Migrantes, sin auxilio y a la deriva


Son los huérfanos de La Bestia. En cuanto el ferrocarril llega a los límites de la zona metropolitana de Guadalajara, en Las Pintas, los centroamericanos y mexicanos dejan los techos de los vagones o bien son sorprendidos por los vigilantes de la empresa ferroviaria y son desalojados.
Para seguir su camino hacia la frontera norte, a Nogales, Sonora, tendrán que caminar sobre la ruta de la vía que prácticamente cruza la ciudad —aproximadamente 10 kilómetros—, para esperar unas jornadas y treparse nuevamente en La Bestia. Es cosa de todos los días.
Mientras alcanzan de nuevo el ferrocarril, deambulan por la ciudad a los márgenes de la vía, que ya está rodeada de colonias e invadida por el crecimiento urbano.
Pero los migrantes, como se les conoce generalmente, empiezan a provocar problemas, más aún cuando delincuentes menores locales se hacen pasar por centroamericanos, para robar casas-habitación y a transeúntes o bien solicitar limosna a los automovilistas. Piden apoyo para comer, en espera de que algún día entre las cuatro y cinco de la mañana puedan alcanzar “La Bestia”, sólo si el ferrocarril va a baja velocidad. Muchos lo hacen por el poniente de la metrópoli, en la Venta del Astillero. En ocasiones también intentan atrapar las corridas del tren que ocasionalmente sale por las tardes.
Pocos quieren hablar sobre su experiencia. Se limitan a insistir que van de paso, que solamente piden ayuda para comer, mientras vuelven a subirse al ferrocarril.
Un emigrante de origen hondureño llamado Antuan Gómez acepta platicar “sólo espero, papi, que no seas de Migración”, aclaró. Dijo que aquí no los molestan los agentes, como sí sucede en Chiapas o en Veracruz. “Allá nos amenazan con deportarnos si nos vuelven a ver vagando o pidiendo un pesito”. Antuan aseguró que va de paso. “Está bonita tu ciudad, pero no me voy a quedar, voy a trabajar a Estados Unidos”.
Su experiencia es distinta a la de Fulgencio Ortiz, que espera el tren pero el que va al sur. “Voy para el DF” —dice el oaxaqueño recostado sobre una barda de la fábrica procesadora de maíz de la colonia Morelos, frente a la vía. “Voy de regreso, no conseguí trabajo, no hay nada que hacer en Estados Unidos y por eso me regreso, no conseguí nada de dinero. Pasé a Culiacán y ni ahí conseguí chamba en la cosecha de jitomates dijeron que tenían mucha gente. Si consigo algo en el DF me quedó, sino me voy para Oaxaca, pero sin dinero”. Espera comer algo en el comedor destinado a los migrantes.
Sólo un grupo de maestros y alumnos de la Universidad Jesuita de Guadalajara (ITESO) se han mostrado preocupado por la situación de los migrantes de paso que llegan a la ciudad, por ello crearon la organización civil Dignidad y Justicia en El Camino, que ofrece alimentos, ropa limpia, regaderas y estancia para que los centroamericanos guarden sus pertenencias mientras esperan poder abordar el tren.
Este centro recibe apoyo de los colonos de la colonia Vallarta Sur, quienes constantemente se quejan de robos de supuestos centroamericanos, pero aseguran que los ladrones son locales. Los habitantes de esa colonia colaboran con despensas, ropa, zapatos, cobijas, pero insisten que hay muchos delincuentes que se hacen pasar por migrantes. “Aprenden el tonito y las palabras de los centroamericanos y piden limosnas en los semáforos. Alcanzan a reunir hasta 500 pesos al día”, reveló una natural del lugar.
Se le pregunta su origen a un “centroamericano” ubicado en uno de los cruces del ferrocarril que hace la seña con su mano hacia la boca acompañado de la frase “un pesito para comer papi...”, “De Honduras...” responde un hombre de aproximadamente 40 años que viste ropa limpia, sin rastro de haber viajado en el techo de “La Bestia”. Al cuestinarle si su verdadero origen es de San Pedro (Sula), tarda en responder, cunado finalmente lo hace se limita a solicitar nuevamente un “pesito” para comer, al ser negada la petición pide que no le tomen fotografías y se va.
Los centroamericanos acuden al modesto comedor que está cerca de la estación de pasajeros del ferrocarril, donde los alumnos y maestros dan todo su esfuerzo, lo que incluye levantar censo, preguntar cuáles son las necesidades de los viajeros, repartir alimentos, ropa y atender a mujeres embarazadas.
No obstante, esta labor está en duda de continuar luego de agosto, porque no hay suficiente respuesta, aunque sí mucho esfuerzo por parte de la agrupación que se denomina “FM4 Paso Libre”. Hasta ahora continúan en la búsqueda de fórmulas para continuar auxiliando a los migrantes.
Otro supuesto centroamericano es abordado en un alto de semáforo donde solicita unos pesitos, unas monedas para comer. “¿Ya fuiste al comedor de Inglaterra (calle donde se ubica el local)?” No hay respuesta, en cambio busca a otro automovilista o a otro transeúnte, no lleva su mochila a la espalda y su cobija colgando, al estilo de los verdaderos migrantes mexicanos y centroamericanos que esperan ser nuevamente viajeros de La Bestia.
Germán Ramos corresponsal, El Universal, 14 de agosto.

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