Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”. Con las comillas y el punto final, 52 caracteres del cuento El dinosaurio, que bien pudo formar parte de un tuit, pero eran otros tiempos y el relato de Augusto Monterroso “sólo” alcanzó a convertirse en uno de los más breves jamás escritos.
Todavía un año antes de la aparición formal de la red social, Luis Felipe Lomelí publicó El emigrante: “¿Olvida usted algo? —¡Ojalá!”, 30 caracteres, aún lejos de los 140 si se hubiese querido publicar en Twitter.
En 2006 se lanzó una de las herramientas de comunicación que, sin duda, ha transformado de forma radical las relaciones de los seres humanos, que tiene más de 200 millones de usuarios y genera alrededor de 65 millones de tuits al día, según algunas estimaciones.
Un medio que genera diversas reacciones en el mundo de la literatura en México: en ciertos casos se propone sólo como una manera para la interrelación, en otros se apuesta por sus 140 caracteres como una forma de creación literaria que, incluso, ya ha dado el paso del Twitter al libro impreso, con diferentes apuestas.
Alberto Chimal, por ejemplo, cuenta con dos títulos que surgieron en la red social y ya tienen forma de libro: 83 novelas y El viajero del tiempo; una joven tuitera, quien ha preferido guardar el anonimato, llevó los escritos de su cuenta a libro, bajo el título @es_asi, mismo que la identifica en la red.
El mismo Chimal recuerda algunos de los proyectos que se impulsan desde ese espacio cibernético, como el de José Luis Zarate Herrera —@joseluiszarate—, quien lleva ya varios años haciendo largas series de minificciones en Twitter; Mauricio Montiel Figueiras impulsa @hombredetweet, minificciones enlazadas con influencia cinematográfica.
Miréia Anieva y Gerson Barona —@ciervovulnerado y @viajero vertical, respectivamente— impulsan una revista dedicada a todas las formas de literatura breve, entre ellos se piensa en el Twitter como género.
“Se ha generado mucho más de lo que podemos seguir con cierta regularidad, hay un montón de narraciones sucesivas hechas vía Twitter, de minificciones y de otros tipos de textos más cercanos a la poesía o al aforismo. Y hay cosas que no tienen equivalente en la literatura impresa”, cuenta Alberto Chimal.
Experimentos en 140 caracteres
Cristina Rivera Garza —@criveragarza— también ha impulsado el uso de la red social, con diferentes fórmulas, guiada por la curiosidad, lejos de algunas actitudes que se ven en el medio con autores que muestran respeto y hasta rechazo por las tecnologías digitales, porque “me interesa mucho saber qué le va a pasar a mi escritura con ese contacto”.
“Abracé las redes sociales como laboratorio de escritura, no como manera de hacer contactos. Trabajo mucho con Twitter como un laboratorio escritural, me interesa mucho la idea de la concesión, pero también la forma narrativa que da cuando avanza y el recordatorio de cuán efímero es todo o qué tan difícil es crear algo de 1409 caracteres que va a desaparecer en dos o tres segundos.”
Para el escritor y editor Rafael Pérez Gay —@RPerezGay—, como una buena red social, Twitter es un modo de comunicación con un conjunto de personas a las cuales sigues y te siguen, por lo cual lo piensa menos como un género literario, pero sí como un conversación en marcha y permanente, “una de las cosas que a mí más me interesa.
“Me ha servido para informarme; para saber que hay aforistas naturales que pueden hacer con 140 caracteres maravillas, y también que es un buen modo para enterarse de qué tendencias sigue la vida cultural y la vida política mexicana.”
Este autor reconoce que como género literario no le interesa, aun cuando en su cuenta se ha encontrado con aforistas naturales, pero admite la posibilidad de que “quizá menosprecio una capacidad natural en algunos autores para crear con 140 caracteres, pero me interesa más de las otras formas”.
David Martín del Campo no le interesa el medio por ninguna de sus formas, con argumento que son muy simples: “Me quitaría tiempo para mis lecturas”, aduce el narrador.
“Pienso que es un medio de actualidad, de intercomunicación tribal, del cual me he dado el lujo, hasta hoy, de prescindir, porque más o menos me desenvuelvo con cierta eficacia sin emplearlo. Si me metiera a la redes sociales creo que me quitaría tiempo, que para mí es precioso, no tengo 25 años y debo administrar mejor mi existencia, aunque sospecho que más pronto que tarde estaré navegando en esas que ahora llamo tonterías, como le llamé a las computadoras hace años.”
La satanización del tuit
Alberto Chimal está convencido de que Twitter y cualquier otra herramienta de contacto por internet de entrada propone una red de espacio de comunicación, un lugar electrónico que se puede usar para cualquier cosa, entre ellas para la literatura.
El problema, la satanización que suele darse en ciertos espacios, es que al tratarse de una red con acceso masivo no es tan simple separar lo literario de todo lo demás, “mucha gente se queja de que lo que se publica en internet carece de calidad literaria, pero habría que pensar que la mayor parte ni siquiera tiene esa pretensión, son intercambios cotidianos que no tienen mayor aspiración”.
Incluso en Twitter se han generado ciertas reflexiones en torno al papel que puede jugar la red social en la creación, con lo que vale la pena recuperar un tuit de Aurelio Asiain, que define su presencia en 140 caracteres: “Se puede abrir cuenta en Twitter y escribir sin seguir a nadie ni tener seguidores. Antes que red social esto es un espacio de escritura”.
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