Chávez fue alguna vez “Huguito”


SABANETA.— Para entender por qué el presidente Hugo Chávez podría ganar otra elección en Venezuela el próximo mes, vaya y siéntese bajo los árboles de mango en Los Rastrojos o Sabaneta.
En esos poblados rurales de su infancia que descansan en el corazón del llano venezolano, familiares y amigos desempolvan historias de un niño que ya mostraba su facilidad de palabra y toque popular, hoy dos de los pilares de su estilo de gobierno.
Con regocijo, Guillermo Frías cuenta cómo jugaba beisbol con su primo “Huguito” en las calles de tierra usando sus brazos como bates y moldeando el caucho de los árboles como pelotas. “Siempre hablaba más que cualquiera”, recuerda el hombre, riendo.
Una tía, Brígida Frías, dice que, de niño, a Hugo Chávez le gustaban los cometas —papagayos para los venezolanos— el dibujo, y muestra el lugar donde el idealista muchacho solía recostarse en una hamaca durante sus más serias conversaciones.
Es en estas plácidas planicies castigadas por el inclemente sol donde tanto Chávez el hombre como Chávez el mito nacieron para luego crecer hasta polarizar a Venezuela como nunca antes.
Y es justo esta imagen, la del chico de campo que se convirtió en presidente y pasó años tratando de ayudar a los más pobres, la que más le importa a Chávez sembrar en la mente de los votantes para las elecciones del 7 de octubre.
En cambio, su rival, Henrique Capriles, busca aprovechar la desilusión de algunos pobres con Chávez y convencer al pueblo de que el experimento socialista chavista terminó convertido en una autocracia. La táctica parece estarle funcionando, pues aunque en la mayoría de las encuestas tradicionales lidera el mandatario, Capriles viene ganando terreno y una de ellas los pone cabeza a cabeza.
La mirada romántica y cariñosa que prima en Sabaneta sobre Chávez se repite en distinto grado en barrios bajos y humildes zonas rurales del país, donde el presidente cosecha su mayor popularidad.
Pero en otras partes de la nación, la simpatía es reemplazada por un profundo odio hacia el chavismo, al grado de que en clubes de golf, por ejemplo, y en otros bastiones de la alta sociedad, las conversaciones giran en torno a quién más planea emigrar si Chávez vence a Capriles y asegura otro mandato de seis años.
Y no sólo son los ricos. “Promesas y más promesas, es lo único que nos dicen”, dice Julieta Rodríguez, de 37 años y madre de cuatro hijos, en un refugio temporal en la costa donde ha esperado más de dos años por su nueva casa, misma que le fue prometida tras las inundaciones de 2010. “Yo siempre he votado por Chávez, lo amaba. Ahora no sé. Capriles me parece capaz y es joven también. Tal vez merece un chance”, sostuvo.
Sabedor del desencanto que priva entre los venezolanos, y de los problemas cotidianos como los cortes de electricidad, el alto costo de la vida y la inseguridad, que tienen hastiados a muchos, Chávez ha apelado a su carisma: A sus 58 años, habla al estilo de los “llaneros”, canta y constantemente evoca sus raíces, como cuando contó la historia de la gigantesca serpiente “traga venados” que casi lo aplasta cuando era bebé en su cuna.
Hasta sus rivales reconocen la conexión de Chávez con los pobres. Pero también resaltan el lado intimidatorio de su carácter, el hombre que promete “pulverizar” a sus contrincantes y amenaza a empresarios con expropiaciones por televisión. Ese, dicen, es el verdadero Chávez. “Lo que tienes en Venezuela es una pura y sistemática violación de los derechos humanos”, advierte la dirigente opositora María Corina Machado. 
Chávez, mientras tanto, asegura: “Yo soy el pueblo”.
“Lo queremos porque él es uno de nosotros”, expresa María Quevedo, una madre de 33 años que trabaja como voluntaria en la casa espartana en Sabaneta donde Chávez pasó su niñez y que hoy es la sede del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en el pueblo.
Una nueva escuela, que podría ser bautizada “Mamá Rosa” en honor a la abuela de Chávez, está siendo erigida en el sitio donde estaba el viejo rancho de piso de tierra en el que nació el mandatario, el 28 de julio de 1954. “Su corazón siempre se ha abierto hacia los más pobres. Gracias a él, todos hemos subido en la vida. Sin él, nada”, sostiene Quevedo, con admiración.
Andrew Cawthorne, El Universal, 23 de septiembre.

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