Mi sueño, más grande que el miedo a La Bestia

Aquí, guarecidos del intenso sol costero gracias a la sombra de un puente de Coatzacoalcos, Veracruz, bajo el cual pasan las vías del tren, unos 350 centroamericanos hacen una misa, cantan y organizan una protesta por la nula protección de autoridades mexicanas en sus periplos migratorios. Exigen que funcionarios municipales, estatales y federales no abusen de ellos.

Y no sólo eso: le piden a los criminales que ya no les jodan la vida.

En las vías levantan una manta negra con letras blancas en la cual se lee: “Solamente busco un sueño, no me secuestres. ¡¡También los migrantes estamos hasta la madre!!”.

Melvin, de 23 años, originario de Comayagua, Honduras, iba en su primer viaje en tren por áridos suelos mexicanos cuando a él y a otros cinco jóvenes los detuvieron unos policías estatales en Piedras Negras, Coahuila.

“¿Qué, quieren que los deportemos, o quieren a alguien que los ayude a cruzar?” —los amenazaron y engatusaron.

Los jóvenes optaron por lo segundo. Error. Terrible error. Uno de los policías tomó su celular y a los pocos minutos llegaron unas trocas con hombres armados. Los criminales los treparon a los vehículos y los llevaron a una casona de “seguridad”, donde había varias decenas más de centroamericanos secuestrados. Ahí, fue un tormento lo que soportaron: durante cinco semanas los golpeaban, les daban sobras de comida, apenas les ofrecían el agua necesaria para que no desfallecieran. Y el terror: obligaban a cada uno a llamar a sus hogares para pedir 6 mil dólares de rescate a sus familiares. Imposible para casi todos. Se trata de gente que en su mayoría sale de sus países a causa de la pobreza.

Melvin es hijo de cafetaleros. Él mismo se dedicaba a eso. Por cada cosecha —cuenta— su familia sacaba 300 dólares de ganancia. Unos 3 mil 600 pesos. Y eso, dice, ocurre máximo cuatro veces al año: 14 mil 400 pesos anuales. “¿Cómo se vive con eso, son máximo cuatro dólares de jornada?”, pregunta. Son 39 pesos por día, en promedio. Por eso Melvin tres veces ha cruzado fronteras para llegar a México e intentar entrar a Estados Unidos.

El hondureño, tipo guapo de enormes ojos negros es un morro temerario y con suerte:

—En las noches, para que no nos escapáramos, nos tenían desnudos a todos ahí, donde nos encerraban, en la casa grande. Los que nos vigilaban, que estaban todos tatuados de los brazos, andaban drogados platicando en las noches. En un descuido dejaron una puerta abierta y otros dos y yo nos salimos caminando despacio, y luego corrimos duro, bien duro. Una señora que estaba hablando por teléfono en una caseta nos vio y nos dijo que si éramos migrantes.

La coahuilense se compadeció, los hospedó, los escondió, y los alimentó cuatro días, hasta que Melvin y sus colegas vencieron el miedo y volvieron a salir. Un par de jornadas después, agentes de migración mexicanos los detuvieron y los deportaron.

Y aquí está otra vez Melvin, en la caravana Paso a Paso por la Paz, bajando del tren y presto para montar de nuevo en La Bestia esta tarde. Aferrado:

—Desde los doce años es un sueño mío llegar a Estados Unidos, hasta que lo logre. ¿Miedo por lo que me pasó con los maleantes, o del tren? Es más grande mi sueño que el miedo.

¿Miedo a esos criminales? Sí, pero nos juntamos para protegernos. Y no hay otra: venimos huyendo de la necesidad y de la violencia; a mí me querían obligar a que los ayudara a sacarle dinero a mi patrón o me mataban. Y como me mataban, voy montado voy por unos dolaritos para la familia. ¡Que se arranque el tren y me lleve ya! ,se excita Jorge, de 26 años, originario de Choloma de Cortez, compa ferroviario de La Bestia de Melvin.

Caravana de jinetes migratorios sobre un bestial tren…

***

El sacerdote David Hernández, coordinador de la Pastoral de Migrantes de la Diócesis de Coatzacoalcos, empieza a lanzar agua bendita sobre las vías del tren. Algunos de los migrantes miran con curiosidad. Creen que les está bendiciendo el camino. Sí, pero no. Explica que lanza el agua porque justo ahí suelen intentar trepar los migrantes cuando arranque la máquina, pero muchos no lo logran y caen:

—Hemos recogido cadáveres y extremidades aquí, por un lado y otro, lanza sin delicadeza el cura.

Y sí, los vecinos de la calle peatonal junto a las vías, llena de casitas pobres confirman que cada dos o tres semanas hay sangrientas escenas de seres desmembrados cuando algún infortunado va a dar debajo de las entrañas succionadoras de La Bestia. Y sí, al recorrer la zona todavía se observan tenis de hombre y mujer destazados, pantalones despedazados, mochilas hechas añicos. Los retazos del sufrimiento migratorio.

Que Dios los cuide, ¿Por qué todo esto? Esta vida de los pobres muchachos, dice bañada en lágrimas una de las madres de migrantes desaparecidos cuando observa que el monstruo con ruedas echa a andar y los jóvenes amagan con montarlo.

Juan Pablo Becerra-Acosta-M./Veracruz, Milenio, 30 de julio.

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