María
'Me voy a ir al cielo'
A sus 6 años, María le dijo a Erasmo, su tío, que él podía maltratarla hasta matarla, pero que no importaba porque ella se iba a ir al cielo, igual que su mamá.
María fue secuestrada en una comunidad rural de Salamá, Guatemala, el Día de Muertos de 2008.
Ese sábado fue a visitar la tumba de su madre, la mujer que la acompañó durante los primeros tres años de su vida y que la golpeaba con un cable si no lavaba los trastes. La que le compró una escoba pequeñita para que barrieran la casa juntas y que dio a luz a unos gemelos en la recámara -donde dormía toda la familia-, auxiliada por María, quien le llevaba jarras de agua. La mujer que un día fue asesinada por su esposo.
Saliendo del cementerio, la niña fue a alimentar a un cochinito que le habían regalado sus tías, las hermanas de su mamá. Para evitar que el animal se ensuciara con tanto lodo que había en el piso, María lo amarró fuertemente a un palo de madera.
Mientras ella se encargaba del cochino, su padre y sus tías escuchaban música y bebían cerveza en la casa. Fue cuando llegaron los hombres que la amarraron, le vendaron los ojos y la subieron a una camioneta.
"Estaba grite y grite y grite, y nadie me escuchó", relata la pequeña, hoy de 8 años.
Infierno y huida
María estruja un pato de peluche de la mitad de su tamaño cuando da los detalles de su historia en el refugio para niñas y adolescentes víctimas de trata de personas de la Fundación Camino a Casa. Habla con rapidez y da referencias exactas de su traslado.
Cuenta que en Chetumal le quitaron la venda de los ojos, que siguió el trayecto a Puerto Morelos y que finalmente arribaron a Cancún.
"Tres hombres me estaban acariciando y, cuando llegué allá, a Cancún, me empezaron a hacer daño", cuenta.
María identificó en ese destino a Erasmo, un hombre que sus tías le habían presentado en Guatemala y al que ella le dice padrastro. Durante un año, él la llevó a casas de hombres que abusaban sexualmente de ella.
En su relato, los tiempos van y vienen junto con los momentos violentos: el asesinato de su madre; los golpes que recibía de sus tías; un monte con sangre y cadáveres al que la llevó Erasmo; un cuchillo cerca del cuello.
"Golpeé a un hombre. Agarré una piedra y que lo golpeo. Que me suelta. Me subí mi pantalón. De ahí me escapé, me salí corriendo", recuerda.
"Cuando me acariciaban -todo el día me acariciaban- yo les pegaba en sus caras o les daba un trompón, y cuando me daban un golpe yo lloraba".
Comenta que se sentía rara, sucia porque no se bañaba, manchada y a veces enferma.
Entre todas estas sensaciones, confrontó a Erasmo.
"Yo le dije: ¿Por qué estoy acá y por qué me quieren matar? Si tú me quieres matar, quítame mi vida ahorita. Si tú me quieres prostituyar (sic) o hacerme daño, házmelo. Nunca te voy a perdonar porque tú me estás jaloneando y pateando. Aquí no me quiere nadie. Yo voy a encontrar a una persona que me va a querer mucho y que me va a proteger", reconstruye.
"Tú me quieres dejar que me hagan daño los demás amigos porque a ti te pagan, porque a ti te dan más dinero. Si tú me quieres prostituyar o hacerme daño, de una vez te lo digo, yo no me puedo ir al infierno. Si tú me matas, me voy a ir al cielo".
Después de eso, logró escapar. Alguien la llevó al DIF y a Migración.
"Estaba bien flaca, flaca, flaca. Me dieron de comer. Tenía un buen de hambre", rememora.
En busca de identidad
María vive hoy junto con otras 15 niñas y adolescentes en el refugio. No tiene acta de nacimiento, pasaporte o cualquier otro documento que acredite su nombre y nacionalidad, por lo que no puede ir a la escuela.
No se han encontrado rastros de su familia en Guatemala. Ella no recuerda sus apellidos ni sabe sus teléfonos ni su dirección. Pero insiste en regresar a Salamá para visitar una vez más la tumba de su madre.
"Hace 15 días soñé a mi mamá bien bonita y empecé a llorar en la noche", explica.
"Le llevaría tres candelitas a su tumba. Pasaría a visitar a mi abuela, a mis tres hermanas y a mi hermana mayor".
Si alguien la acompaña a Guatemala, dice, agarra un camión y llega a su casa.
"Le pregunto al que camina el camión a dónde va o a dónde queda y de ahí agarro un camino y llego".
Y en una mesa señala en un diagrama con el dedo índice las vueltas que tendría que dar para llegar a casa.
Su personaje favorito es el Grinch, el duende verde que odia la Navidad.
Pero ella no odia la Navidad, pues es el día que Santa Clos le trae regalos, como las cartas que le dejaban en Guatemala y que le leían sus tías, en las que le decía que la quería mucho y que se cuidara. Tampoco siente odio por Erasmo, su tratante, ni por los hombres que la violaron.
