BUENOS AIRES.— Gilles Lipovetsky es difícil de catalogar. Sociólogo, filósofo, académico no convencional. Desde que escribió La era del Vacío en 1983 se dedicó a analizar a las sociedades actuales: consumistas en extremo, individualistas, efímeras. Aunque —según considera— más pluralistas. Para hacerlo se valió de su observación de lo cotidiano: desde el arte y el comportamiento de los hombres y las mujeres, hasta la moda, e incluso, el lujo.
En su quinta visita a Buenos Aires, donde brindó una conferencia invitado por la Fundación OSDE , el intelectual francés, de 70 años, dialogó con La Nación. Carismático y de mirada profunda, sostiene que estamos insertos en la “hipermodernidad” caracterizada por los excesos, la liviandad en las convicciones, y el fin de las ideologías y de la creencia en un futuro mejor. “Todo es fugaz”, dice, y allí el problema: “Hay pequeñas felicidades, pero no duran”.
¿Se ha producido una deslegitimación total de los valores morales y de los referentes sociales en un tiempo caracterizado por el narcisismo, hedonismo y felicidad light?
Me opongo a la idea según la cual la dinámica del mercado y del individualismo sean equivalentes a la decadencia moral, al nihilismo total, a la desaparición de los valores éticos. La gente sabe muy bien lo que está bien y lo que está mal. Tal vez no estén todos de acuerdo sobre lo que es el bien y mal, pero, por ejemplo, violar a una mujer es algo que escandaliza a todo el mundo. No creo que nos encontremos en un desierto moral. Hay otros ejemplos: tienes espectáculos en la tele que hacen un llamado a la solidaridad; tienes el caso de Haití, donde se pidió que la gente diese plata. La gente se siente tocada por la desgracia ajena y reacciona. No hay desaparición del sentido del bien y del mal; empíricamente es falso.
¿La Iglesia ha perdido poder? ¿Qué pasa con la religión si ya no existe la creencia en los grandes relatos colectivos?
La religión no desaparece. En Estados Unidos nueve de cada 10 personas son creyentes. Lo que sí cambió es la individualización de la creencia y eso no es lo mismo. La gente hace su propia compra de la religión, de lo que le sirve, ganó un cierto grado de libertad en la práctica. La relación con Dios es un tanto endeble, ya no está dirigida por la Iglesia. Pero el espíritu religioso, la conexión con lo sagrado, no desapareció. Lo que sí desapareció es la cultura de antes en la que la Iglesia determinaba lo que estaba bien y mal; lo sigue diciendo, pero la gente no le da importancia. Antes, la ética estaba en las manos de la Iglesia y era la que decidía cuáles eran los valores.
En sus trabajos aparece mucho el concepto de paradoja, de hecho escribió “La felicidad paradojal”. En las sociedades actuales, ¿la búsqueda de la felicidad personal está construida por el consumo? ¿Se trata de una satisfacción ilusoria, de ahí lo paradójico?
Sí. Primero consumimos imágenes de la felicidad: toda la publicidad, las imágenes de las vacaciones, el discurso que uno hace con respecto a las marcas. Tampoco hay que exagerar: no hay que decir que todo es ilusorio porque no es verdad. Ese, el viejo discurso marxista: ‘La gente consumía, pero la gente era muy desgraciada al consumir’. Eso era ridículo. La gente quiere los teléfonos inteligentes, salir de vacaciones. Esas son pequeñas felicidades que dan un cierto grado de satisfacción, pero no siempre. No es sistemático, pero en general al cambiar de auto o comprar una cámara que más o menos corresponde a lo que quieres tendrás un momento de felicidad y placer, el problema es que ese placer es fugaz. Por eso uno sigue incrementando cada vez más y más el consumo, lo material. Es como el cine. Viste una película, tendrás que ver otra. Está la búsqueda permanente de novedades. Pero innegablemente se me ocurre que para muchos —quizá no para todos— el consumo no alcanza para la existencia del ser humano. Se necesitan cosas a la par del consumo.
