La Habana, 21 de febrero. El grupo de turistas se detiene asombrado. Preguntan hacia dónde corren miles de personas, la mayoría de ellos familias con sus niños que suben con rapidez increíble hacia una cima donde está enclavada la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, en la Bahía de La Habana.
Van a la inauguración de la Feria Internacional del Libro
, comenta el guía y agrega: así será durante 10 días. Verán multitudes subiendo hacia La Cabaña
.
Los turistas no pueden creer que esa cantidad de niños alborozados corran apresurados para comprar –por monedas– libros de narraciones, teatro, poesía, historia, en un mundo donde los entretenimientos violentos están conformando una niñez cada vez más ajena a la lectura y la vida solidaria.
La edición 21 de la Feria Internacional del Libro de La Habana, desde que se realizó por primera vez en 1982, es sin duda la más popular de la región y del mundo.
Una verdadera fiesta de cultura y arte de la que participan miles y miles de cubanos. El fenómeno no es que caminarán mirando simplemente los módulos que se distribuyen en esa fortaleza impresionante, rodeada de enormes fosos, que data de 1774, con sus cañones que apuntan al mar intensamente azul. Van a comprar libros, y es un espectáculo ver cargar bolsas con ejemplares como quien lleva alimentos.
El paisaje también es imponente. La Cabaña fue la mayor edificación militar de España en América en tiempos coloniales y en ese gigantesco espacio de muros, con cañones antiguos que apuntan al mar y de fortificación guerrera, ahora camina esa alegre caravana popular que ocupará la feria día por día.
La Cabaña también fue cárcel y tumba para muchos patriotas.
Encuentro editorial itinerante
La feria del libro no fue imaginada aquí con mentalidad mercantil. Desde sus inicios, en 1982, es un espacio de encuentro, de conocimiento, de reconocimiento de culturas y debates de representantes de las letras y las artes de todo el mundo; es una puerta abierta por la que entra alborozado el pueblo de Cuba.
Cada año las editoriales cubanas producen millones (6 millones este año) de libros en ediciones baratas, pero muy cuidadas, que terminan en las casas de todo el país y no en bibliotecas de lujo.
En otro hecho imaginativo de la revolución, esta feria se transforma en itinerante y se reproduce en todo el interior del país, y la población participa activamente en todo ese proceso.
Dedicada este año a los países del Caribe en un esfuerzo extraordinario por desafiar los olvidos, resulta mucho más importante aún si se recuerda que al comenzar diciembre de 2011 se constituyó en Venezuela la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el mayor proyecto de unidad e integración que se recuerde en la región.
Todas las miradas estuvieron puestas en el salón caribeño, donde se expusieron muestras de artes y artesanías tradicionales de esos pueblos. Fue una fiesta de colores, canciones y ritmos y también de solidaridad.
Hubo momentos de silencios sonoros, cuando emocionaron los relatos históricos de los pueblos caribeños, sus luchas anticoloniales y las resistencias pasadas y presentes, y especialmente del país que hoy simboliza esa memoria, que es Haití. Allí continúa viva la cultura africana, sobreviviente en sincretismos inevitables, lo que ayuda a sobrevivir a ese pueblo marcado por la tragedia colonial, desastres naturales, ambiciones imperiales, invasiones, abandono y desolación, y que a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII hizo posible los resplandores independentistas y antiesclavistas en la primera revolución negra que iluminó el camino de América. Por eso el reclamo fue que otro mundo sea posible
para Haití.
En esta feria sin precedente, el libro dejó de ser por estos días una mercancía para enriquecer editores y se transformó en un alimento cultural
no sólo con ediciones locales, sino de la cultura universal que puede llegar a todos, sin excepción. Un hecho también único.
Como un símbolo de los tiempos en este periodo de cambios, que provoca otras esperanzas y la lógica incertidumbre de todo proceso renovador y necesario, rueda por las calles de La Habana el museo de carros antiguos más importantes, diversos y mejor conservados del mundo.
Es un museo rodante lo que vemos, pero lo interesante es que ahora como transporte de turistas, taxis, carros familiares, no están exhibidos detrás de una vitrina; están andando por las calles.
Están vivos
dice alguien, mirando a los Buick, Cadillac, viejos Ford o descapotables, pasar como grandes barcos de colores diversos por el malecón que bordea el mar.
Esta invasión de carros antiguos recuperados es obra del historiador y especialista en ciencias arqueológicas Eusebio Leal, el mundialmente reconocido restaurador de la ciudad antigua, que sigue rescatando los imponentes edificios frente al malecón.
El premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel considera que lo que vivimos estos días es el mejor símbolo de la imaginación revolucionaria y la dignidad de un país, que aún en las adversidades, nos regala amor, cultura, palabras y solidaridades, lo que es un ejemplo que debemos proteger en nombre de la humanidad
.
Stella Calloni enviada, La Jornada, 22 de febrero.
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