Sara se niega a denunciar por temor

Había llegado devastada a Tijuana, ya que contra su voluntad dejó a sus hijos y demás familia en el vecino país. Agentes de Migración estadounidenses llegaron hasta su lugar de trabajo y la obligaron a firmar su salida “voluntaria” para no fincarle responsabilidades legales por estar sin documentos en su territorio.

Por ello, confió en que la ayuda que le ofrecía esa mujer de aspecto amigable sería un descanso luego de la pesadilla que había vivido en los días recientes, pero en realidad fue la entrada a un infierno.

Tras 12 días de cautiverio en los que fue vendida, ultrajada en incontables ocasiones e incluso torturada, logró escaparse.

Delgada, de estatura media y de unos 30 años, el terror de lo vivido se le adivina en la mirada de sus ojos castaños, mientras su rostro demacrado muestra las noches sin dormir y los días enteros que pasó sin comer, casi siempre drogada en contra de su voluntad.

Al recordar la experiencia no logra hacer memoria de cómo obtuvo fuerza y valor para escapar de sus captores, recapitula con tristeza que otras mujeres quedaron en cautiverio y teme por su seguridad ante la demostración de violencia y crueldad de los secuestradores.

Desconoce o prefiere olvidar el lugar donde la mantuvieron, sólo atina a afirmar que tuvo que recorrer varias calles angostas antes de llegar con un grupo de personas que le ayudó a alejarse del sitio.

Sara, nombre ficticio que utilizó para evitar que sus agresores la ubiquen, se niega a denunciar la experiencia, porque teme ser rastreada o que sus familiares sufran alguna venganza por haber escapado.

Sabe que sus agresores cobraron a sus parientes en California por cruzarla de nueva cuenta a territorio estadounidense, pero desconoce si exigieron algún pago por dejarla en libertad; ni siquiera se atreve a llamarles para decirles que escapó.

La experiencia la dejó marcada de por vida. Afirma que las lesiones de mordidas y quemaduras de cigarrillos que le hicieron sus captores y los hombres con quienes la vendieron se curarán. Pero, la huella en su memoria quedará para siempre.

Tras días de sobresalto en los que tuvo que tomar pastillas para dormir, por fin encontró parte de tranquilidad al asistir a una iglesia de la ciudad. Vivió más de 10 años en California, pero fue deportada por agentes de Migración de Estados Unidos que llegaron hasta su lugar de trabajo para sacarla del país.

Antes de ser expulsada la obligaron a firmar un documento para dejar la custodia de sus hijos a una pariente que cuenta con residencia.

El futuro es más incierto de lo que imaginaba al cruzar deportada el jueves 17 de diciembre, alrededor de las 16:00 horas. Teme que si intenta cruzar de nuevo al vecino país será ubicada por los secuestradores o su familia sufrirá las consecuencias.

Tampoco quiere ir con las autoridades de Tijuana, pues sus captores le advirtieron que ni lo intentara-
Julieta Martínez corresponsal, El Universal, 15 de enero.

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