¿El consumo funciona cómo terapia?
Sí, cuando estás deprimido, ¿qué vas a hacer? Vas al cine, te haces un viajecito. Las mujeres ni bien se deprimen van a la peluquería, se compran un vestido nuevo y los hombres van al sex shop, ven una película porno, sacan el auto, toman alcohol. En el consumo tienes varios casos: no siempre es terapéutico, a veces puedes estar realmente feliz y tener ganas de cambiar el sillón que ya no te gustaba. No siempre así son las cosas, a veces te sientes mal: es una forma de olvidar lo que no funciona. La gente llega a su casa, el primer gesto es prender la tele, sin importar ver qué, para olvidar...
Todo es rápido, y el consumo —en su visión— tiene un impacto en todos los planos de la vida. Hay un cambio también en la manera en que las personas asimilan el conocimiento. ¿La escuela se adapta a la sociedad actual?
La escuela a mi juicio está subdesarrollada, no fomenta el potencial del hombre de ser otra cosa que un consumidor. La escuela tiene su papel de formar al hombre y al ciudadano, pero se me ocurre que es mucho lo que hay por hacer. Al terminar los estudios, desgraciadamente, el trabajo no siempre es gratificante. Hay mucha gente formada que hace un trabajo que no le resulta interesante, de ahí la locura de ir a consumir. El trabajo es aburrido, voy y consumo.
¿Los planes de educación son anacrónicos? En un mundo en constante cambio, ¿las personas deberían adaptarse a esos cambios?
Sí, es esencialmente lo que creo. En cualquier ámbito: ser actores del acto, de su vida. Uno puede ser muy feliz no solamente al crear una obra de arte; lo que hizo Bill Gates fue magnífico, crea cosas para la humanidad. Todos los seres humanos son creativos y tienen que encontrar su camino y eso es precisamente lo que la escuela tiene que desarrollar. Algo que no hace, o no hace bien.
¿Se puede decir que la educación está en crisis?
Claro. Yo no tengo el modelo en el bolsillo, pero sí, lo primero es tomar conciencia. Está en crisis porque uno no tiene un modelo, porque la autoridad de los profesores está en picada a causa de los medios y de Internet. Antes, el profesor tenía una autoridad natural porque después no había nada. Hoy abres Google y sabes más que el profesor. Hay que reinventar un sistema. No es Internet lo que nos va a dar educación. Eso no forma el espíritu, pero es útil. Internet es una herramienta magnífica, pero no de cualquier manera. La escuela tendría que tener como fin demostrar que el sentido de la vida no es el consumo, sino la acción.
El poder
¿El poder hoy pasa por la seducción, la creatividad e innovación?
Creo que sí. Durante muchos años el poder era la herencia. Eras noble, tenías poder porque esa era tu condición. Hoy, el prestigio y el poder se conquistan muy rápido. Vemos las nuevas fortunas por Internet. No está mal, ojo. Internet fomenta eso: todos los proyectos que te permiten crear un servicio nuevo para el ser humano porque lo puedes hacer con pocos medios. Facebook al principio nació con poco. Ese aspecto de una sociedad más abierta es algo positivo. También podemos pensar en otras formas de creación y son numerosas. Jamás en la historia hubo tantos artistas. La cantidad de músicos, cantantes, diseñadores, cineastas, todas las profesiones han explotado. Se produce felicidad al crear cosas.
Los intelectuales son como los demás: quieren poder reafirmar un poder, y el poder es el poder de juzgar, de separar entre lo que tiene un valor y lo que no.
El punto que muestra a favor es la democratización de la cultura. ¿Pero qué responde a las críticas de los intelectuales que defienden lo que se llama la alta- cultura y advierten que hoy parecería ser todo cultura: sin distinguir entre lo bueno y lo malo?
