Adiós a los ciclos agrícolas normales

Benjamín es un campesino viejo, uno de tantos que habitan el campo mexicano. Tiene 76 años y su jornada ha durado más de 65. Su rostro agreste, curtido por el sol y la edad, ha sido testigo de los viejos vicios del campo mexicano: erosión de la tierra, los precios de sus productos en caída, los subsidios insuficientes. Tampoco ha escapado a ver a sus hijos partir como inmigrantes al norte.

Además, en las últimas dos décadas tuvo que vivir un reto insólito: la variación del clima. Las lluvias ya no son como antes. Cuando llueve, lo hace con tormentas, el agua no se filtra, no beneficia a las pocas tierras fértiles. “Antes nos corregíamos con los coyotes y los pájaros. Si chillaban, sabíamos que el tiempo venía malo o iba a helar”.

“Los efectos del cambio climático afectan la sustentabilidad y seguridad alimentaria del país. Pero cualquier cosa que diga sería mera especulación: no se han hecho estudios en detalle”, afirma Carlos Gay García, director del Programa de Investigación en Cambio Climático (PICC) de la UNAM.

En México, las investigaciones sobre la vulnerabilidad de la producción agrícola, ganadera y pecuaria son pocas, no están detalladas a nivel estatal y local. De lo contrario, permitirían establecer medidas de adaptación para la sobrevivencia de miles de productores y la autonomía alimentaria del país.

Si no sabemos en qué somos vulnerables, ¿es posible delinear una política de adaptación ante las contingencias del clima? La respuesta es no.

El gobierno federal ha ratificado ante el mundo la preocupación de Benjamín. En 1997, con la Primera Comunicación Nacional para la Convención de la ONU sobre el Cambio Climático, advirtió riesgos tales como aumento de temperaturas, elevación del nivel del mar en el golfo de México, administración del agua, daños a la biodiversidad, a la cubierta vegetal y a la agricultura; pero poco se ha hecho a nivel oficial.

El Producto Interno Bruto (PIB) no está entre las consideraciones de Benjamín, pero siente la carestía en su mesa, la desesperación en su bolsillo. “El retraso de lluvias disminuye 10% o 15% el PIB agrícola. El país tiene que recuperar esa pérdida a través de importaciones”, dice Víctor Magaña Rueda, científico del Centro de Ciencias de la Atmósfera (CCA) de la UNAM.

Benjamín ha visto al maíz amarillo de Estados Unidos inundar su comunidad en Tlaxcala, cuya economía alguna vez dependió de la producción de ese grano. Los cultivos ya no se dan: las heladas llegan tarde y arrasan. La producción agrícola de temporal sobrevive sin medidas de adaptación. En la incertidumbre, los campesinos esperan ciclos agrícolas que ya no existen.

Actualmente, 40% del maíz que se consume en México viene de EU, según el Centro de Expertos Woodrow Wilson, de Washington. Además, los subsidios a ese grano aumentaron en ese país, mientras en México se estancaron. En total, el país depende en 40% de la importación de alimentos de EU y Canadá, pero podría llegar a 80% para 2030 si no cambian las políticas dirigidas al campo mexicano, según el Departamento de Agricultura de EU.

Consuelo es la esposa de Benjamín. Crió a una decena de hijos, compartió jornadas de 12 horas en el campo. Hizo de todo, “menos manejar la yunta”, aclara. Deja hablar a Benjamín, aunque él busca aprobación en su mirada, como la única testigo de su batalla por la tierra. Pero en los momentos de optimismo sobrado Consuelo ataja: “Ya no puede trabajar, tiene cuatro operaciones. Por eso rentamos la tierra. Nos dan cositas cuando levantan cosecha.

Los pronósticos

Desde 2007, el cuarto reporte del Pánel Intergubernamental en Cambio Climático de la ONU despejó algunas dudas: el calentamiento global es el incremento de las temperaturas desde mediados del siglo XX, y se debe a actividades humanas como la quema de combustibles fósiles y al cambio en el uso de suelo. Los pronósticos señalan que las temperaturas globales aumentarán entre 1.8 y cuatro grados centígrados en este siglo.

