Pero además, es el resultado de una trabajosa operación de inteligencia, análisis informativo, audacia personal, disciplina militar y hasta ciertas dotes histriónicas y la reconocida perspicacia del colombiano medio, puesto de manifiesto por el comando que desde el 27 de junio y hasta ese día llevó adelante el operativo.
Eso en lo que respecta a la parte operativa. La planificación, según el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, y el entonces jefe del Ejército, general Mario Montoya, había iniciado 14 meses antes, en abril de 2007 con la declaración del policía John Frank Pinchao, quien había logrado huir de su cautiverio en un campamento de las FARC.
La descripción del lugar y de la forma de vida y códigos en un campamento guerrillero, le permitió al Ejército colombiano planificar una operación que aún hoy suena increíble. Sin disparar un solo tiro, reduciendo rápidamente a los guerrilleros de custodia, con dos helicópteros militares camuflados a la perfección como máquinas pertenecientes a una organización no gubernamental humanitaria, interceptando mensajes para proponer la colaboración de traslado de los 15 rehenes que integraban la lista de los 45 canjeables por las FARC, Ingrid y el resto volvieron a la vida, después de pasar temporadas que iban desde los cuatro años de los rehenes estadounidenses a los 12 años de algunos de los militares liberados.
Reportajes, libros en proceso y el rédito político traducido en popularidad para el presidente Álvaro Uribe, son el remanente de aquella operación, que sumó otro duro golpe a las FARC en el año que acumuló mayor cantidad de derrotas políticas y militares. Una historia de película, como lo aseguraran Betancourt y el resto de los rehenes en sus primeros minutos de libertad, había tenido lugar en el corazón de la selva del Guaviare, allí donde la guerra suele mostrar la cara de la muerte, ese día ofrecía un canto a la vida.
José Vales corresponsal, El Universal, 24 de diciembre.
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