En el norte de la República la frontera fue definitivamente sellada, y el crimen organizado se apoderó de los intrincados métodos de cruce de los indocumentados, quienes pagan a delincuentes para trasponer la línea.
Para los migrantes de México, Centro y Sudamérica son escasas las oportunidades de pasar a suelo estadunidense. Las opciones de cruce que ofrece la mafia se localizan en Otay, la sierra de Tecate, la Rumorosa o el desierto que se extiende entre Mexicali y Arizona. En todas va de por medio la integridad física o la vida.
En Tijuana aún es posible engancharse con grupos de delincuentes que ofrecen el paso por los túneles –por los que también cruzan cargamentos de mariguana y cocaína– que comunican la zona del río en suelo mexicano con el condado de San Ysidro. El costo que deben pagar los indocumentados por el uso de esos pasajes clandestinos oscila entre 6 y 7 mil dólares por persona.
Al sur, en las playas de Rosarito, se encuentra una tercera opción. Se organizan embarques nocturnos de indocumentados en lanchas rápidas, que penetran mar abierto hasta llegar a Imperial Beach, y de ahí los delincuentes coludidos con ciudadanos estadunidenses internan a sus “clientes” a zonas como Reno, Nevada, o Los Ángeles y San Francisco, California. Las tarifas por ese servicio cuestan entre 6 y 8 mil dólares por persona.
Si bien siguen llegando migrantes a Tijuana, esta ciudad dejó de ser el cruce principal para la migración masiva de mexicanos hacia Estados Unidos.
El cerco se ha reforzado con un sofisticando sistema de detección e intercepción. Hoy es casi imposible el cruce sobre el muro entre el trayecto de Tijuana a Otay. Se observan en ese tramo hasta tres muros, vigilados con helicópteros, patrullas fronterizas, vehículos todoterreno, cámaras con luz infrarroja y perros.
Esta barrera generó otro grave problema en la región de Tijuana. Al ver truncada su intención de cruzar, los indocumentados se quedan a vivir en la periferia de la ciudad. Esas áreas suburbanas se han convertido en un monumento a la precariedad: es una periferia donde habitan personas con escasas oportunidades de trabajar y mucho menos de cruzar la línea. No hay márgenes para salir adelante.
Persiste una tipificación determinada por la pobreza en Tijuana. El número de personas en condiciones de miseria es cada vez mayor. Es un fenómeno latente que madura cada día. Tan sólo entre 2008 y 2009 se llegó a una tasa de 9 por ciento de desempleo, el más elevado de las ciudades fronterizas.
El cinturón de miseria cada día crece en promedio 2.25 hectáreas (22 mil 500 metros cuadrados). Entre las colonias más representativas del poblamiento de indocumentados mexicanos y centroamericanos destacan Valle Verde, la tercera sección de la Obrera, Lomas Taurinas, La Esperanza, 10 de Mayo, El Niño (nombrada así por el fenómeno del niño que azota cada diciembre la región), La Morita, Niño Artillero y Maclovio Rojas.
Niños, carne de cañón
“Antes los migrantes recurrían al pollero: los familiares buscaban un traficamte de personas y el cruce se hacía mediante rutas establecidas, pero eso ya se ha modificado, porque los grupos del crimen organizado han penetrado esta actividad.
“Ya no son los polleros tradicionales, sino grupos delincuenciales los que cobran y buscan otro paso por la frontera, y esto ha dado lugar a mayores peligros para los indocumentados. Se ha incrementado el número de muertes, porque la gente busca cruzar por las montañas de Tecate y de la Rumorosa; se remontan y entran a zonas áridas y difíciles, y mueren en el intento de cruzar; eso es constante”, refiere el académico Benedicto Ruiz.
Precisamente Tijuana resume una situación de descomposición donde se observa a cualquier hora del día a cientos de niños y jóvenes vagando en las colonias aledañas al río que cruza la ciudad. Los grupos con poder político y económico se niegan a reconocer su existencia. Ni los medios de comunicación local hacen referencia a ellos.
En su mayoría son niños expulsados de Estados Unidos y aquellos que llegan a la terminal de autobuses en busca de sus padres en Estados Unidos. Al enfrentarse con una línea fronteriza sellada, sin referentes familiares en Tijuana y la inexistencia de apoyo gubernamental, optan por quedarse a vivir en el lecho del río.
Son cientos que cada mañana deambulan por la ciudad pidiendo limosna, comida o agua. Otros hacen del asalto su forma de vida para obtener recursos con qué pagar el ice, crystal, las metanfetaminas, las grapas de cocaína o la mariguana que les distribuyen en los cuartuchos de los hoteles de mala muerte que lindan con la garita de San Ysidro.
“A tal fenómeno se le ha dado por llamar el síndrome del migrante, pues no logró cruzar y empieza a vagar en las calles y a perderse mentalmente”, refiere el profesor Ruiz.
A esa degradación se suman otras actividades ilegales en las que han extendido su control las mafias del narco. Además del tráfico de personas, se considera como un mercado floreciente el de órganos, la pornografía infantil y la prostitución de niños.
Campamentos de migrantes
Los grupos delictivos se han dado a la tarea de reclutar a los latinos que purgaron penas de cárcel en Estados Unidos y fueron expulsados de aquel país. Su tarea consiste en contactar indocumentados, resguardarlos en casas de seguridad ubicadas en Tijuana y Tecate para trasladarlos a campamentos precariamente edificados en la sierra de la Rumorosa y en el valle de Mexicali.
El paso por esa zona es el más riesgoso. Cientos de personas han muerto a causa del frío por las noches, las altas temperaturas de día y el abandono del que fueron objeto por parte de los traficantes. La nueva modalidad de instalar campamentos de paso reditúa enormes ganancias a los delincuentes, quienes cobran por persona de 2 a 3 mil dólares por el “servicio”.
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