Las manifestaciones más numerosas fueron las de Chicago, Nueva York y Los Ángeles. En todas ellas reinó un ambiente festivo, con los inmigrantes luciendo tanto banderas de sus países de origen como estadounidenses.
En Los Ángeles, los inmigrantes se vieron acompañados por los líderes empresariales locales, que manifestaron en repetidas ocasiones el daño que una expulsión o éxodo masivo de inmigrantes podría producir a la economía del país.
“Las redadas están aterrorizando a los trabajadores y agobiando a sus empleadores. Y son muchos los negocios los que se van a pensar dos veces antes de seguir operando en lugares donde persiste este ambiente de persecución”, aseguró Samuel Garrison, vicepresidente de la Cámara de Comercio de Los Ángeles.
En Washington, un centenar de personas se congregó ante las sedes centrales de los partidos Republicano y Demócrata para entregar una carta en la que solicitan la regularización de todos los indocumentados. Después se manifestaron ante el Capitolio, sede del Congreso estadounidense.
“Antes, la clase política podía darse el lujo de ignorarnos. Hoy, todos ellos reconocen que nuestro voto está en relación directa con nuestra demanda a favor de una reforma migratoria”, dijo Angela Sanbrano, una de las más antiguas líderes del movimiento a favor de una reforma migratoria, mientras apuraba el paso rumbo al Capitolio para entrevistarse con esos congresistas que, desde su punto de vista, han pasado demasiado tiempo escurriendo el bulto. Sus quejas, sin embargo, caen por el momento en saco roto, pues es políticamente imposible afrontar un asunto tan sensible en un año electoral, no sólo en el Congreso, sino también en la Casa Blanca.
“Nos siguen tratando peor que a esclavos”, se lamentó Emma Lozano de la organización Sin Fronteras en Chicago.
“Pero si hace dos años fuimos capaces de derrotar iniciativas antinmigrante como la HR447 (que, entre otras, impedía a las Iglesias y otros grupos ayudar a indocumentados), hoy hemos advertido a los candidatos a la presidencia que los estamos observando y que, esta vez, no seremos los convidados de piedra en las elecciones de noviembre próximo”, aseguró Lozano, que ayer encabezó los actos en Chicago, menos numerosos que los de hace dos años cuando se congregaron 400 mil personas, paralizando el tráfico y atascando avenidas.
La primera que lo vio ayer fue Hillary Clinton, comprometida a poner en marcha la reforma migratoria en sus primeros cien días en la Casa Blanca si alcanza la presidencia de Estados Unidos. Mientras que su rival Barack Obama, quien fue testigo de las marchas en Chicago en 2006, dijo en un comunicado: “Dos años después, nuestro problema sigue sin resolverse, y aquellos que quieran un cambio tendrán que votar por un cambio en noviembre”. (Con información de agencias)
Nota de J. Jaime Hernández, El Universal, 2 de mayo.
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