Perdieron su casa y la pensión no es suficiente

Nacido hace 88 años en esta ciudad de Quintana Roo, don Ricardo Rosado Rojas es un trabajador retirado que sobrevive con su mujer con una pensión de mil 800 pesos mensuales. Las dolencias no lo doblegan, ya que siempre ha estado habituado al intenso trabajo, dice.

“A veces saco 50 pesos al mes recogiendo latas y botellas en los parques y en las calles. Lo hago cuando salgo o aquí a la vuelta. Me pagan a cinco pesos el kilo, y con eso completo un poco para los gastos que tenemos”.

Cada mes acude al IMSS a cobrar su pensión, la cual obtuvo gracias a 23 años de trabajo en la desaparecida empresa Maderas Industrializadas de Quintana Roo (MiQRoo), donde se desempeñó como operador de vehículos y maquinaria.

Don Ricardo ha sido testigo de los cambios paulatinos de esta capital. Machete en mano, desde sus años de juventud trabajó en obras públicas limpiando áreas verdes destinadas a convertirse en calles o en terrenos para la construcción de casas.

Como chiclero en la selva quintanarroense vivió el embate del huracán Janet —en septiembre de 1955—, refugiado en la comunidad de Pucté, en el sur del Territorio de Quintana Roo. Fue tan traumática la experiencia, menciona, que cuatro días después del huracán regresó a Chetumal a buscar otro trabajo para no volver a alejarse de su familia.

En 1965 se incorporó como trabajador en la pujante empresa maderera MiQRoo, donde siempre trató de ser un empleado de los más esforzados, asegura. “Mi patrón nos trataba bien y los sábados nos llevaba al Bull Pen, una cantina que estaba por el faro y allí nos emborrachábamos, él pagaba todo y a veces nos daba algunos pesos extra”, cuenta don Ricardo.

Y continua: “Pero yo por eso me salí después de 23 años de trabajo, todos tomábamos mucho, y una vez en una borrachera me robaron todo mi salario. Yo ni cuenta me di. Al otro día voy a ver mi bolsa para darle a mi mujer el gasto y veo que me habían dejado sin un quinto”.

La pensión era hasta hace poco un dinero extra, ya que él continuaba trabajando como chapeador, limpiando terrenos y arreglando jardines.

Pero luego la suerte no le sonrió. Un robo en su hogar lo hizo adquirir una deuda que no pudieron pagar en su momento, y vendió su casa para poder saldarla. Y con el dinero sobrante compró una casa más pequeña para dársela a su hija, pero ésta falleció a los 32 años de edad. Los gastos funerarios y demás necesidades las tuvieron que pagar vendiendo esa vivienda, por lo que se quedaron sin hogar.

Después de eso, los ancianos viven en un pequeño cuarto que les brindó una familia de la iglesia evangélica a la que asisten. No pagan renta, ni agua, sólo la luz, que son 100 pesos mensuales. Ricardo perdió por completo la visión en un ojo, y en el otro ve muy poco. “No alcanza la pensión, ya no puedo trabajar y ahora salgo a buscar latas y botellas”, comenta.

Don Ricardo asegura que es feliz a pesar de toda la situación. No le importan las carencias, que son muchas, menciona. Dice no importarle el abandono, ni la desatención del gobierno a personas como él y su esposa, que son testigos de la evolución de la capital del estado.

El Universal, 31 de julio.

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