Cientos de indígenas llevan 15 meses frente a Palacio pidiendo láminas para viviendas

Durante más de 15 meses Enedina, una indígena amuzgo del poblado de Guadalupe Victoria, en la costa chica guerrerense, se ha plantado frente al Palacio de Gobierno a la espera de recibir 20 láminas, "para que mis tres hijos tengan una casita segura, no como la de ahora: de cartón, que se nos chorrea cada que llueve o llega un viento fuerte".

Va de un lado a otro con el pequeño Ruti, de 9 meses, quien se entretiene con un bolillo duro. "Sé bordar huipiles, como muchas mujeres de mi pueblo, pero necesitamos que alguien nos ayude a venderlos, a llevarlos a otros lugares, hoy lo único que nos queda es dárselos a una señora que llega cada dos meses en un carrote, pero nos paga muy poco, casi se los regalamos", dice la mujer, que desconoce —no sabe leer—, que vivienda y proyectos productivos son dos de las promesas reiteradas por los dos principales candidatos a gobernador de la entidad: Ángel Aguirre, del PRD, y Manuel Añorve, del PRI.

A un día de la elección, la capital del estado es un espacio de retratos opuestos e incongruentes, donde confluyen por un lado: el hambre, la miseria y la discriminación, y por otro: el derroche de pancartas, espectaculares y carteles con ofertas inverosímiles, las mismas de hace seis, 12, 18 años, de siempre incumplidas.

Postes, estructuras y bardas lucen tapizados de compromisos de papel, desde uniformes y útiles escolares gratuitos hasta anulación de la tenencia, erradicación del analfabetismo, construcción de hospitales, repartición de fertilizantes y programas masivos de becas. Es, la explotación del milagro.

Aguirre optó incluso por la repartición de tarjetas que prometen el disfrute de diversos beneficios a partir del 1 de abril, día pactado para la toma de posesión del nuevo mandatario. "Las cumplidoras", las llamó y creó una red de jóvenes dedicados a las visitas domiciliarias, para garantizar la entrega.

"No quiero tarjetas, sólo 20 láminas", repite Enedina . "Yo quiero luz, para poder cocer en la noche y ganar más centavitos", dice Celestina, de la comunidad de Cozoyoapan, quien nada sabe de su esposo desde hace más de seis años, cuando se fue a Estados Unidos. "Me conformo con tener agua", alza la voz Carmen, quien viene de Loma Bonita, en la región de La Montaña.

Cientos —quizá miles— de indígenas, de las distintas etnias guerrerenses, se han concentrado desde agosto de 2009 en la explanada frontal de Palacio de Gobierno en busca de auxilio para cubrir las necesidades de subsistencia más elementales, apenas un trozo de la realidad en Guerrero, uno de los estados más olvidados del país.

Y ahí las mujeres gritan, cocinan, lloran, porque la mayoría de sus hombres se han ido o se han quedado a trabajar en el campo; los pocos que las acompañan en el campamento se han concentrado en la colecta pública, por las calles polvorientas de la capital.

Enedina tarda dos meses en hacer un huipil y, cuenta, la única compradora le paga cuando mucho 200 pesos. "¿Qué hacemos con eso", pregunta. Aquí, con el dinero de la colecta, al menos ha podido comer verdolagas, frijoles y ejotes.

También ellos, los olvidados, han levantado lonas con mensajes quemantes: "¿Hasta cuándo esperaremos atención?... Los indígenas y campesinos, los marginados, estamos cansados de vivir en barracas y cuchitriles… Somos los campeones en pobreza"... Pero no son nada frente a la desbordada exhibición de las promesas políticas. Es tiempo electoral, tiempo de la hechicería sexenal.

Daniel Blancas en Chilpancingo, La Crónica, 29 de enero.

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