Saber que el clima está cambiando es importante para adaptarnos. Sin embargo, los científicos buscan atribuir el fenómeno, ya sea al cambio climático o a la variabilidad natural que se espera cada vez más recurrente. En ambos casos, la humanidad es altamente vulnerable.

La mitigación de las causas es fundamental para reducir el calentamiento. Además, las medidas de adaptación son necesarias para sobrevivir a las nuevas condiciones del clima.

Benjamín no sabe de avances científicos ni tratados internacionales firmados por México para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Tampoco de sus efectos en el calentamiento. Ni imagina que los fertilizantes que recibe como apoyo para la producción agrícola por parte del gobierno, contribuyen a la formación de gases nitrosos que contribuyen al cambio climático.

“Los productores quieren asistencia técnica, soluciones operativas y prácticas”, dice Tomás Morales Acoltzi, investigador del CCA de la UNAM. En teoría, las soluciones para el campesino deberían cuidar el medio ambiente. Por lo menos eso dicen las convenciones contra el cambio climático en las que ha participado México hasta ahora.

Un futuro desierto

Benjamín nació en Atotonilco, en la parte alta y boscosa de Tlaxcala, estado donde el bosque comparte cerros con el desierto provocado por la tala. Los claros de cerro son huellas de erosión, de la incapacidad de la naturaleza para procesar el dióxido de carbono y de improductividad para el campo. Este pequeño estado es de vocación forestal, aunque tiene valles, sierra, bosque y desierto.

Benjamín trabaja en tercería, cuatro hectáreas de 12 que fueran su patrimonio original. Aún recuerda la respuesta de sus 10 hijos ante la posibilidad de heredar sus parcelas ejidales: “Véndelas y quítate de problemas”. Sus vástagos apenas terminaron la primaria, y luego emigraron al norte.

Incluso Benjamín intentó dejar el campo para vivir al lado de sus hijos en Tijuana, pero le ganó el apego a la tierra. “Con todo respeto, no hay nada más bonito que aquí la casa. Hay que pedirle a Dios que no deje de llover”.

La pobreza de los suelos afecta de manera esencial la producción agrícola. El 70% del territorio tlaxcalteca ha sido deforestado, y en todo el país 59% de la superficie está desertificada por la degradación del suelo, según la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturalñes (Semarnat). Además, la variación del clima tiene mayor impacto en terrenos que han perdido fertilidad. Las plantas no se nutren en suelos sin sustancias adecuadas o microorganismos que ayuden a desdoblar minerales.

Así se cierra el círculo de degradación de tierras, sin que exista un programa gubernamental suficiente y eficaz para la recuperación de suelos, según Antonio Turrent Fernández del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias (Inifap).

Los científicos esperan que las precipitaciones disminuyan 5% o 6% en temporada de lluvias. Víctor Magaña Rueda, del CCA, afirma: “Si queremos mantener al campesino tradicional, entre muchas otras cosas, hay que enseñarle a adaptarse. Si el gobierno no hace algo, este nuevo clima va a acabar con la agricultura de temporal”.

En México, poco más de 30% del territorio continental son bosques y selvas, según la FAO. El 80% son de propiedad ejidal o comunal; el resto es propiedad privada o federal. El cambio de uso de suelo es la principal práctica para la liberación de dióxido de carbono a la atmósfera. En 2005, el país reportó a la FAO que 260 mil hectáreas —0.4% del total— habían sido deforestadas al año, entre 2000 y 2005.

La necesidad de sobrevivir de los campesinos y la falta de conciencia del perjuicio que hacen al medio ambiente, son fundamentales para dimensionar soluciones. “La combinación de variabilidad del clima y malas costumbres ambientales es el problema”, advierte Carlos Gay García, del PICC de la UNAM.

