. Uno más reciente dice que son 290.

Sigue siendo un pueblo enano, pero ahora tiene negocios a diestra y siniestra y construcciones por doquier. La más grande será terminada pronto: el nuevo santuario de Santo Toribio, con capacidad para 2 mil peregrinos, la mitad sentados.

A la entrada del santuario que pronto entrará en desuso, una mujer igualita a las Romo de las fotos antiguas explica las maravillas del nuevo santuario frente a una enorme maqueta que anticipa los cuerpos del edificio, la capilla, el estacionamiento.

En eso está cuando se aparece otra muchacha con cara de susto: “¡Se robaron la cajita!” Los cuatro encargados de vigilar la capilla entran en febril actividad. Algunos peregrinos les cuentan que un hombre tomó la caja de las limosnas, colocada justo al lado de un pequeño féretro encadenado bajo el altar, donde se guardan los restos de Toribio Romo. Dicen que muy quitado de la pena se metió con la alcancía al cuarto contiguo. “No dijimos nada porque pensamos que era alguien de aquí mismo… como se metió para allá”, explica uno de los testigos.

La mala nueva corre rápidamente entre una y otra capilla. Justo a la mitad del camino entre ambas, Guadalupe Romo, padre de la muchacha asustada explica los detalles del robo mientras atiende su negocio de recuerditos del santo y otras chucherías. “Aquí me puse sin decirle al padre, al fin que él tiene todas las concesiones de los restaurantes y las tiendas.”

Quizás haya muchos regaños por el robo de la cajita, pero es seguro que Santo Toribio se recuperará pronto de la pérdida.

Cada una de las capillas tiene al menos un par de edificios anexos, un restaurante y una colecturía, que no es sino una tienda donde se venden llaveros, vasos, rosarios, playeras, calendarios e imágenes del santo de todos los materiales, tipos y tamaños. Las pocas calles del pueblo también están llenas de restaurantes que compiten por ganar a los peregrinos que llegan en autobuses de turismo: “Aquí comen gratis el chofer y el organizador”.

Detrás de la primera capilla se ubican también tres edificios que forman el “centro de reflexión” para curas y seminaristas: 24 habitaciones, sala de juntas, oratorio, comedor y un patio central con una cascada.

Guadalupe donó un trozo de su maizal para la construcción de la “calzada de los Mártires”, un andador adoquinado que une las dos capillas y donde los visitantes pueden ver los bustos de los 25 “mártires cristeros”. En la base de cada busto se informa de la fecha de nacimiento y “martirio” de cada santo, así como sus últimas palabras. La mayoría murieron al grito de “¡Viva Cristo Rey!” Toribio Romo, cuyo busto se encuentra al final del andador, por encima de los demás, alcanzó a decir, según el monumento, “Señor, aceptarás mi sangre por la paz de la Iglesia”. Sin embargo, en la historieta basada en la biografía escrita por su hermano, Toribio en realidad dijo: “Sí, soy yo, ¡pero no me maten!”

Sean cuales fueren sus últimas palabras, Toribio tendrá pronto su moderno santuario, a un costo de 100 millones de pesos, gracias, entre otras cosas, a la promoción del gobierno del estado de Jalisco, que incluye a Santa Ana de Guadalupe en uno de los cuatro “circuitos cristeros” que abarcan 20 municipios de Los Altos.

En su página web, el gobierno de Jalisco promueve los atractivos del “turismo religioso”. Por ejemplo, la Parroquia de San José, en San Julián, “donde son visibles los impactos de bala del combate del 15 de marzo de 1929, donde intervienen Victoriano Ramírez, El Catorce, y el general Miguel Hernández, quienes derrotan al federal Espiridión Rodríguez”.

Los milagros de Santo Toribio no son sólo para los migrantes. El candidato panista Emilio González Márquez repartió estampas del santo durante su campaña y ahora es gobernador.

Quizá la donación de 90 millones de pesos del erario para el Santuario de los Mártires –que se edifica en Guadalajara gracias a la obsesión del cardenal Juan Sandoval Íñiguez por tener un templo más alto que la iglesia de La Luz del Mundo–, no haya sido sino una manda del góber piadoso.

Como se sabe, la donación no se concretó y los 30 millones ya entregados fueron devueltos, con intereses, por el patronato del santuario, tras las fuertes críticas que recibió la decisión del gobierno estatal.

La reversa no ha impedido que el gobernador siga financiando, con recursos públicos, la Ruta del Peregrino y diversos templos para venerar a los santos cristeros.

Según sus voceros, el gobierno jalisiciense no pretende más que promover el desarrollo de los pueblos y ciudades visitados por miles de peregrinos, dotarlos de servicios y hoteles para que “la derrama” les quede a los lugareños.

Quizás el éxito de Toribio Romo ha permitido que su santuario no requiera de la ayuda oficial directa.

Las millonarias limosnas darán para que el nuevo santuario cuente con una banda giratoria que permitirá a los peregrinos observar de cerca las reliquias de Toribio Romo: sus ropas de muerte manchadas de sangre, sus libros y dos frasquitos que contienen un polvillo pardo que fue, dice un letrero, “la sangre del mártir”.

Todo, en un pueblo que no tenía párroco. Gabriel González Pérez llegó en 1997 y pronto tendrá un santuario de 100 millones de pesos. Vive a unos pasos de la capilla más antigua, en una casa de amplias terrazas y jardines, que cuenta con cancha de frontenis.

En mayo pasado viajó a Estados Unidos para encabezar la ceremonia de apertura de la primera sucursal de Toribio Romo, en Tulsa, Oklahoma.

Según L’Osservatore Romano, diario oficioso de El Vaticano, el mexicano Simón Navarro tuvo la idea, frente a la aprobación de una ley antinmigrante que, entre otras cosas, prohibía rentar casas a inmigrantes sin documentos.

Arturo Cano enviado, La Jornada, 27 de diciembre.


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