Veinte minutos después del cierre de casillas, se habían levantado los brazos del priista Manuel Añorve y del abanderado perredista Ángel Aguirre. Fue un jolgorio casi simultáneo, respaldado por los representantes de los partidos coaligados.
Ambos recibieron hurras y apapachos: Añorve, del senador priista Fernando Castro Trenti, del líder nacional de Nueva Alianza, Jorge Kahwagi, y del legislador ecologista Arturo Escobar.
“¡Ganamos, ganamos!”, gritaron entre saltos.
Aguirre se fundió en un acaramelado abrazo con el jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard; lo secundaron el presidente perredista Jesús Ortega, el dirigente del DIA Manuel Camacho Solís y los representantes de Convergencia y PT; sorprendió la ausencia del jefe panista Gustavo Madero, quien, se dijo, estaba en Baja California.
Y en medio del frenesí, los dos pidieron humildad al contrincante, presumieron ventajas irreversibles y hasta adelantaron un gobierno incluyente, sin rencores.
Fue una doble exaltación que contrastó con las murmuraciones violentas de la jornada electoral, con las incriminaciones mutuas y con la cautela de los ciudadanos guerrerenses: muchos perdieron el miedo, aunque, tras el lodazal de los últimos días, predominó el titubeo, las dudas en torno a los dos contendientes.
Al final del día, fueron más los convencidos de que Guerrero, uno de los estados más pobres del país, merecía un mejor gobernador.
Los palos. Durante las primeras horas de la jornada se desató la rumorología y se habló de piedras, palos, golpizas y hasta “levantones”.
Sin embargo, en la recta final de los comicios la coalición encabezada por el PRD cambió el discurso y optó por la apariencia de paz y la invitación al sufragio.
A tres horas de cerrarse la votación, Jesús Ortega dijo: “No hay situación de violencia en la entidad, es hora de votar”… Ventiló, incluso, que el 99.88 por ciento de las casillas había sido instalado sin novedad. Y aunque frenó las “cifras alegres”, dijo que percibía entre los priistas “síntomas de desesperación” y que, levantadas ya algunas actas de escrutinio, “los resultados eran contundentes”.
Por la mañana, en el puerto, un grupo de jóvenes seguidores de Aguirre denunció, con previa exhibición de moretones y playeras ensangrentadas, haber recibido “una paliza” de hombres vestidos con camisolas verdes —características de la legión de Añorve—, así como el secuestro de cuatro compañeros, lo que fue desdeñado por el diputado federal perredista Jesús Zambrano: “No caeremos en acusaciones irresponsables”. También detalló que el supuesto asesinato de un activista en Ometepec se había derivado de una riña, ajena a cuestiones electorales.
Rapto. La coalición Tiempos Mejores, en cambio, aceleró las querellas de manera progresiva: robo de urnas, locos con varillas y piedras, defeños con una dotación de credenciales del IFE…
Sí se confirmó el rapto por dos horas de la diputada local priista y ex alcaldesa de Xochistlahuaca, Aceadeth Rocha Ramírez; se la llevaron de la casa de campaña de Ometepec —ya había sido secuestrada antes, en julio de 2009—.
Una hora antes del cierre, el presidente nacional de Nueva Alianza, Jorge Kahwagi, exhortó a la ciudadanía a no dejarse amedrentar y pidió a Chucho Ortega dejarse de conducir por medio de calumnias: “Si actúa irresponsablemente, entre violaciones a la ley, es un delincuente”.
El senador tricolor Fernando Castro Trenti ventiló la detención de 10 enviados de la capital del país en Coyuca de Benítez y vislumbró una carretada de reproches ante la Fepade. No obstante, evitó la “pelea cuerpo a cuerpo” con Jesús Ortega.
Fuego. El runrún mañanero abarcó ráfagas en las casas de los candidatos, pero pronto fueron desechadas. En contraparte, las autoridades corroboraron llamadas anónimas de alerta a los hogares guerrerenses: pedían no asistir a las casillas, porque habría balaceras. La Secretaría de Seguridad Pública local informó que, por esta intimidación, recibió alrededor de 140 denuncias.
También se verificó un vocho incendiado en una colonia acapulqueña de nombre paradójico: Unidos por Guerrero.
En general, se reportaron incidentes como conatos de bronca, movilización de golpeadores, circulación de comandos armados, invasión de instalaciones partidistas y destrucción de equipos de cómputo en puntos como Altamirano, Chilapa —donde los poblados enfrentaron a las marrullerías con veladoras, crucifijos y estampas virginales—, Coyuca de Catalán, Tlapa de Comonfort, Cocula, Zirándaro y Tlalchapa.
Las boletas. Antes del mediodía habían votado ya los dos aspirantes. Durante su estancia en las casillas no encontraron un respaldo unánime y brotaron, aunque aislados, gritos de apoyo al contrincante.
En realidad, Añorve había tenido que lidiar contra el recelo desde su desayuno en un restaurante de la Gran Plaza acapulqueña, el cual compartió con el senador Manlio Fabio Beltrones y otros aliados.
Poco después del primer trago al café y la primera mordida a la concha, en una mesa aledaña, un grupo de comensales estropeó el momento con la voz: “¡Aguirre, Aguirre!”.
Para entonces, las quejas más sonoras en cuanto al proceso eran la falta de funcionarios electorales y de equipo, además de lentitud en la apertura de casillas.
Dos estampas singulares fueron la votación del declinante panista Marcos Parra, quien antes de depositar su sufragio lo mostró a las cámaras: cruzó el logotipo de la alianza encabezada por Aguirre.
Y el sosiego del gobernador Zeferino Torreblanca, quien resumió así el día: “Muchos rumores, pocos hechos consumados”.
Hasta el anochecer persistieron los festejos duplicados.
“Que acepten el resultado y no se vayan a un conflicto electoral”, pidió Añorve.
“El candidato del PRI no ganó ni siquiera en la casilla donde vive, su derrota ahí fue contundente”, se burló Ortega…
Daniel Blancas y Mar Horacio Ramose en Acapulco, La Crónica, 31 de enero.
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