En el “cuarto de al lado”, instalado en oficinas panistas, se elaboraron decenas de tarjetas y se afinó la estrategia del partido en el gobierno.
Ebrard acudió al sexto foro del Senado para promover la propuesta de López Obrador de someter la reforma de Felipe Calderón a consulta pública. “¿Qué les preocupa? Si sus argumentos son tan sólidos, ¿qué les apura?”, retó.
Santiago Creel prefiere bajar la vista cuando, sentado al lado del perredista, el gobernador de Guanajuato, Juan Manuel Oliva, suelta el primer puyazo. “¿Dónde estaban hace 20 años los que dicen oponerse a esta medida? ¿Dónde estaban? ¿En qué trinchera política y en qué defensa de la nación?”
El priista Fidel Herrera evade la discusión y defiende su propuesta, la “tercera vía”, mientras Ebrard también recibe tarjetas de sus asesores para afinar la defensa.
Apenas concluye el tiempo del veracruzano, el jefe de Gobierno se defiende: “Hace 20 años estaba en la Secretaría de Desarrollo Urbano y los reto a que me digan: ¿cuándo en mi carrera política apoyé la privatización del sector petrolero? ¿Cuándo he hecho algo en mi vida que no coincida con lo que hoy digo y sostengo?”
Le aplauden desde su lugar el presidente interino del PRD, Guadalupe Acosta, quien se fumó las cinco horas de debate.
Emilio Gamboa, quien encabeza en esta ocasión la bancada priista, deja de comer uvas y endurece el gesto. A Francisco Labastida se le borra la habitual sonrisa.
Fidel Herrera saca la casta por su partido. “Es un honor ser priista”, se ufana. En tanto, el morelense Marco Adame (PAN) inquiere a Ebrard si la amnesia o la vergüenza le impiden hacer un análisis más amplio de la reforma. “¿Será que los pasos por las trincheras duran sólo unos años y la vergüenza toda la vida?”
El defeño no se arredra: “Señor gobernador de Morelos, no es su tono habitual, quizá le mandaron una tarjeta, pero hablando de vergüenzas, vergüenza es no proponer su modificación, echar por tierra el artículo 27 constitucional. ¡No tienen vergüenza ustedes!”
Adame se incomoda y exije respeto. Del cuarto de al lado y del sillerío de asesores siguen fluyendo las tarjetas. Una llega a las manos del guanajuatense Juan Manuel Oliva, quien afirma que el país no requiere arqueólogos-políticos que aspiren a gobernar las ruinas de México.
El micrófono le falla y eso sirve para distender el ambiente. Al intercambiarlo, Fidel y Oliva cruzan las manos por delante de Ebrard. Adame festeja: “Conste que no hay mano negra aquí…”
Se festeja la ocurrencia. Los panistas Juan José Rodríguez Prats y Juan Bueno Torio aprovechan para dialogar en calma con Ebrard. Cruzan datos históricos a dos metros de distancia, entre la mesa de los invitados y la de legisladores.
Luego regresa el golpeteo verbal, al que se suma el panista Gustavo Madero, quien hace a un lado la ecuanimidad para responder a la exigencia de Ebrard para que se explique dónde quedaron los excedentes petroleros.
Recuerda el concepto de Enrique Krauze sobre el síndrome del mesías tropical. “No sabía que era contagioso”, dice, y recomienda al perredista revisar su cheque de 15 mil millones de pesos.
“¿Referendos zocaleros? ¿Qué queremos”, concluye Madero. Y Rubén Camarillo, el único legislador que reta a duelo a su opositores, se pone a las órdenes de Ebrard para comentar la reforma, pero en otro lugar (¡gulp!).
Al final, como buenos políticos, los invitados se dan la mano, intercambian frases y toman su camino, cada uno con su nutrida escolta y su porra.
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