En Busca De Los Levantados

IV.— El comando de sicarios llegó a la casa por mi hijo César, pero al que levantaron fue a su hermano Fernando, ahí frente a mi esposa. Yo sí sé quién fue: Teodoro García Simental, El Teo, ése controla el cártel de los Arellano Félix en la zona oeste de Tijuana. Y si no lo detienen es porque la policía trabaja para él. Esa es la pinche impunidad.

(Seguimos en el sexto piso del edificio Casas, en Tijuana. Y quien ahora cuenta el thriller real es don Fernando Ocegueda, el representante de la Asociación Esperanza contra las Desapariciones Forzadas y la Impunidad. La ONG, decíamos ayer, integrada por padres que sortean la vida en busca de sus hijos levantados).

Todo fue por una morra. Mi hijo César ya no andaba con ella, pero su nuevo novio, Alberto Cervantes Nieto, vocalista del grupo Explosión Norteña, sufrió un atentado y responsabilizó a mi hijo. Y como Cervantes es amigo de El Teo —se juntan siempre en los Mariscos Godoy con El Muletas, La Perra, El Acapulco y El Ciego (Saúl Montes de Oca), todos lugartenientes de El Teo—, pues le pidió el trabajito del levantón. Y el 10 de febrero de 2007, por error, se llevaron a Fernando.

Acudí a las autoridades, pero poco a poco hemos sabido que ellas también están involucradas. Por eso hemos pedido que destituyan a Jesús Nelson Rodríguez, el de Antisecuestros, porque ha solapado los levantones o ha frenado las investigaciones. Y no se diga el anterior procurador, Antonio Martínez Luna. Hasta en un video fue exhibido.

(Don Fernando habla de un video que llegó al semanario Zeta. En él, José Ramón Velásquez Molina, un ex comandante de la judicial y ex escolta de Ernesto Ruffo en sus tiempos de gobernador, testificó bajo levantón que encabezaba una célula del cártel de Sinaloa, que su trabajo eran los levantones y que recibía órdenes de Humberto El Pato Valdez, asesor del entonces procurador Martínez Luna. Velásquez sería asesinado y arrojado frente a la casa de la novia de Martínez Luna, en la calle Panamá, Mexicali. El ex procurador rechazaría estar involucrado.

Otro video, pero por YouTube, circuló hasta hace poco con el título de El CAF y los culeros de Tijuana, cortesía de quien dijo llamarse lavozx6. En él, con un rap de fondo, se exhibe el álbum fotográfico de la policía ministerial en todo Baja California. Se trata de mostrar a los agentes involucrados con el crimen organizado. Por eso, en cada foto, se dice quién recibe dinero del cártel de los Arellano (500 dólares semanales), y quiénes trabajan como sicarios de El Teo, El Lobito, El Cholo, El Ciego, El Güero, El Botas, El Nalgón, La Gorda, El Pareja y El Quemado, todos pistoleros que ocupan sus tiempos libres para levantar gente. En ese mismo video, se vincula a El Teo con Nelson Rodríguez, el personaje que don Fernando responsabiliza de la serie de levantones en Baja California).

Todo lo que digo es verdad. Y si quieren levantarme a mí también, no me voy a dejar. Aquí en Tijuana puedes comprar un arma como si compraras dulces.

(Lo dicen tan serio que, obviamente, no fantasea don Fernando).

* * *

V.— El cura Salvador Nava, de Ensenada, ha decidido ser parte de la asociación. Hay tantos levantones en su municipio que, dice, no puede quedarse indiferente, aunque eso pueda traerle consigo amenazas. “Puedo ser el puente para contactar a los desaparecidos, hay que tener fe en Dios”, dice convencido.

Entonces le pregunto que si en estos casos sólo queda el camino de la oración, porque las autoridades desprecian el asunto.

—No —dice—. Soy de los que creen que a Dios rogando y con el mazo dando. Por eso es bueno que la gente se acerque a la asociación, que deje el miedo. Con rezos y presión, algo bueno puede suceder.

Quien ha venido con esa esperanza es don Manuel Gómez, un hombre que le ayuda al padre Salvador en la iglesia de Ensenada. Hace una semana, su hermano Juan fue levantado. Y por lo que ha podido averiguar, los autores pueden ser priistas locales, vinculados con el crimen organizado.

—Aquí cada quien investiga con el riesgo de morir —le dice don Fernando a don Manuel, a manera de presentación de la ONG.

Don Manuel le da vueltas: ¿cómo, un pescador como él, que de cierta manera había resuelto su vida, ahora se encuentra en esto, arriesgando el pellejo?

—Aquí no mentimos, Manuel: me acaban de traer el expediente de tres primos, dos jovencitas y un chavalo, que los levantaron hace días. El hermano se puso a investigar y también lo chingaron: sufrió un levantón —le dice don Fernando, mostrándole las fotos de los chicos.