La conservación de las tierras de labranza es responsabilidad de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca, Desarrollo Rural y Alimentación (Sagarpa), cuyos resultados se miden por la producción del campo. Entre 5% y 8% de unidades de producción extensiva, de gran tamaño, se llevan la mayor parte de los subsidios federales, según la Asociación Nacional de Empresas Comercializadoras del Campo. El problema es que existen 3.8 millones de unidades, y 60% tiene menos de cinco hectáreas.

La política dirigida al campo se ha olvidado de los campesinos como sus aliados para conservar la seguridad alimentaria y proteger el medio ambiente, dice Elena Álvarez Buylla Roces, investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM. “En México podría combinarse la agricultura especializada a pequeña escala con la explotación sustentable de zonas boscosas. Nuestra diversidad ambiental lo permite. Pero no se hace”.

La conservación de reservas ecológicas y áreas protegidas está en manos de Semarnat, que está al margen de la política agropecuaria, dicen los expertos.

Adrián Fernández, presidente del Instituto Nacional de Ecología (INE), tiene clara la contradicción entre la política ambiental y agrícola del gobierno federal: “El ejemplo más actual que tenemos es el Procampo, que da incentivos para producir a través de fertilizantes. Hay impactos muy fuertes al medio ambiente que han tenido resultados en la deforestación”, dice Fernández.

Si el gobierno lo tiene claro, ¿qué falta? El presidente del INE responde: “La Semarnat no puede ser la única responsable de lo que pasa en materia ambiental. Los retos requieren de un entendimiento integral de todas las partes, pero tiene que haber claridad en el mandato de la Oficina de la Presidencia.

Los expertos hablan con mayor claridad: no hay dirección ni coordinación para cuidar del medio ambiente sin descuidar la producción agrícola.

Persiste el acaparamiento

Antes de las 10 de la mañana llovía en la finca de Benjamín. Las bardas resguardan una casa que habita con su familia y sus marranas que alimenta con la cebada que no puede vender. “Este año se va a dar el maíz, a ver a quién lo compra y cuánto nos dan”, comenta con ironía.

Relata la última vez que hizo producir a la tierra: “Tenía cinco o seis toneladas de cebada y fui a ver a Porfirio, el acaparador de Tlaxco. Sabía que estaba pagando a 2.50 el kilo de cebada. Le dije ‘te traigo esta muestra’. ‘Está algo fea’, respondió. Me quería dar dos pesos. preferí dársela a mis marranas”, dice.

Los acaparadores han hecho del cambio climático un negocio. Manipulan el precio según el exceso o carencia provocados por las contingencias climáticas.

El acaparamiento es una práctica muy común que muestra la falta de regulación gubernamental para la adaptación económica del campo. “Si acaso tenemos cosechas, no hay un lugar para vender. Siempre hemos pedido que valgan lo justo, para seguir produciendo” dice Eduardo, comisariado ejidal.

Hoy la agrícultura genera menos de 10% del ingreso familiar rural; cifra lejana al 30% que representó en 1992. El 25% de la población nacional vive en zonas rurales. No obstante, más de 44% de la emigración a Estados Unidos proviene del campo. Por un lado, México pierde autonomía alimentaria. Por el otro, cada vez menos mexicanos viven de la producción del campo y emigran.

“El país está expuesto al acaparamiento interno y externo. La soberanía alimentaria está en manos de especuladores nacionales e internacionales porque cada vez importamos más alimentos. Las consecuencias las estamos pagando los mexicanos con la elevación indiscriminada de precios, la desnutrición e inseguridad alimentaria”, dice Víctor Suárez, presidente de la ANEC.

“La próxima crisis global puede ser por el cambio climático”, afirma Carlos Gay García. Pero lo global poco importa a productores como Benjamín. No obstante, sus efectos y las decisiones para reducir el cambio climático pueden determinar el porvenir del campo. Pero el gobierno de México parece mirar de lejos lo local, ajeno al drama que vive el campo a la intemperie del clima.
Mara Muñoz, El Universal, 6 de octubre.

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