Reaparecieron los persecutores

Ayer por la mañana, cuando iniciaban sesión los senadores para aprobar la reforma judicial, fuera del recinto se juntaron algunas decenas de mujeres, ancianos, jóvenes, activistas todos, a nombre del Frente Nacional contra la Represión para tratar de impedirlo.

Y, entre ellos, reaparecieron quienes se han distinguido como persecutores de quienes piensen diferente. Mientras la mayoría estaba atenta al mitin-plantón, un puñado de ellos se comunicaba a señas cuando se acercaban los vehículos de legisladores, para pegar veloces carreras de la entrada principal a la puerta alterna de Donceles 25.

Con esa operación obligaron al senador del PAN Santiago Creel a bajar presuroso de su camioneta, entrar por esa puerta trasera y escapar de la confrontación física, lo que irritó a los corredores al grado de despedirlo con cinco sonoras tildes: “Cobarde… sacón… culero… traidor… Hijo de…”

Así, mientras el mitin seguía, esos, los más activos, consiguieron atajar el auto de María de los Ángeles Moreno, lo rodearon, le gritaron algo así como que son traidores a su cargo quienes aprueben la ley Gestapo, ella alcanzó a espetar algo a los acosadores desde el carro, que arrancó hacia la puerta trasera para ser despedido con rudos movimientos de brazo por arriba del hombro de ese personaje de chamarra de piel negra que al mismo tiempo completaba su mensaje, desgañitándose con los peores deseos para la madre de la senadora del PRI.

En el altoparlante, Leticia Tecla insistía: “compañeros, no hagamos provocaciones. Venimos a protestar pacíficamente contra la ley de justicia. Si nosotros agredimos les vamos a dar razones al gobierno para reprimirnos, para que digan que somos intolerantes… si alguien quiere agredir es mejor que nos deje, que se vaya….” Pero nadie se fue.

Mientras, el hombre de la chamarra de piel negra discutía con los grandulones de seguridad del Senado que le reclamaban el trato a la senadora y éste reculaba: “también ellos me mentaron la madre…” Mientras, otra protestante bien conocida, Julia Mercedes Klug, reposaba de las carreras, se retocaba con pintura roja vegetal las heridas simuladas en la cabeza, en los pómulos, en un brazo y se colocaba la gruesa cadena en las muñecas para semejar aprisionamiento ante los fotógrafos y los senadores que se atrevían a cruzar la valla metálica y la humana, que obstruían el acceso a la Cámara.

En esas protestas, para las miradas acostumbradas, lo más llegan a rechazar lo injusto. Otros, quizá. Es muy dificultoso hallar las razones que motivan a esos menos a estar presentes donde los llaman o ellos deciden que los necesitan. Sus rostros son harto conocidos. No cejan. No es fácil saber sus nombres ni sus motivos de fondo porque responden con agresión: “has de ser policía… a tu periódico lo tenemos vetado...” En los otros, es bien comprensible su tozudez, como de la profesora Leticia Tecla, a la que las policías políticas le han perseguido, secuestrado, al igual a que su esposo, a sus hermanos Georgina y Alfredo, que le desaparecieron a más de la mitad de su familia. Pero hay unos incomprensibles para los terceros, como la señora Klug, que se distingue en llegar a todos los actos de este tipo, con sus disfraces de caracterización, con sus formas novedosas en la protesta, igual que su amigo Gerardo Fernández Noroña y en estimular tensiones como la del 7 de octubre de 2007 en la Catedral, como el 24 de febrero ante la Torre de Pemex, cuando otros arremetieron contra dos legisladores del PRD, como ayer en el Senado, a pesar de las peticiones de sus otros compañeros de ser pacíficos. Pareciera que ser persecutor de los dispares se ha convertido en una especialidad.
Crónica de Rogelio Hernández López, Milenio, 7 de marzo.

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