Elvira Arellano ha visto en días recientes cómo un momento crucial y doloroso de su vida –su arresto y deportación de Estados Unidos como migrante indocumentada hace siete años– ha empezado a correr como una película en reversa. En 2007 se refugió en una iglesia en Chicago para resistir su captura por autoridades migratorias para no ser separada de su hijo Saúl, de ocho años en ese entonces. En ese recinto de la iglesia metodista vivió cerca de un año, protegida por el llamado Movimiento Santuario. De ahí intentó asilarse en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Los Ángeles, pero fue detenida y expulsada por la frontera de San Ysidro.
El domingo 16 de marzo, en una decisión impulsiva, entró nuevamente a ese país por la garita de San Ysidro, ahora con sus dos hijos y acompañada por varios indocumentados más, entre ellos algunos dreamers, como parte del movimiento llamado #De regreso a casa. Como todos los demás, de inmediato fue detenida y fichada. El 20 recibió una libertad condicional (parole) que la protege. Y en los próximos días piensa tomar camino de regreso a Chicago, donde nació Saulito, hoy adolescente. Está muy ilusionado. Para él sí es volver a casa, a su barrio, a su escuela. Yo, no sé. Tengo mi vida en México, mi compañero en Maravatío y mi lucha en la ruta migratoria en defensa de los transmigrantes centroamericanos. Pero con esta decisión, que jurídicamente fue muy arriesgada, quiero saber si el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, va a ser capaz de cumplir su promesa o no
, comenta en entrevista telefónica desde San Diego.
Por el momento cuenta con libertad condicional, que la protege durante los próximos seis meses contra una eventual deportación. Piensa solicitar al gobierno federal una visa humanitaria para permanecer en Estados Unidos junto con su hijo Saúl, quien ya tiene 15 años y es ciudadano estadunidense, y su bebé Emiliano, nacido en Michoacán. Este puede ser un precedente importante para muchos padres como ella, que aún sin papeles tienen hijos con ciudadanía estadunidense. Hay miles de familias en esta situación, que han sido separadas por la escalada de deportaciones permitidas por Washington.
La decisión de esta michoacana de 39 años busca apelar directamente al presidente Barack Obama. Hace siete años, cuando pedí santuario en Chicago, Obama era senador y declaró que no estaba en sus manos intervenir para evitar mi deportación, pero que si pudiera lo haría. Hoy sí está en sus manos otorgarme, y como a mí a muchos más, una visa humanitaria para evitar que nos separen de nuestras familias, de nuestros hijos que nacieron aquí.
Hace siete años, con su resistencia contra la deportación y su lucha por permanecer al lado de su hijo, puso rostro a cerca de 12 millones de latinos que viven y trabajan sin papeles, en la sombra, en el campo y las ciudades de Estados Unidos. Hoy le da voz a un reclamo: asilo o visa humanitaria para evitar la ruptura de las familias de migrantes con distintas situaciones legales.
El operativo #De regreso a casa empezó el 10 de marzo. Son 150 familias que intentan reunirse en Estados Unidos con el ingreso de los familiares deportados, en su mayoría padres de familia, pero también muchos jóvenes, apoyados por la Alianza Nacional de Jóvenes Inmigrantes (Niya, por sus siglas en inglés). Después de un primer encuentro en Tijuana, el grupo inicial de 35 mexicanos entró a la garita migratoria el 10 de marzo pidiendo su entrada legal a Estados Unidos, sin contar con la visa correspondiente. La mayoría eran jóvenes estudiantes inscritos en planteles de nivel universitario, pero indocumentados. El segundo grupo ingresó el día 13. Eran padres de familia con hijos en territorio estadunidense. También algunos que, por la violencia en México, piden asilo.
Pero empezamos a recibir muy malas noticias. Todos estaban detenidos. Unos fueron deportados y otros amenazados con ser sometidos a juicios federales. A los niños los empezaron a entregar en hogares sustitutos, en una especie de adopción temporal. Teníamos que pensar bien nuestro tercer paso. No estaba en mis planes pasar a Estados Unidos. Yo sólo iba acompañando el movimiento. Mi caso es más complicado, porque tengo el antecedente de mi deportación y una orden de no volver a ese país en 20 años. De violar esa disposición podría ser juzgada por un tribunal federal; al menos son seis meses de cárcel.
Está en manos de Obama detener las deportaciones
–Entonces, ¿qué la empujó a tomar esa decisión?
–Los compañeros empezaron a preguntar por qué no entraba con ellos. No quería que el ánimo y la motivación decayeran. Me di cuenta de que sí tenía sentido entregarme. Como mi caso es conocido, puede interpelar directamente a Obama. Y ponerlo en evidencia si se atrevían a deportarme una vez más. Pues me dije: en nombre sea de Dios. Cargué a Emilianito, a quien todavía amamanto, y a Saúl, y nos lanzamos en el tercer movimiento, en el que participábamos, sobre todo, madres con hijos. Fue mi desafío a Obama. Y mi forma de protestar contra las más de 2 millones de deportaciones que se han efectuado en su administración, estos seis últimos años.
Antes de entregarse a las autoridades estadunidenses, Elvira Arellano declaró a la prensa en Tijuana: Obama prometió hacer una reforma migratoria para mantener unidas a las familias. Es el único hombre capaz de detener las deportaciones. Voy a solicitar mi entrada legal. En ese momento voy a saber si el presidente será capaz de deportarme una vez más
.
–¿Qué respuesta espera?
–Una orden ejecutiva para detener las deportaciones. Él dice que no puede, pero los abogados han estudiado las opciones y definitivamente sí puede.
–¿Qué pasó en el momento en que se presentó ante los oficiales de migración en la garita?
–Solicité permiso humanitario para ingresar. Me pasaron a una oficina con mis hijos, y desde ese momento quedé bajo arresto. Como todas las demás. Nos pusieron una cinta azul en la muñeca, para distinguirnos de los demás detenidos, y a los niños más grandecitos los separaron de nosotras. De nada sirvió oponernos. A los pequeños no los separaron, pero mi bebé quedó fichado.
“Al despedirme de Saúl le dije: ‘de ahora en adelante fíjate muy bien en lo que va a pasar, lo que te pregunten, lo que tienes que responder’. A los grandecitos con ciudadanía estadunidense no los pueden tener en un centro de detención, así que les dieron la opción de ser recogidos por un conocido o familiar o ir a hogares sustitutos. Saúl le llamó a su madrina y lo fue a recoger. Yo quedé detenida, con las demás mamás y niños.”
A Elvira, por suerte
, dice, le tocó una oficial de Migración muy amable
, quien conocía muy bien su expediente legal. “Con la parole que me expidió, renovable a los seis meses, puedo esperar mi cita en una corte civil, donde un juez decidirá si me otorga la visa humanitaria o no.”
Blanche Petrich, La Jornada, 25 de marzo.
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