“Ni la popularidad ni el rating sirven para gobernar”


En el proceso electoral de 2006 MILENIO aplicó a los candidatos a la Presidencia de la República lo que denominamos Cuestionario Maquiavelo. La idea original, inspirada en el libro ¿Qué haría Maquiavelo? El fin justifica la maldad, del estadounidense Stanley Bing (nombre de pluma de Gil Schwartz, escritor que colaboró en las revistas Esquire y Fortune, y Vicepresidente Ejecutivo y Director de Comunicaciones de la cadena CBS), fue del escritor Carlos Fuentes en un artículo de preguntas sin respuestas (¿Qué haría el Presidente?) que publicó hace cinco años. Fue entonces cuando MILENIO retomó la idea, modificó algunas preguntas y añadió otras, y se las hizo a los candidatos presidenciales que competían a la sazón.
Ahora renovamos las interrogantes en forma de afirmaciones y se las hacemos a los seis aspirantes a la Presidencia de los tres principales partidos (PAN, PRI y PRD). La intención es que, ante esas frases, los aspirantes presidenciales muestren a los lectores cómo reaccionarían si estuvieran en Los Pinos, de acuerdo a sus conceptos e ideas sobre el ejercicio del poder.
Hoy, después de los panistas Josefina Vázquez Mota, Santiago Creel y Ernesto Cordero, y del priista Manlio Fabio Beltrones (antes que declinara participar en la contienda interna de su partido), responde Enrique Peña Nieto...
El Príncipe (el Presidente) siempre tiene la razón: la tiene cuando la tiene, y también cuando no la tiene...Tener la razón significa actuar siempre con orientación social y dentro del marco de la ley. Obviamente puede errar, pero el margen de error se reduce si antes de tomar una decisión se informa, si estudia las diferentes alternativas y, sobre todo, si escucha a la sociedad. Escuchar a la sociedad ha sido el secreto detrás del reposicionamiento del PRI.
El Presidente tiene una Misión, un Destino, y por ello hará lo que sea…Lo pondría en otras palabras: debe tener claridad de rumbo y precisión en las metas que quiere conseguir. Metas, por supuesto, que surgen de las necesidades de la población y de lo que marca la propia Constitución. México tiene un claro proyecto contenido en su Constitución política. De igual manera, el Presidente debe tener absoluta claridad de las restricciones que enfrenta para conseguir sus objetivos, sean éstas legales, presupuestales, políticas o éticas. En cuestiones de política pública, el voluntarismo y las buenas intenciones nunca son suficientes para transformar la realidad.
El Presidente es un tiburón: nadie lo detiene, avanza devorando todo, preferentemente a sus opositores…No, los límites de la actuación del Presidente están perfectamente definidos en lo que señala la Carta Magna y los ordenamientos respectivos. Lejos de ser un depredador, el Presidente debe ser un mediador, un conciliador de los distintos intereses y visiones que hay en un país plural y democrático como el nuestro. El Presidente debe ejercer un liderazgo democrático, encontrando puntos de acuerdo en medio de las diferencias. El Presidente debe ser capaz de encauzar los esfuerzos públicos y privados hacia fines socialmente válidos. Se equivoca quien crea que la confrontación es el mejor camino para lograr cambios de fondo. El camino es el acuerdo, la cooperación y la complementariedad de esfuerzos hacia el logro de objetivos comunes.
El Presidente es vengativo y sabe que la venganza es un plato que se come frío (o caliente, si quiere)…No, el Presidente no debe guardar rencores. Debe ponerse por encima de cualquier impulso vengativo. Debe entender que su responsabilidad es institucional y que sus adversarios lo son, no por razones personales, sino por cuestiones circunstanciales. Las obsesiones de un Presidente deben ser otras: la seguridad de su población, combatir la pobreza, acelerar el crecimiento económico, entre otros temas relevantes.
El Presidente miente, cree sus mentiras, y hace creer a los demás que éstas son verdad…La verdad siempre será más poderosa que cualquier intento por ocultarla. La credibilidad y confianza se construye todos los días con hechos y compromisos reales.