Hay que entender que contrariamente a lo que se dice el hiperconsumo no viene a destruir el placer de crear, sino por el contrario: no destruyó la religión, no destruyó la moral, no destruyó el deseo de la gente de hacer cosas que la apasionen.
Desde la antigüedad hemos vivido con culturas de jerarquización en todas las artes. Con el advenimiento de la era moderna todas estas jerarquías se desmoronaron. Los conservadores entonces dicen: ¡escándalo! Yo no porque para mí lo que cuenta no son los géneros, no es decir la Catedral es arte mayúsculo mientras que un par de Reebok son artes pequeños. No me planteo las cosas en esos términos porque creo que en todos los rubros puede haber arte hermoso, lo que sí hay que poner valor en la calidad y en todos los ámbitos. Puede haber arte en todos los rubros. Hay cosas comerciales que están buenas, que son magníficas.
Pero, ¿por qué está la oposición de los intelectuales a lo que usted plantea como democratización de la cultura? ¿Hay un miedo a la banalización?
Los intelectuales son como los demás: quieren poder reafirmar un poder, y el poder es el poder de juzgar, de separar entre lo que tiene un valor y lo que no. Y para eso tienes que forzosamente despreciar a la masa que obviamente no tiene gusto.
¿Buscan conservar el poder de elite?
Exacto
Recordando el debate que tuvo con Vargas Llosa, ¿se puede ser feliz sin leer a grandes autores como Joyce?
No solamente feliz, sino justo y positivo. Por eso no estoy a favor del culto de la alta-cultura. Puedo amarla porque yo vivo así. Leo a los grandes autores. Pero se puede vivir perfectamente bien, ser una persona honesta y hacer cosas fantásticas sin haber leído a Joyce ni a Shakespeare. Lo que cuenta es no confundir los grandes valores. Es lo que yo le decía a Vargas Llosa. El país más cultural de la preguerra era Alemania, lo cual no les impidió caer en la peor de las barbaries. O sea, la cultura estaba y no te protege. Dejemos de transformar a la cultura en religión. Para mí lo que cuenta es que la gente haga y cree. Dentro de esos hay creaciones mejores que otras. La escuela, la capacitación, la formación y la cultura empujan a que la gente haga las cosas mejor. Hay grandes creativos que hacen cosas sensacionales. No me molesta que haya publicidad siempre y cuando sea buena.
Medios de comunicación
¿Cómo analiza la crisis de los medios gráficos? En Francia están los ejemplos de “Le Monde” y “Libération”. ¿Piensa que va a desaparecer el diario en formato papel?
No sé si va a desaparecer. Hay una revolución tecnológica que te da la posibilidad de mantener información todo el día en tu teléfono inteligente. La gente lee en su pantalla y recién empezamos. En algunos años vamos a tener pantallas flexibles. Vas a poder doblar tu pantalla como si fuera un diario. Para mí, no importa el formato, es decir si es papel o digital, lo que importa es la calidad. Si la gente aprecia la prensa en Internet, ¿qué problema hay?. Lo que cuenta es que haya una prensa de buena calidad. Es como los libros. Si desaparece el libro en formato papel, ¿con eso qué? ¿A quién le importa si lees en la pantalla? No cambia nada, es un tema de costumbre. Yo soy demasiado viejo, prefiero leer en papel, pero tal vez mis nietos se pregunten para qué el papel y se sientan más a gusto con lo digital. Lo que cuenta no es tanto el soporte sino el concepto de que ellos se pongan a leer.
El problema va a ser la transición, estamos hablando de problemas de empresas, problemas económicos. Ya vemos que al parecer va a haber modelos de calidad que te van a cobrar por el servicio. En la página de Yahoo tienes toda la información minuto a minuto y es gratis, no pagas nada, es una democratización del acceso, pero nadie considera que se trate de prensa de calidad que te haga reflexionar e interpretar el mundo. Creo que nos encaminamos a modelos muy distintos.
Diego Yáñez Martínez, El Universal, 28 de junio.