Colombia y las FARC, historias de guerra y paz


BUENOS AIRES.— Corría julio de 1964. Plena guerra fría y la revolución cubana en la cima del ideario de la izquierda latinoamericana. Si por entonces había en América Latina un país injusto en donde la etapa de la sustitución de importaciones (populismo para otros) no había encontrado su correlato político, ese era Colombia.
Esa etapa quedó sepultada con los restos del líder liberal Eliecer Gaitán, asesinado en 1948. Por entonces, un partido comunista más que activo estaba decidido a impulsar la lucha armada y había encontrado el caldo de cultivo en el Tolima, donde un reclamo campesino unos años antes había derivado en la Republica independiente de Marquetalia.
Entonces, Jacobo Arenas, un joven peón rural, ex militante liberal, junto con Manuel Marulanda y sus compañeros del bloque sur, dieron a conocer el “El programa agrario de los guerrilleros”.
De entonces hasta el pasado domingo, cuando se alcanzó en La Habana el primer acuerdo entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el país contabilizó miles de muertos y tres procesos de paz frustrados.
“Hasta hoy nunca hubo condiciones tan favorables para alcanzar una paz duradera de cara al futuro”, explicó el ex guerrillero y actual presidente de la Fundación Arco Iris, León Valencia.
El acuerdo del domingo dividió a la opinión pública y a la clase política del país. Mientras el gobierno de Juan Manuel Santos y la centroizquierda que lidera el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, lo aprueban, el empresariado y el ex presidente Álvaro Uribe lo cuestionan. “No puede ser que los terroristas salgan beneficiados con todo esto”, dijo Uribe vía Twitter.
Santos, en cambio, lo ve como “un paso fundamental para la paz” y la guerrilla, según dijo su encargado de relaciones internacionales, Rodrigo Granda, como “un momento histórico”. Por lo pronto, la guerra comenzó como un reclamo desde el campo y hoy comienza a tratar de cerrarse con un acuerdo para el campo.
La primera vez que representantes del Estado y de la insurgencia se vieron las caras en una mesa de negociaciones fue en 1984. El proceso se extendió hasta 1986 y el cese el fuego entre las huestes de Marulanda, transformado ya en Tirofijo, y el gobierno de Belisario Betancourt (1982-1986), derivó en la creación de la agrupación política Unión Patriótica (UP).
Pero su candidato a presidente, Jaime Pardo Leal y su sucesor, Bernardo Jaramillo Ossa, junto con 83 candidatos a legisladores, 11 alcaldes y ocho diputados fueron asesinados; el conflicto se reinició.
Eran los albores del paramilitarismo y la época de esplendor de los cárteles del narcotráfico, de los liderazgos mafiosos de Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela, y de la sangre regada por todo el país.
En 1990, tras lograr un acuerdo con el Movimiento M-19, el presidente César Gaviria decidió impulsar diálogos con la coordinadora guerrillera Simón Bolívar que reunía a las FARC, al Ejército de Liberación Nacional (ELN) y al Ejército Patriótico de Liberación (EPL). En 1992, las partes se sentaron a negociar primero en Caracas y luego en Tlaxcala, con México como país garante de las conversaciones. El diálogo duró unos meses y terminó sin acuerdo.
La guerra recrudeció, las FARC alcanzaron su pico máximo en efectivos. En 1998 llegó Andrés Pastrana al poder e intentó de nuevo un acercamiento con las FARC. Pero las negociaciones de San Vicente del Caguán fracasaron.
En 2002, Álvaro Uribe asumió y aplicó diálogo cero con la guerrilla.
La caída de Raúl Reyes, del Mono Jojoy y de otros miembros de la comandancia militar, el deceso de Marulanda, en 2008, y el final de su sucesor, Alfonso Cano, forzaron a las FARC a negociar. Fue así como se llegó primero a Oslo, en octubre pasado, y luego a La Habana, en noviembre, en parte gracias a la liberación de rehenes y al pragmatismo de Santos y la búsqueda de apoyos en Caracas, con Hugo Chávez, y en Brasil con Dilma Rousseff.
Los colombianos son escépticos de lo que salga de estas nuevas pláticas. Según una encuesta de Gallup, 67% de los colombianos se opone a una eventual participación de los guerrilleros en la política.
“Falta mucho por recorrer pero vamos por el buen camino”, aseguró el ministro del Interior, Fernando Carrillo. Por lo pronto el gobierno y la guerrilla acaban de abrir una puerta para avanzar y lograr terminar de escribir la parte de su historia más sangrienta que tuvo fracturado al país durante décadas, con la palabra paz.
José Vales corresponsal, El Universal, 30 de mayo.

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