“Hay mexicanos en quienes es preferible nunca confiar"

Lo amplio de la vía parece ser el ancho de sus esperanzas. Solos o a veces en grupos, los migrantes centroamericanos en este lugar esperan por el tren. La máquina de sueños y pesadillas, ha tardado ya dos días en pasar; Wilson e Israel vienen desde Honduras y El Salvador, la travesía ha sido larga y cansada, pasaron Navidad y Año Nuevo a bordo del tren de las ilusiones.

Teocalco es una pequeña comunidad de Tula y paso obligado del ferrocarril que lleva hacia el norte. Dos kilómetros abajo se encuentra el cambio de vía que es aprovechado por cientos de migrantes que buscan una moneda y un descanso. El respiro, dicen, se vuelve obligatorio después de días de camino.

“No todos los mexicanos son buenos, hay algunos en los que no se puede confiar”, dice Israel. La desconfianza parece ser mutua, a sus 22 años parece más un niño que un hombre, pero las marcas de tatuajes en su cuerpo hacen retroceder a más de uno. Israel salió de Sonsonate, en El Salvador, hace 23 días, “estar allá es correr más riesgo que todos lo que se puedan tener en el camino, allá no hay ninguna esperanza”.

Con una camisa a cuadros, un viejo pantalón de mezclilla y mochila al hombro, Israel relata que con 5 mil dólares en los bolsillos y un poco de comida, tuvo que salir una tarde de Sonsonate. Allá en su país se quedó su hija Marely y su abuela, “ya no tengo más familia, ya que mi mujer se murió; no tuve dinero para llevarla al doctor. Yo tengo dos hermanas en Virginia y espero llegar allá”.

La plática es interrumpida. Una camioneta de la Policía Federal arriba al lugar, vigilante Israel dice: “Ya llegó la poli hermana, nos van a llevar a la migra”. Tras unos minutos de espera todo parece en calma e Israel regresa al relato. “No estudié, somos muy pobres allá, soy albañil, pero no hay dónde trabajar”.

“Ya no tengo ni un solo peso”

Su trabajo como albañil no le dejaba ni para comer. “Los primeros días que salí fueron buenos y luego llegamos a Chiapas. En Arriaga nos dieron ayuda en una casa del Migrante, ahí estuve 15 días trabajando en lo que se podía, porque el dinero no alcanza, ya no tengo un solo peso”.

—¿Te imaginas estar en el tren?

—Eso es lo que nosotros vivimos. Hace mucho frío y luego calor, pero también hambre, hay hermanos que no comen en días. Allá en el sur, en Veracruz y en Oaxaca, hay mucho miedo por los secuestros. En las paradas donde el tren no pasa rápido hay grupos de 100 y hasta 150, todos esperan la oportunidad para subirse, muchos se quedan en el camino, no aguantan, sobre todo los mujeres.

En el camino los extraños se convierten en hermanos, e Israel ya cuenta con uno, Wilson Alexander, un hondureño de 30 años que salió hace 24 días de su país.

La historia de Wilson es más trágica, asegura que durante cuatro días estuvo secuestrado en Chauites, Oaxaca “Estuve secuestrado éramos como 30 de Honduras, Guatemala y El Salvador y de pronto nos llevaron, estuvimos encerrado en una casa, no nos hicieron nada, sólo de pronto nos dejaron ir”.

Durante los cuatro días de cautiverio cuenta que no tuvo oportunidad de ver la luz del sol, ni tampoco les dieron de comer, “no hubo nada, no nos dijeron nada y así como nos agarraron nos soltaron”.

Sin embargo, relata que de lo días de su secuestro sólo le quedó el miedo y un ardor en los ojos.

Sin embargo, el sueño de Wilson es llegar a California y asegura que no le importa ni el secuestro, ni tampoco haber caminado durante ocho días o lo incierto de los días que están por venir, ya que su meta es poder llegar a Estados Unidos.
Dinorah Mota corresponsal, EL Universal, 15 de enero.

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