Deportación incierta, pesadilla para un refugiado hondureño

En México, lejos de su familia, Maverick de Jesús Hernández Torres está viviendo –en sus propias palabras– “una odisea”.
Desde que llegó al país el 14 de abril de este año, el joven hondureño de 24 años de edad se ha despertado todas las mañanas con la misma incertidumbre del día anterior: la de no saber si finalmente va a ser deportado a su país, donde su vida corre peligro.
La historia de Maverick, hijo de una familia de comerciantes, dio un giro radical el 24 de noviembre de 2012, cuando junto a otras siete personas fue privado de su libertad por agentes de la policía de su país, quienes investigaban dos asesinatos recientes y trataron de adjudicárselos a alguno de los detenidos.
“No sé por qué me atacaron a mí. Ese día estaba comiendo en mi departamento, tocaron la puerta y era un tipo armado, con pasamontañas y chaleco con las iniciales de la Dirección General de Investigación Criminal. Sólo me dijo que saliera, me dio un golpe tremendo en el pecho y me subió a una camioneta”, recuerda el joven en entrevista con La Jornada.
Entre puñetazos y cuestionamientos por su supuesta participación en el homicidio de dos personas, Hernández permaneció detenido un par de días, hasta que él y otro hombre fueron trasladados a un inmueble distinto, de donde pudieron escapar.
Luego de pasar un tiempo escondido en otro sitio en Honduras, el compañero de reclusión de Maverick de Jesús decidió volver a la capital, donde fue asesinado. Para el joven, se trataba de la señal inequívoca de que tenía que huir para salvar su vida.
“Salí del país a finales de noviembre y llegué a Tuxtla Gutiérrez el 14 de abril de este año sin ningún pormenor, pero me dio miedo que me agarrara el Instituto Nacional de Migración (INM) para repatriarme. Entonces me regresé a Tapachula a hacer mi solicitud de refugio y luego de visa humanitaria, pero me negaron las dos”, cuenta Hernández.
Aunque dio elementos a las autoridades mexicanas para comprobar que su vida correría peligro si volvía a Honduras, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) le negó dicho estatus legal, argumentando que Maverick tenía una “alternativa de huida interna”, es decir, que podía esconderse en otro lugar de su propio país sin correr peligro.
Desesperado, el joven se trasladó hacia el Distrito Federal, donde fue aprehendido y luego llevado a la estación migratoria del INM en Tapachula. Ahí, fue agredido por el agente David Bermúdez, y aunque tenía pensado demandarlo, el departamento jurídico del instituto lo convenció de no hacerlo, con el ofrecimiento de “regularizar” su situación migratoria, lo cual no ocurrió.
“Lo que hicieron fue darme ‘oficio de salida definitiva’ del país. ¡Me estaban expulsando como si fuera un delincuente! Las personas que trabajan en la Comar son completamente inhumanas, no tienen la capacidad de ponerse en los zapatos de otro y te ponen una muralla de restricciones para no darte el refugio”, lamenta Maverick, quien ha hechos trabajos de albañilería, pintura y ventas para subsistir en México.
“Yo deseaba quedarme aquí, pero ahora tengo que llegar a Estados Unidos para solicitar ayuda. En caso de que me la nieguen, tendría que regresar a Honduras”, donde sus padres son comerciantes en la ciudad de Comayagüela.
“He hablado con mi familia cada semana y les doy la idea de que estoy bien, porque no quiero preocuparlos, pero emocionalmente estoy desbaratado. Estoy pasando por una odisea y cada día me quiebro más. Levantarte cada mañana y sentir la misma incertidumbre es devastador”, dice Maverick tratando de contener el llanto.

Fernando Camacho, La Jornada, 27 de diciembre.

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