Don Manuel mira a los otros padres porque lo están mirando. Escudriña el enorme cartel desparramado sobre la mesa donde se exhiben las fotografías de un buen racimo de los levantados.

—Le entro —se convence don Manuel—. Total: estos cabrones ya nos mataron un poquito.

* * *

VI.—Desde que levantaron a mi hijo lo sueño vivo y hasta me grita que lo ayude. También lo he soñado entre carros viejos y un taller de hojalatería. Lo sueño con la ropa desgarrada, diciéndome: Mamá, fue el Miguel, ése cabrón fue.

(Socorro Balderas Ríos dejó de ver a su hijo Ricardo, de 32 años, el 12 de abril de 2005. Ricardo, demandado por un presunto fraude inmobiliario, fue al ministerio público de Rosarito a firmar como cada semana. Lo acompañaba su amigo, Miguel Valdés Morales. Él, en los hechos, fue el último que lo miró vivo. Lo sabe Socorro porque, antes de que desapareciera Ricardo, le telefoneó y éste le dijo que Miguel iba con él, que no se preocupara.

Miguel, por lo que sabía Socorro, era de esos hombres mitad terco, mitad le valía madre. Tenía amigos en la policía porque para venderle autos robados a los narcos de la región necesitaba de contactos que le hablaran al diablo al oído.

Socorro, como dicta la lógica, presentó una denuncia. Y desde ese día una pick up roja, con vidrios polarizados, se plantó afuera de su casa o la seguía a donde fuese. No, no eran policías protegiéndola. Eran tipos cuya tarea era hostigarla, decirle que no anduviera de preguntona porque si no le ocurriría lo mismo que su hijo).

Como al mes y medio llamaron a mi celular —por eso supe que el número era de Querétaro—. Alcancé a escuchar que un tipo decía “nomás tranquilo cabrón”, pero Ricardo no habló. Se cortó. Mi hija se volvió a comunicar a ese número y pidió hablar con Ricardo, entonces colgaron y nunca más pudimos comunicarnos a ese número.

Yo ya había intentado encontrar a Miguel, pero durante mucho tiempo se fue de Rosarito. Fue casi después de medio año cuando me lo topé y le pregunté por mi hijo. Nomás se sentó en una jardinera y, mientras le reclamaba, él se ponía a jugar con la tierra. Y aunque fui a la policía para decirles que el sospecho de la desaparición de mi hijo ya estaba en Rosarito, me dijeron que ellos seguían sus investigaciones y que no podían obligar a nadie a confesar un delito.

No sólo ahí encontré indiferencia. En Mexicali, la procuraduría me dijo que si a mi hijo le había pasado eso era porque andaba en malos pasos. Y yo les dije: no lo creo, pero suponiendo que anduviera, ¿eso les da derecho a la gente de levantar a quien sea?

Presionamos tanto los de la asociación que un día me llegó una carta del gobernador Eugenio Elorduy. ¿Y sabes qué era? Una pinche felicitación por mi cumpleaños. Qué poca…

(Y Socorro se talla los ojos que, en diciembre, los médicos le arrancaron las cataratas).

Quiero seguir en la búsqueda de Ricardo, pero como llaman tanto a mi teléfono para amenazarme, he decidido irme de aquí. Creo que desde lejos le voy a seguir. Pero ya no aquí. Por mí podría morir, lo malo es que cuido a mis nietos, los hijos de Ricardo. El niño, por ejemplo, no come, no habla, ni quiere ir a la escuela.

¿Cómo pueden romperte la vida estos cabrones, verdad?

* * *

VII.—Se van todos, salvo don Fernando, y le digo que sea honesto: ¿no tiene miedo?

—No, Alejandro, ya lo perdí. No sé qué me pasó, pero ya me vale madre. No sé si sea porque veo a mi esposa y mis hijos destrozados, y todo por los caprichos de un cantante que creyó tener muchos güevos para levantar a Fernando. Y ni mi vieja tiene miedo. Ella dice que no importa lo que tenga que pasar, pero no podemos darle la espalda a mi hijo. Muchos vienen a la asociación y por temor mejor se van. Están en su derecho. Como yo tengo el mío de buscar a Fernando, aunque se me vaya la vida.

Ya se le ha ido bastante: además de su hijo, sólo trabaja dos días a la semana en una empresa gringa porque el resto lo invierte en la asociación. Con esos mil 200 pesos comen su esposa y su hija; César, al que originalmente iban a levantar, ya se largó de Tijuana.

Al final, veo a don Fernando marcharse. Va a Ensenada. Tiene una entrevista para la televisión local y pasará a ver a unos conocidos que también tienen a un hijo levantado.

Esta historia, parece, no tendrá fin.
Nota de Alejandro Almazán en Tijuana, 3 de marzo.

0 Responses to "En Busca De Los Levantados"