En beneficio de la nación, el Presidente puede ser un gran mitómano…Un Presidente debe reconocer y respetar el derecho de los ciudadanos a estar bien informados. Por ello, en su comunicación con la sociedad siempre debe ser honesto y respetuoso de ella.
Al final el Presidente hace lo que le viene en gana: “He llegado a un acuerdo con mi pueblo: el pueblo dice lo que quiere y yo hago lo que quiero…”De ninguna manera. El Presidente está para cumplir la voluntad popular. En nuestra democracia, la población es la que manda. Si éste no fuera el caso, afortunadamente hay una serie de pesos y contrapesos que impiden cualquier tentación autoritaria. Para eso existe todo un marco legal –tanto nacional como internacional– con sus respectivas instituciones: están los partidos políticos, los académicos, los medios y, sobre todo, los ciudadanos.
El Presidente debe ser impredecible para desorientar a sus contrarios…No. El Presidente debe decir lo que va a hacer y hacer lo que dijo. Esa es la base de la confianza pública. Esa es la ética del compromiso que debe permear en la política, en todos sus niveles. Más que preocuparse por desorientar a los contrarios –si es que hay tales–, el Presidente debe trasmitir confianza y certeza a la población. Sólo si logra establecer una sólida base de confianza, podrá convocar a la sociedad para impulsar –juntos– esfuerzos de gran alcance y largo plazo.
Para el Presidente el Poder es volver a ser un niño caprichoso…No. El poder es, ante todo, una responsabilidad. El poder multiplica y amplifica la voluntad de quien lo ejerce. Como tal, debe emplearse exclusivamente para conseguir fines socialmente válidos. Entendido de esta manera, el poder es un gran instrumento de transformación colectiva, pues brinda la capacidad de mejorar la calidad de vida de la gente.
El Presidente debe ser precavido al grado de la paranoia…El Presidente debe estar informado, tener el pulso del presente y, con base en ello, prever posibles escenarios. Esto le permite tomar mejores decisiones. La paranoia, en cambio, altera la percepción de la realidad, erosiona la confianza en terceros y termina por aislar a quien la padece.
El Presidente no confía en nadie…Primero, en efecto, debe confiar en sí mismo… Eso es básico. Pero además debe confiar en terceros. Un Presidente no lo puede hacer todo, necesariamente debe confiar en otros. Debe confiar en sus colaboradores, en sus aliados y en sus interlocutores. Si un Presidente desconfía de todos, está condenado a la inmovilidad y, en consecuencia, está destinado a perder la confianza de la población en él. La confianza, incluso en aquellos que piensan diferente a él, abona a la gobernabilidad.
Para el Presidente tener enemigos es más razonable que tener amigos: tener un nuevo enemigo le merece abrir una botella de Champaña (o de Tequila, si prefiere)…No, el Presidente no puede aspirar a generar enemigos. Por su función, es muy probable que los tenga, pero ese nunca debe ser su objetivo. En todo caso, el Presidente siempre debe ser amigo de la ley. Los opositores, que no enemigos, fortalecen la democracia: debaten, enriquecen las propuestas y promueven la rendición de cuentas.
El Presidente debe estar en guerra permanente: es su esencia…La esencia de un Presidente debe ser la de un constructor, no la de un guerrero. Un guerrero se impone, arrasa, destruye. Un constructor, en cambio, suma, genera valor y transforma la realidad.
El Presidente puede y debe excederse en todo…El Presidente, en todo caso, sólo puede excederse en su vocación por servir, en las horas que dedica a su responsabilidad. En lo demás, no puede ni debe excederse en nada. Su alta investidura le exige moderación y templanza.
El Presidente no tiene piedad con sus colaboradores: debe asegurarse que cuando habla y da órdenes, o regaña, los testículos de sus subordinados se les suban al pescuezo…No, la autoridad y el respeto se ganan con el ejemplo, no con el miedo. El miedo es enemigo de la confianza, la productividad y los buenos resultados. El Presidente tiene absoluta libertad para elegir a sus colaboradores. El perfil que deben reunir es de profesionalismo y liderazgo.
