Migrantes indocumentados son los nuevos reclutas

Álvaro Méndez es guatemalteco. Dejó su país, a sus tres hijos y a su esposa para ir “al norte”. Junto con sus compañeros de travesía llegó hasta Reynosa, ahí sus planes se truncaron.


“Los Zetas nos agarraron... Nos llevaron a un rancho, muy grande, donde tienen a mujeres trabajando en la comida y en la limpieza. Ahí cayeron primero siete y luego cinco migrantes más… Al otro día, el patrón me mandó llamar. Pensé que me iba a matar. Me preguntó que si no tenía miedo. Me llevó a pasear en su troca, y me quiso convencer de que trabajara con él. Me ofreció dólares, camionetas, drogas y mujeres, pero no acepté… A mí me querían con ellos porque me dijeron que necesitaban gallos como yo”.


Álvaro logró escapar. Muy pocos lo consiguen. Su relato se incluyó en el Quinto Informe sobre la Situación de los Derechos Humanos de las Personas Migrantes en Tránsito por México, que en mayo de 2009 presentaron las organizaciones Humanidad sin Fronteras, Belén Posada del Migrante y Frontera con Justicia.


Esas agrupaciones comenzaron a detectar que desde 2008 un incremento en el secuestro de migrantes centroamericanos en su camino hacia Estados Unidos. “Cuando no pueden pagar el rescate, los ponen a trabajar para ellos. No sólo los integran al narco, los meten a la trata, al secuestro”, cuenta el sacerdote Alejandro Solalinde Guerra, quien dirige un refugio para migrantes en Ixtepec, Oaxaca.


El reclutamiento de migrantes se hizo más intenso durante 2009. La crisis económica en Estados Unidos llevó a que muchos no encontraran trabajo en ese país. “Estos migrantes se regresan, se quedan en la frontera y ahí es donde los enganchan”, cuenta el religioso.


En Tijuana, Carlos fue “enganchado” por un grupo de narcotraficantes. Este hondureño, de 16 años, no logró pasar a territorio de Estados Unidos. Su familia, al no saber nada de él, se comunicó con el consulado de Honduras en Baja California.


El cónsul Miguel Hilsaca logró localizarlo. El muchacho ya no tenía planes de ir a Estados Unidos, se quedó en Tijuana vendiendo “cristal”. “A los hondureños que son secuestrados les comienzan a lavar el cerebro para que se involucren en el narcotráfico, con la promesa de mejorar su situación económica. Muchos aceptan porque no tienen otra opción, es eso o la vida”.


Para el sacerdote Alejandro Solalinde Guerra todas las formas de reclutamiento del narcotráfico muestran que “hay una falla terrible del sistema económico, político y social. Las instituciones no están funcionando. Y si queremos que esto cambie se necesitan transformaciones profundas en todas las instituciones: familia, escuela, gobierno y sociedad”.
Thelma Gòmez Duràn, El Universal, 26 de enero.

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