"¿Para qué los odio si los niños no tienen que odiar?", pregunta la niña.
Sara
'¿Para qué sigo aquí?'
El cliente dejó llorando a Sara, de 16 años, en la habitación de un hotel de la Ciudad de México. Antes de violarla, le dijo que si se iba dedicar al sexoservicio tenía cosas que aprender.
"Me empezó a dar lecciones", cuenta la adolescente.
Ese domingo, Jazmín, de 28 años, la había "convencido" de entrar al oficio. Recuerda que frente al hombre le dio una cachetada cuando se negó a realizar el servicio sin usar preservativo.
Jazmín atendió al cliente frente a Sara, pero después él exigió quedarse con la menor.
"Ella se salió con mi bolsa. Sólo me dejó el gel lubricante y su radio, tenía que apretar la alarma y ellos subían por mí", dice Sara.
Esa fue su primera vez y, a partir de entonces, Jazmín y su marido esperaban a Sara todas las noches afuera de los hoteles donde la explotaban sexualmente, algunos de ellos de Gran Turismo.
Engaño familiar
Tras la muerte de su madre, tres años antes, su padrastro se llevó a sus dos medios hermanos a vivir a Puebla. Sara optó por quedarse con Jazmín, hija adoptiva del padrastro, en el Estado de México.
La mujer le había insistido en que se fuera a vivir con ella, su marido, su hijo y sus cuatro hijas.
Fue el primero de muchos engaños.
"Ella me pedía favores. Que le limpiara la casa, que los niños tenían que estar limpios y arreglados. Con el pasar de los días ya no era un favor, era una obligación", relata.
Sin percibir un solo centavo, dejó de estudiar para dedicarse de lleno a la casa y a los niños.
Poco después, la mujer le confesó que era prostituta. Se anunciaba como sexoservidora todos los días en dos periódicos. Se ponía distintos nombres y daba diferentes precios, según el cliente: hombres que buscaban sexo en La Merced o en exclusivos hoteles de Polanco.
Tenía tres radios y tres celulares, los cuales debía contestar Sara. Incluso una de las niñas, de 7 años, se sabía de memoria los mensajes que Sara debía dar.
"Dependiendo el servicio era el precio, el tono de voz, para que los que llamaran no se dieran cuenta que era la misma persona", explica la joven.
De tiempo completo
Sara accedió a prostituirse cuando Jazmín le dijo que el padrastro de ambas se encontraba muy enfermo y que necesitaba dinero para una supuesta operación.
"Me dijo que la solución era que yo tenía que entrar a los servicios con ella para mandarle dinero a mi papá. Yo le dije que sí", señala.
Así fue que decidió acompañar a Jazmín por las noches. La mujer se quedaba no sólo con el dinero de los servicios -que iban de 900 a mil 300 pesos- sino también con las propinas.
La adolescente estaba a su merced todo el día. Limpiaba la casa y cuidaba a los niños desde las 5 de la mañana, contestaba los teléfonos durante el día y se prostituía por las noches. Regresaba a la casa como a las 2 de la mañana. Le sobaba los pies a Jazmín hasta que se durmiera y luego debía lavar la ropa de la familia. Cuando terminaba, se iba a acostar.
"Sentía coraje. Ella me exigía demasiado. Casi no dormía", comenta.
Quince días después de atender a su primer cliente, Sara recibió una llamada de su media hermana, que vivía en Puebla. La niña, de 8 años, negó que su padre estuviera enfermo y le dijo que recientemente le había comprado unas muñecas.
"Empecé a llorar. Dije: '¿Para qué sigo aquí?'".
El escape
La desesperación de Sara al salir de la habitación llamó la atención de José, un recamarista que se encontraba en el pasillo.
"Le dije que yo no quería hacer lo que me ponía a hacer la señora, que me ayudara".
El joven se conmovió. Aunque auxiliarla iba en contra de las ganancias del hotel -muchas niñas de su edad y mujeres adultas eran prostituidas ahí- optó por protegerla.
Convenció al recepcionista de guardar el radio que le había dejado Jazmín a la joven y de esconderla en una habitación.
Pasada una hora, Jazmín marcó para decirle a Sara que ya saliera. Escuchó la alarma del teléfono en el lobby y preguntó al recepcionista por la adolescente. Él dijo no saber nada de ella.
La mujer y su esposo la buscaron en el lobby y en los alrededores de hotel. Cuando se fueron, ya de madrugada, José sacó a Sara en un taxi. Dieron varias vueltas por la ciudad buscando una casa hogar hasta que encontraron un albergue a las 10 de la mañana.
De ahí la canalizaron a la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, a donde llegó a las 17:00 horas. Luego Sara fue enviada al albergue para niñas y adolescentes víctimas de trata de personas de la Fundación Camino a Casa, en donde lleva más de un año.
La Fundación denunció a Jazmín y a su esposo y un juez está a punto de dictar sentencia.
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