El Presidente, para conseguir lo que el país necesita, prefiere ser ultra que moderado…Más bien, para conseguir lo que el país necesita, el Presidente debe ser ultra-dinámico, ultra-eficiente, ultra-efectivo. Para todo lo demás, debe apostar al acuerdo, no a los radicalismos que no conducen a nada.
El Presidente no tiene sentimientos: los ha expulsado de él mismo para servir a la patria…Un Presidente insensible, es un Presidente indiferente, desconectado de la realidad. En cambio, un buen Presidente debe ser especialmente sensible a los miedos y preocupaciones de su gente, a sus sueños y esperanzas. El Presidente sí debe tener sentimientos. El primero, precisamente, debe ser el amor por su Patria, por su país. El Presidente es un ser humano, como cualquier otro. Los sentimientos a su familia, a su entorno, son inexcusables. Lo importante es que sus sentimientos personales no interfieran en sus decisiones, sino más bien le inspiren a dar lo mejor de sí, basado en la razón.
El Presidente no pide perdón…El Presidente no es infalible y aunque sus decisiones sean razonadas, en ocasiones los resultados de éstas no son los esperados, pues intervienen muchos factores, muchas veces ajenos a él. En este supuesto, debe reconocer sus errores y corregirlos.
Para el Presidente el usufructo del poder es un concurso de popularidad y rating…No, ni la popularidad ni el rating sirven para gobernar. Las prioridades del Presidente deben ser otras. Ya las comentamos: la obsesión por la seguridad de su población, la obsesión por combatir la pobreza, la obsesión por el crecimiento económico elevado y sostenido… En todo caso, los mejores índices de aceptación se dan cuando se hacen las cosas bien, cuando das resultados, cuando cumples tus compromisos… La popularidad, en todo caso, no es más que una consecuencia de cumplir con la obligación de servir.
Para el Presidente el poder se ejerce aunque estimule odios…(Piensa unos segundos) Lo replantearía: el Presidente debe ejercer su responsabilidad y procurar el bienestar general, aun y cuando en ocasiones esto le genere animadversión de algún interés particular.
El Presidente es feliz por todas las cualidades que el pueblo le adjudica…No, el Presidente debe sentirse feliz por el deber cumplido. Por los resultados positivos que logre en favor de la población a la que sirve. Como cualquier persona, el Presidente debe estar plenamente consciente de sus talentos y capacidades, pero también de sus limitaciones. Ello le permitirá ser realista y tomar decisiones con los pies sobre la tierra. Éste es el mejor antídoto para no caer en la autocomplacencia.
Para el Presidente su gobierno es La Historia…No, la Historia –así, con mayúsculas– la hace una sociedad. Los gobernantes sólo contribuyen a ella, como un elemento más de esa sociedad. La Historia la construimos todos, todos los días.
Para el Presidente, en Los Pinos la única antítesis válida es la propia tesis de él…No, para gobernar con eficacia, primero hay que escuchar y tomar en cuenta los distintos puntos de vista. Especialmente aquellos que no coinciden con la visión propia.
El Presidente se alimenta de los desacuerdos de los otros, de la oposición…Lo mejor que le puede suceder al Presidente, y al país en su conjunto, es que la oposición esté bien organizada y que muestre madurez, disposición al diálogo y a llegar a acuerdos.
Para el Presidente cooptar a opositores es como jugar ajedrez…No. El Presidente no debe cooptar, eso mina su liderazgo. Al contrario, su misión es convencer, sumar, crear sinergias, encauzar esfuerzos.
El Presidente ordenaría matar si cree que salvará a la patria…¡De ninguna manera! El Presidente debe ser partidario de la ley, del estado de derecho.
Juan Pablo Becerra-Acosta M., Milenio, 29 de noviembre.

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