La voz de la Iglesia católica en Cuba


SAN JOSÉ.— Jaime Ortega Alamino protagonizó un hecho sin precedentes en el turbio historial de relaciones entre la cúpula de la revolución cubana y la jerarquía católica en Cuba: casi por sorpresa, el cardenal y Arzobispo de La Habana apareció durante un enlace nacional de los canales de televisión de la isla para difundir un insólito mensaje religioso.
Era enero de 1998 y faltaban pocos días para que el entonces papa Juan Pablo II llegara a Cuba, en una histórica visita al último régimen comunista del Hemisferio Occidental.
Para millones de cubanos, Ortega, ataviado de rígido negro y con un cinto rojo, era un total desconocido que interrumpía la programación televisiva nocturna —predilecta por las novelas— con un mensaje religioso que resultaba incomprensible para la mayoría de población.
Pero el cardenal Ortega logró que el régimen aceptara abrir una pequeña ventana en su rígido y vertical aparato propagandístico —dedicado a repetir extensos mensajes del comandante en jefe, Fidel Castro, y de la dirigencia comunista— y permitiera que, por primera vez en ese entonces en casi 40 años, una autoridad de la Iglesia católica de Cuba difundiera un mensaje a la nación en horario de máxima audiencia.
¿Comprendió la mayoría de cubanos un discurso de citas religiosas, pasajes bíblicos y nombres de evangelistas que no estaban —ni están— acostumbrados a escuchar, luego de que por años sólo recibieron un bombardeo político de proclamas por igual en contra del gobierno de Estados Unidos o del anticastrismo de Florida, antiimperialistas, revolucionarias y comunistas?
En un país en el que solamente el aparato partidista —el Comunista, que es el único permitido— y estatal tiene posibilidad de buscar, obtener y procesar cifras sobre las tendencias de opinión, la respuesta nunca trascendió públicamente y la duda todavía hoy persiste.
Sin embargo, la figura de Ortega siguió creciendo, al lograr que las viejas relaciones de tensión y choque entre los mandos eclesiásticos con los del régimen pasaran a ser de unas de cordialidad y de una inusual cercanía, aunque ello generó reclamos dentro y fuera de Cuba.
¿Cambio real o cosmético?
Tras el triunfo de la revolución en 1959, Castro y su gobierno fueron acusados de perseguir y aplastar las creencias religiosas de los cubanos —en especial católicos— con el dogma marxista de que la religión es el opio de los pueblos. En 1991, el Partido Comunista de Cuba (PCC) abolió la exigencia de que era necesario ser ateo para ser militante.
Pasada la visita del Papa en 1998, se creyó que habría alguna apertura hacia la democratización —pluripartidismo, prensa libre, fin del exilio y del presidio político—, pero el panorama tampoco varió, aunque en el transcurso de los años se aflojaron algunas restricciones religiosas.
En mayo de 2010, Ortega se colocó en una posición de interlocución con el régimen, favorecido por el retiro de Castro por enfermedad —primero temporal y luego definitivo— de los puestos de máxima dirigencia y reemplazado por su hermano Raúl, general y nuevo dirigente principal en los cargos del PCC y en la estructura estatal.
En ese mes, el nuevo mandatario logró que el hombre elevado a cardenal en 1994 aceptara la petición gubernamental de convertirse en su interlocutor en derechos humanos, en una negociación para liberar presos políticos y enviarlos a España.
Pocos días después, y en una imagen que generó desconfianza hacia el jefe de la cúpula católica cubana, cardenal y presidente aparecieron sonrientes en una fotografía, mientras la policía política de Cuba seguía arrestando a opositores con el silencio de Ortega, único vocero autorizado por Castro para informar de las liberaciones de prisioneros políticos.
Enterrando la fantasía
El poeta cubano Raúl Rivero, preso varios años en Cuba por disidente y enviado al exilio en Madrid, aseguró en ese entonces en su columna del diario El Mundo, de España, que “para echarle otra pala de tierra a la fantasía” en la que Castro embarcó a Ortega, fueron arrestados 38 opositores que pretendían reunirse a analizar la situación del país.“Las relaciones entre el Estado y la Iglesia en Cuba se encuentran en un periodo de expresiones y gestos nuevos”, alegó, por su parte, el cubano Orlando Márquez, director de Palabra Nueva, revista de la Arquidiócesis de La Habana, en un artículo que publicó en abril de 2010 en ese medio.
“Encuentros más fluidos, entre los obispos y las autoridades correspondientes del Partido Comunista, se van sucediendo en las distintas diócesis y a nivel nacional”, relató, al admitir que “falta mucho por andar” para poder tener un diálogo “integral y fructífero”.
El proceso, narró, empezó “hace varios años, y de forma lenta pero gradual ha ido favoreciendo espacios de intercambio en los que la Iglesia expone sus criterios y consideraciones —no sólo de contenido religioso— mientras la otra parte, es decir el Partido y, por tanto, el poder, comparte sus criterios y consideraciones, sobre la Iglesia y sobre cualquier otro tema de interés mutuo”.
Sin embargo, y desde el mismo sector del catolicismo, surgieron reclamos sobre el nexo de Ortega con el poder. Las relaciones entre ambas partes “solo serán normales cuando las Iglesias gocen de una verdadera libertad religiosa”, dijo el religioso y opositor cubano Dagoberto Valdés, ex miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz del Vaticano.
Valdés, formador cívico y director de Convivencia, la revista digital de un sitio de internet de España, declaró a EL UNIVERSAL que esos vínculos deben estar garantizados por ley, mediante “la renovación de la mentalidad” y en un “ambiente social de libertad y de respeto para todos los creyentes”.
“Obras, personas y grupos” fueron excluidos de la Iglesia católica en el afán de conseguir “la normalización” de sus relaciones con el Estado, lamentó el opositor.
Prestigio y expectativa
Nacido hace 75 años en la central provincia de Matanzas, ordenado sacerdote en 1964 y consagrado arzobispo en 1979, Ortega ha sido la principal figura de la jerarquía católica cubana desde hace 18 años.
Mientras cumplió su papel de interlocutor, viajó a Washington y otros países en discretas misiones en torno a presos políticos.
“Desde su cubanidad, su profunda fe religiosa y su sincera preocupación por el bienestar del pueblo cubano, el cardenal Ortega ayuda, con lealtad y honestidad, en la búsqueda de un futuro de paz y prosperidad para todos los habitantes de esta isla”, aseguró el embajador de España en Cuba, Manuel Cacho Quesada, al entregarle la Gran Cruz de la Orden Isabel la Católica, en un acto en enero anterior en La Habana.
Ortega se enfrenta ahora a otra visita histórica a Cuba: el papa Benedicto XVI estará en suelo cubano del 26 al 28 de marzo próximos y quizás vuelva a aparecer, de sorpresa nocturna, en las imágenes de los aparatos de televisión de millones de cubanos para difundir un nuevo mensaje religioso… pero ya no insólito.
José Meléndez corresponsal, EL Universal, 19 de marzo.

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